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Eduardo Soto
31/01/2023

El arma no es una idea

El 23 de julio de 2010 el entonces presidente de Castilla La Mancha hizo la presentación pública del proyecto del Hospital de Cuenca, licitado por 165 millones de euros. La idea es que se inaugure este año 2023. Trece años después. Los bombardeos han dañado un total de 307 instalaciones sanitarias en Ucrania, 21 hospitales han sido destruidos por completo. Al menos 180 centros educativos ucranianos han sido destruidos y, no menos de 1.700 han sufrido daños. Creo que no hay ciudad que no sepa lo difícil que es conseguir fondos para construir un hospital o para arreglar o mejorar las instalaciones, la calefacción, el tejado, o el mobiliario de un colegio o de un instituto. A veces no nos damos cuenta de la funesta dimensión que adopta la realidad en esa guerra que está allá lejos, luchando contra un macarra que nos sube el precio de la luz.

Y vemos normal, casi lógico, algunos dirán “un esfuerzo necesario”, otros “un ejercicio de lealtad”, enviar más y mejores armas a la guerra. Una guerra a la que nadie le vaticina una final, ni siquiera una tregua. Una guerra en la que la mayoría, incluso los que están dispuestos a mandar docenas de carros de combate, concuerda en que este es un paso que eleva la escalada belicista y aumenta significativamente el riesgo de que el conflicto se agrave o incluso implique a otros terceros y cuartos países, o, por qué no mencionarlo, tenga un final precipitado con una apocalíptica conflagración nuclear.

La simplificación de la justificación de esta guerra como un ejercicio de oposición al macarra de Putin otorga sentido incluso a que el gobierno belga, para cumplir con los Aliados, tenga que recomprar los Leopard que vendió a un chatarrero por 15.000 euros, al nada despreciable precio de 500.000 euros, cada uno. Los fabricantes y traficantes de armas no ven hospitales e institutos destruidos, no miran a los niños muertos, contemplan con una sonrisa de oreja a oreja cómo se acumulan las subidas en la cotización en bolsa de sus empresas, en el último año por valor de 24.000 millones de euros.

Se compara la amenaza de Putin con la de Hitler. Temen que se repita la historia. No exculpo un ápice la barbarie que ha provocado Putin. Se suceden los errores cuando se repite e insiste en los métodos fallidos. Y la guerra lo es. Las armas no solventan los problemas, los alargan. Antes o después, rusos y ucranianos tendrán que sentarse a negociar la paz. Para entonces habrán arruinado el país para los próximos 100 años, física y emocionalmente. También habrán derivado ingentes esfuerzos financieros a la industria de la destrucción.  

No intenten convencer a un adolescente con gritos y bravuconadas. Perderán. Asumir la responsabilidad de la madurez significa mucho más que actuar por simple oposición violenta. Son las lealtades adolescentes las que propician una violación, encubren un despropósito, promueven la corrupción de lo razonable. Y es la respuesta violenta a la actitud adolescente la que nos iguala a su estilo, la que acaba propiciando (mal que nos pese) que los macarras se salgan con la suya. La madurez de nuestro mundo nos exige invertir en la negociación no armada, en asumir la responsabilidad de la escucha, en aceptar la opinión diversa y en buscar el modo de resolver los conflictos sin arruinar los hospitales, las escuelas y todo lo demás. Las guerras al final las ganan las ideas. Y esta debería ser la guerra en la que la idea del diálogo detenga la sinrazón de las armas.  

Después de los tanques vendrán los aviones ¿y después? A Ucrania la guerra le cuesta 5.000 millones de dólares al mes, a Rusia seguro que no menos. A Putin le cuesta ponerse a negociar. A Zelenski también. ¿Hemos hecho suficientes esfuerzos en ese sentido? Creo que sería un signo de madurez invertir, aunque solo fuera un 1%, en un esfuerzo tangible de diálogo y hacerlo tan visible a la prensa y a la ciudadanía como nos hacen ver a diario los dispendios en armas y sus destrozos. La Europa unida que me gustaría prosperase en este siglo ha de distinguirse no por añadir leña al fuego sino por ser la idea evolucionada que abre los pasillos, propicia las palabras y los gestos, las conferencias internacionales, los tratados y las convenciones que conducen a la mesa de negociación, el único camino que asegura verdaderamente la paz.