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Antonio Santos
15/06/2024

RH

Esta semana descubrí, por casualidad, que Pushkin, el poeta ruso, era de origen africano.  Curioso, cuando estuve en San Petesburgo me hice una foto con él en la Plaza de las Artes; parecía blanco hasta en bronce.  Alejandro Dumas, el franchute, era mulato; hijo de un señor de bien y una esclava.  Si miras sus retratos tampoco se aprecia este hecho demasiado. 

No tengo claro si, a lo largo de la historia, el éxito daba derecho a ser blanco, como un Michael Jackson del montón, o a algunos les jodía que un negro triunfase y se le maquillaba para que nadie se diese cuenta.  Ahora es más complicado. Quizás por eso, estos días Ana Peleteiro ha denunciado los comentarios racistas que ha recibido al aparecer en las redes vestida con los colores de España. 

Imagino que algunos pensaron que ya que no podían evitar que nos diésemos cuenta de que es negra, podrían evitar que nos diésemos cuenta de que es española.  Días después era campeona de Europa.  El oro en nuestro medallero sí queda muy bien.  Ndikumwenayo, María Vicente, Fátima Diame, Tessy Ebosele o Jordan Díaz son negros y españoles, aunque a algunos les pese. 

Es cierto que algunos nombres me cuesta decirlos; pero no mucho más que Tertsch, Smith, Salam, Le Senne o de Meer. Y seamos sinceros, más de uno tiene el síndrome del hermano de Lázaro de Tormes; porque, después de los joroñas, los espaguetis, los barbarian, los moros y las suecas del desarrollismo; españoles de raza ibérica 100% quedarán docena o docena y media en Quintanar y poco más.