2024, el año que desactivó el veto
El 20 de noviembre de 1945 se inició el primer juicio de la historia por crímenes contra la paz del mundo, único en la historia de la jurisprudencia mundial. Los acusados oyeron los cargos. El primero por cometer crímenes internacionales. El segundo por los crímenes contra la paz. El tercero por crímenes de guerra, incluyendo, por primera vez en la historia, el término genocidio. Y el cuarto, por crímenes contra la humanidad. Esta era la primera vez que se sentaba al Estado en el banquillo.
Hasta entonces los seres humanos no tenían ningún derecho contra el Estado al que pertenecían. No existían los derechos individuales. El Estado podía determinar la confiscación total de tus bienes, prohibirte ejercer tu profesión, echarte de tu casa y, como fue el caso, hacerte morir de extenuación, hambre o asfixiado en una cámara de gas. El Estado tenía soberanía total y absoluta sobre su territorio y sus habitantes, lo que le otorgaba el derecho de tratar a sus ciudadanos como le diera la gana. No había ningún tratado que lo impidiera.
Aunque para alguno 1945 parezca una fecha lejana y anodina, para quienes peinamos canas sabemos cómo su rescoldo calentó la emergencia de las democracias y de la más larga de las épocas de paz. También da escalofríos pensar que se tardaron centurias en desactivar la omnipotencia del Estado. Ese mismo año se firmó en San Francisco la Carta de la Naciones Unidas. Poco después 50 países adoptaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su Artículo 92 define la Corte Internacional de Justicia como el órgano judicial principal de las Naciones Unidas.
Sé que hay quien piensa que las Naciones Unidas son papel mojado, que, mientras exista el derecho de veto de algunas naciones, las resoluciones pierden la esencia de su valor universal. En las últimas décadas hemos permitido que aquel impulso extraordinario del Derecho Internacional se fuese apagando hasta perder el poder de iluminación humanista que el planeta se había otorgado después de una conflagración mundial devastadora.
Cuando estallan los conflictos armados los derechos individuales son los primeros en desaparecer, caen en la misma fosa donde se arroja la verdad. Las naciones toman la palabra, gritan a los cuatro vientos que defenderán a su pueblo, que aniquilarán al contrario. Los espectadores se alinean con uno u otro bando. Se habla de heridos y de muertos, de niños. El odio crece con la velocidad del horror. Ya no hay culpables, ni inocentes. Ya no existe la justicia. Se profetizan desastres y la venganza se siembra debajo de la lengua. La esperanza en el poder sanador del Derecho, su verdadero sentido como legitimador y limitador del poder, queda mutilado.
Las normas objetivas encuentran sujetos que las interpretan a su gusto dinamitando la sensación de que hay una manera correcta de hacer las cosas. Esos sujetos creen que podrán ampararse en las cortinas de humo de la historia. Siento advertirles que si algo ha demostrado la Historia es que sólo aquellas verdades que han servido para la paz y el bienestar de las personas han permanecido. Las mentiras y el egoísmo de las naciones perecen.
El año 1945 cambió el curso de la historia y del derecho internacional. El año que entra puede traer el riesgo de que el conflicto se propague como un superincendio de estulticia con finales poco predecibles. Podría ser también 2024 el feliz año en que las naciones en guerra asuman las ventajas de la paz y de la negociación. Puede incluso ser este el año en el que algunos criminales se vean en el banquillo de la Corte Internacional de Justicia, como sucedió en Núremberg.
¿Tendremos que esperar a que un nuevo disparate armado mundial les dé a los supervivientes la suficiente cordura para convocar a la paz y a la justicia? O ¿deberíamos levantar más claramente nuestra voz hoy, cuando aún dormimos en una cama caliente, para exigir la postergada reforma de las Naciones Unidas?
Desactivar el derecho de veto es el primer paso para superar la caprichosa y egoísta voluntad de las naciones y caminar hacia el necesario Mundo Mundial donde el futuro se configure por la voluntad de consenso y el esfuerzo denodado, pero no sangriento, dela negociación pacífica.