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La artista Encarna Ferrer dona 36 de sus cuadros a su pueblo, Vega del Codorno

Además ha cedido numerosos libros para la escuela y ahora quiere hacer lo propio con varias piezas de joyería y bisutería de su autoría
La artista Encarna Ferrer dona 36 de sus cuadros a su pueblo, Vega del Codorno
Encarnación Ferrer Castillejo. Foto: Saúl García
09/08/2022 - Miguel A. Ramón

Desde muy pequeña ha tenido una pasión desmedida por la pintura. De hecho ha sido una constante en su vida, casi una obsesión, a pesar de que no pudo dedicarse a ella hasta pasados los cuarenta. Los avatares de la vida le sacaron muy joven de su pueblo natal, Vega del Codorno, y le llevaron, con tan solo 15 años, a Barcelona, donde ha vivido gran parte de su vida, ha formado su familia con su marido, Paco, con quien tiene un hijo y una hija, y se ha convertido en su segundo hogar, porque “mi Vega es mi Vega y, por encima de todo, soy veguera, y con mucho orgullo”, indica.

Encarnación Ferrer Castillejo (Vega del Codorno, Cuenca, 1946), ‘Encarna’ para los amigos, vive ahora un momento dulce. Ya jubilada, tiene todo el tiempo del mundo para entregarse a dos de sus pasiones, la pintura, y, por su puesto, su pueblo, “quizá porque  he estado muchos años sin poder venir, primero por mis hijos y después por nuestros negocios de hostelería, que solo me han permitido acercarme a la Vega algún que otro invierno”. 

Ahora aprovecha la ocasión y vive a caballo de sus dos hogares, pudiendo revivir esos momentos de su infancia en plena Serranía conquense, donde, incluso, estuvo de “cabrera” durante varios años, lo que, según dice, le enseñó muchas cosas.

Muy ligada a sus raíces y a su pueblo, Encarna ha querido este año donar al Ayuntamiento 36 de sus cuadros y numerosos libros para la escuela en un claro intento de que “Vega del Codorno tenga algo  mío”. Y es que, según dice, le gusta compartir: “lo que a mí me gusta, quiero que también pueda ser disfrutado por otros”. 

Y ahí es donde entra la pintura, su gran obsesión, que, a pesar de sus inicios tardíos, le ha llevado a sus 76 años y después de casi 40 pintando, a tener en su haber cientos y cientos de cuadros, que han podido ser disfrutados no solo en muestras individuales y colectivas en nuestro país, sino incluso en dos enclaves icónicos para los amantes del arte, como son París y Roma.

Se define como “una persona muy inquieta, casi hiperactiva”, lo que le ha servido no solo para tener una obra muy extensa y prolífica, sino, además, para “haber tocado todos los palillos” y atreverse con técnicas tan dispares como el esmalte, la acuarela, el óleo, el acrílico, la cerámica e, incluso, la joyería.

El que no tuviera estudios superiores de Bellas Artes no le ha impedido dar rienda suelta a su creatividad artística en estos casi 40 años. Todo lo contrario. En Barcelona hizo todo lo posible por estudiar y aprender a pintar. No sin esfuerzo y sacrificio, aunque, como era lo que le gustaba, merecía la pena.

De hecho, aún recuerda que cuando se iban a descansar después de dar las comidas en su restaurante, ella se metía en su estudio a pintar, en vez de echarse una siesta y recuperar fuerzas. “Era algo que no podía evitar y encima me relajaba mucho”, rememora.

Y es que no sería hasta los 42 años cuando dio rienda suelta a su obsesión: pintar. Una operación de espalda y casi cuatro meses postrada en la cama sirvieron de resorte para dar un vuelco a su vida, dejar las cocinas de su restaurante y tener claro que quería pintar y disfrutar con ello. Primero fue con el esmalte, la técnica con la que, según dice, más disfruta y más cómoda está, y después le siguieron el óleo, el dibujo, la acuarela, el acrílico, etc.

Asegura no tener un estilo pictórico definido, puesto que en él tiene cabida un amplio abanico de tendencias, que van desde lo abstracto y lo figurativo hasta el surrealismo, pasando, incluso, por la utilización en sus cuadros de materiales tan inusuales como el carborundo o carburo de silicio; “eso que se fabrica en Puente de Vadillos”, apunta.

Y es que a Encarna le apasiona pintar, no lo puede remediar. Y en los últimos años dice haber tenido la gran suerte de poder hacerlo y disfrutarlo, aunque le hubiera gustado haber comenzado mucho antes. Aun recuerda su paso, como criada en casa del doctor Casares en Cuenca, donde tuvo la suerte de conocer a artistas de la altura de Antonio Saura o Fernando Zóbel, justo en la época en la que estaban gestando el Museo de Arte Abstracto Español. Algo que le llegó muy al fondo y despertó en ella, cuando tan solo tenía 17 años, esa pasión irrefrenable por la pintura, que “siempre ha estado latente en mí”.

De hecho, a sus 76 años, no tiene intención de dejar de pintar. Se siente con muchas ganas de continuar dando rienda suelta a su creatividad artística y si algo le sobra en estos momentos es tiempo libre para ello.