“No olvidaremos los abrazos de la gente para darnos las gracias”
No lo dudaron ni un instante y respondieron de inmediato a la llamada de Cruz Roja Española para acudir a la isla de La Palma con motivo de la erupción del volcán Cumbre Vieja. Era necesario apoyo psicosocial no solo para la población afectada sino también para los efectivos de emergencia después de varios meses al pie del cañón. Las psicólogas de Cruz Roja Cuenca, la jiennense Ana Belén Garlarzo y la conquense Victoria Bermejo, lo tuvieron claro desde el primer momento y se pusieron a disposición de los Equipos de Respuesta Inmediata en Emergencias (ERIE), de los que son voluntarias, para intervenir cuando fuera necesario.
Ana Belén lo hizo del 15 al 23 de noviembre en la localidad de El Paso para prestar apoyo psicosocial a los miembros del dispositivo de emergencias allí desplazado, mientras que Victoria hizo lo propio del 24 de noviembre al 2 de diciembre en la zona de Tazacorte en su caso para atender a los palmeros desalojados.
Confiesan que lo que se encontraron al llegar a la isla superaba con creces lo que se habían llegado a imaginar. El Cumbre Vieja llevaba ya más de dos meses rugiendo y las coladas de lava habían arrasado más de 1.000 hectáreas con casi 1.200 viviendas y obligado a desalojar a unos 7.000 palmeros.
La impotencia, la frustración, la tristreza y la incredulidad se adueñaban no solo de la población afectada, sino que también hacían mella en los equipos de emergencia, en su mayoría palmeños que de una u otra manera se sentían golpeados por el volcán.
No es de extrañar, por lo tanto, que entre estos efectivos (bomberos, agentes forestales, Protección Civil, Salvamento Marítimo, etc.) “hubiera mucha gente quemada”, indica Ana Belén, ya que “se estaban centrando en una labor más humana y eso pasaba factura”.
De ahí que su labor de apoyo psicosocial se centrara, sobre todo, “en sesiones de ventilación emocional, con las que lograr que se desahogaran, y de autocuidado para gestionar el día a día ante la prolongación de la situación de emergencia”.
Victoria, por su parte, tuvo que enfrentarse a una población sumida en una “calma fingida”, que no sabía cómo actuar y qué hacer. “Los palmeros no parecían reaccionar, tenían la sensación de que todo lo que estaba ocurriendo no era real, sino un pesadilla o una película de terror. Estaban en shock”, explica, al tiempo que apunta que “no era para menos a tenor de la magnitud de la emergencia”. De ahí que trabajara en su desahogo emocional y concienciarles de que “pese a todo, la vida seguía y tenían que retomar las cosas cotidianas”.
No sabrían resaltar un momento concreto que les haya marcado especialmente, porque “la experiencia en sí ha sido inolvidable, quizá, por decir algo, la primera toma de contacto con la realidad de la tragedia del volcán, los terremotos, las explosiones, las coladas de lava, etc.”.
Lo que sí tienen claro es que están muy satisfechas del trabajo desarrollado en esos diez días y, más aún, teniendo en cuenta la reacción de los palmeros. “No olvidaremos los abrazos espontáneos que la gente nos daba por la calle en agradecimiento a nuestra labor”, señalan estas voluntarias, porque “es en ese momento cuando te das cuenta de que lo que estás haciendo, realmente sirve y es de ayuda. Solo por eso, merece la pena”.
Como consecuencia, no es extraño que cuando se les pregunta si volverían a La Palma para el mismo cometido no tengan la menor duda y, al unísono, digan de inmediato “por supuesto que sí”. Y es que tienen claro que esta experiencia les ha marcado y la tendrán presente a lo largo de su vida, porque, según subrayan, “hemos aprendido mucho, tanto en el plano profesional como en el personal”.