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“La música no está hecha para competir, sino para disfrutar"

El conquense, Javier Caruda, ha sido el único español premiado en el concurso internacional de ‘Great Composer Competition’
“La música no está hecha para competir, sino para disfrutar"
Foto: Saúl García
01/05/2021 - Mario Gómez

Javier Caruda Ortiz (Cuenca, 1999) es un joven apasionado de la música que lleva consigo una filosofía muy peculiar respecto al arte de convertir las ideas, el sentimiento y cualquier concepto abstracto en música. “La música no está hecha para competir, sino para disfrutar, para vivir sensaciones, para ser feliz oyéndola, para sentirse triste oyéndola”, es por eso que es todo una paradoja que este virtuoso del fagot haya conseguido el segundo premio del concurso internacional de ‘Great Composer Competition’ en la categoría Vivaldi.

“Es la primera vez que me presentaba a un concurso, porque no es algo que me ilusione, lo veo algo para otro tipo de especialidades, porque entiendo la música como algo para sentirlo, no para competir. No obstante, mi profesor me animó y Vivaldi es mi referente, de mis compositores favoritos y con el que más feliz soy tocando sus obras, así que me animé”. Dicho y hecho. Javier aprovechó que tenía que tocar el primer movimiento de un concierto de Vivaldi en Madrid, donde ejerce actualmente sus estudios, para grabarlo. “Lo hice como pude y lo envié sin demasiado interés, pero reconozco que cuando me llegó el correo con la noticia me llevé una gran alegría tanto en el momento como al recibir un montón de felicitaciones de antiguos compañeros y profesores. Me hizo mucha ilusión notar tantas muestras de cariño, fue algo muy especial”.

Caruda ha sido el único español y uno de los dos únicos representantes europeos que han sido premiados en este certamen mundial, algo que él mismo no considera una extrañeza, “pues la mentalidad europea en la música está mucho más enfocada a vivir para tocar en orquestas, mientras que en Asia y Estados Unidos, los músicos enfocan sus carreras a los concursos”.

UNA VIDA DEDICADA A LA MÚSICA

Si se suele decir que los niños vienen al mundo con un pan debajo del brazo, el caso de este conquense fue más bien un instrumento musical. Comenzó con apenas tres años a tocar el violín para luego pasarse a la flauta travesera y cambiar al fagot una vez comenzó sus estudios en el grado elemental de música en Cuenca. “¿Por qué el fagot? Me gustaba su sonido, fue una corazonada. Es un sonido aterciopelado, es el grave de los vientos y con él se puede expresar mucho más. Me siento muy identificado para poder expresarme con él, con una flexibilidad que otros instrumentos no tienen o no pueden a la hora de subir o bajar en articulación, hacer “burradas” con él, forzar caracteres, etc. Es muy versátil”.

Desde entonces, Javier no ha parado de dedicarse en cuerpo y alma al estudio y mejora de sus conocimientos musicales. Si bien, tal y como el mismo reconoce, “sólo he parado cuando el cuerpo no me dejaba más”, ya que las muchas horas de constantes “posturas forzadas, la práctica” llegaron a pasarle factura. “Es algo que fuera del mundo de la música poca gente sabe o conoce, porque sólo se ve el fruto de tu trabajo, es decir, un recital, un concierto, etc. Pero yo he llegado a tener tendinitis en ambas manos ¡estuve prácticamente meses sin poder abrocharme un botón de la camisa!”, recuerda entre risas Javier. “Son muchas horas de aguantar un instrumento pesado, de mucha práctica y de soplar. Esto es muy particular porque recuerdo acudir a un fisioterapeuta en Málaga especializado en músicos. Me estuvo tratando las manos y estaba examinándome la boca y de pronto comenzó a estirarme de la lengua ¡tenía contracturada la lengua! La verdad es que es un proceso de sacrificio hasta que aprendes que no todo esfuerzo significa dolor, aprendes a controlar tu cuerpo”.

SER FELIZ

La formación constante, no sólo en Cuenca, sino también a la hora de dar el salto al Conservatorio Superior en Madrid, ha supuesto un puzle en el que este virtuoso ha ido ensamblando piezas muy diferentes. “La formación de un músico no es algo lineal, sino algo más esporádico. Yo he dado cursos por toda España, haces ‘masterclass’ con músicos invitados, trabajas en bolos, te formas orquestalmente y escuchas muchos conciertos. A mí me encanta y siempre que puedo me escapo a escuchar porque es una manera de ahondar en tu pasión para seguir creciendo como músico. Hay que aprovechar cualquier oportunidad, estudiar mucho y sentirte realizado con tu trabajo al ver ese fruto de tanto esfuerzo”.

Es por eso que este reconocimiento internacional ha supuesto una baldosa más en su camino hacia el objetivo de este conquense, que lejos de focos y conciertos, se resumen en algo mucho más sencillo: “Yo quiero llegar hasta donde me dé. Lo dije la última vez que salí a un escenario. Me da igual lo que pase, quiero ser feliz haciendo lo que haga. Bien sea tocando un instrumento, dirigiendo una orquesta u otra cosa, pero ser feliz”.