El amor por una tierra y la pasión por el vino se convertirían en la combinación perfecta para lo que comenzaba en la localidad conquense de Mazarulleque como una actividad más de ocio en el ámbito familiar se transformara, después de 15 años, en un proyecto empresarial serio, singular y con una gran proyección.
Y es que con tan solo dos años de vida, Vinos Artesanos Altomira se ha hecho un hueco en el exigente mercado del vino con un producto singular, totalmente diferenciado y de una gran calidad.
Detrás de este logro, dos nombres propios, Maribel Fernández Rojo, centrada en la parte administrativa y comercial, y José Manuel Vieco García, dedicado al cultivo y elaboración de estos vinos. Un matrimonio conquense que ha sabido, con trabajo, esfuerzo, dedicación, pasión y amor a su tierra, poner en marcha una bodega artesanal muy ligada a su entorno y con una clara vocación de compromiso para con su territorio, La Alcarria conquense.
No en vano, Vinos Artesanos Altomira es más que una bodega. Se ha concebido como un elemento dinamizador no solo de Mazarulleque, municipio de poco más de 100 habitantes donde está enclavada y lugar de nacimiento de Maribel, sino también de toda la comarca, intentando aportar su granito de arena para “contribuir al desarrollo de esta zona tan castigada por la despoblación y promocionar su belleza natural y su riqueza cultural, que no es poca”, tal y como subrayan.
VISITAS GUIADAS CON CATA
De ahí que apostaran por ofrecer visitas guiadas no solo a su pequeña bodega y a su cueva tradicional, donde degustar sus vinos y conocer su elaboración, sino también de recorrer distintos puntos de este municipio de origen celtíbero, así como del entorno, conociendo los viñedos y alguno de sus maravillosos enclaves, como la Sierra de Altomira.
Visitas guiadas, con cata de vinos y una atención personalizada, que convierten Mazarulleque en destino de decenas y decenas de personas todos los fines de semana, procedentes no solo de distintos puntos de nuestro país, como Madrid, Comunidad Valenciana, Cataluña, Andalucía, Castilla-La mancha, Baleares o País Vasco, sino también de fuera de él, como por ejemplo de Francia, Bélgica, Alemania, Canadá, Holanda, Italia, Malasia e, incluso, hasta de Japón.
Una manera, a juicio de estos dos emprendedores, de generar sinergias en la comarca, puesto que no dudan en recomendar a sus visitantes tanto restaurantes como casas rurales de la zona y, por supuesto, enclaves turísticos de primer orden, como el yacimiento de La Cava o las ciudades romanas de Ercávica y Segóbriga. “El objetivo –aseguran– es apoyarnos entre todos”.
Tal es su apuesta por el territorio que hasta las etiquetas de sus vinos están diseñadas por un artista de la zona, el tinajero Vicente García ‘Centegares’, que, por cierto, tal y como remarcan, “gustan mucho y llaman especialmente la atención de nuestros clientes”.
Pero, dentro de ese compromiso con el territorio, Vinos Artesanos Altomira va más allá y también está contribuyendo modestamente a la fijación de población en el municipio. Dos jóvenes mejicanos que suelen a ayudar a José Manuel tanto en el viñedo como en la bodega, ya se han establecido en Mazarulleque como unos vecinos más, integrándose perfectamente con los lugareños y haciendo de este rincón de La Alcarria conquense su hogar.
Asimismo, la tradición vitivinícola de la zona es importante para esta bodega hasta el punto de que están recuperando viñedos y variedades a punto de desaparecer por lo difícil de su cultivo y su baja producción.
Pero eso no es un inconveniente para Vinos Altomira que también apuesta de esta manera por el patrimonio natural de Mazarulleque, donde en el siglo XVIII llegó a haber cerca de 1.000 hectáreas de viñedo, no solo para autoconsumo sino también para abastecer a la ciudad de Madrid, y de las que solo quedan siete.
De esas, cuatro hectáreas –todas con certificación ecológica– corresponden a los viñedos de esta bodega, de las que 2,5 son nuevas y 1,5 viejas. Algo que les permite contar con una decena de variedades de uva, que, sin duda, dan mucho juego en la elaboración de caldos, desde tintas como tempranillo, cabernet-sauvignon, Syrah, moravia dulce y agria y bobal, hasta blancas como moscatel de grano menudo, malvar, pardilla, macabeo y torrontés; esta última, según precisan, muy escasa, que se concentra en las provincias de Cuenca y Guadalajara.
ELABORACIÓN ARTESANAL
Un trabajo artesanal, esmerado, constante y concienzudo hasta el punto de rozar la obsesión bien puede ser la seña de identidad de la labor de José Manuel Vieco, tanto en los viñedos como en la elaboración del vino. De hecho, no duda en reconocer que es muy perfeccionista y eso lo traslada a su pasión por el vino, hasta el punto de implementar un control muy exhaustivo a todo el proceso de producción de sus caldos, desde la misma viña hasta el embotellado.
Se trata, según dice, “de hacer vino como siempre se ha hecho en la zona, manualmente y cuidando hasta el último detalle, tanto en la viña como en la bodega”.
Así, además no arar los viñedos viejos y optar por desbrozarlos en busca de un equilibrio vegetativo y natural, se realiza una poda en invierno y otra en verde y se llega a controlar el número de racimos por viña, hasta el punto de cortar aquellos que excedan el número marcado según la variedad.
Y cuando la uva llega a su estado de madurez perfecto, se procede a la vendimia a mano, seleccionando uva a uva y después transportándola casi de inmediato en cajas de 15 kilos a la bodega. La idea es que llegue la uva en perfecto estado y así poder elaborar el vino con la mínima intervención, porque “trabajamos lo que se vienen a denominar vinos biodinámicos, naturales, orgánicos o, simplemente, como se han hecho toda la vida, sin correcciones químicas”, detalla.
El resultado, vinos muy particulares, con los que se saborea el terruño y el clima tan particular que los han hecho posible, lo que, sin duda, los hace muy atractivos. No en vano, estos caldos se pueden encontrar en restaurantes de la capital de la talla de Trivio, Parador de Turismo, Raff San Pedro, Romera Bistro, así como de la provincia, como es el caso del Nelia (Villalba de la Sierra) y La Muralla (Cañete), e incluso fuera de ella, en Toledo, en el restaurante Adolfo.
En concreto, en el mercado se pueden encontrar dos blancos, bajo la denominación ‘Altozama’, uno dulce y otro orange, y cuatro tintos, bajo el nombre de ‘Alcarrium’, uno joven, otro seis meses de barrica, un tercero con 12 meses de barrica y un cuarto de garnacha vieja con 12 meses de barrica.
Una bodega, por lo tanto, de altura, pese a su carácter familiar, que ha hecho que sus propietarios se sientan afortunados de ver cumplido un sueño.