En el mercado hay diferentes marcas que nos brindan patatas fritas, kikos, pistachos o demás encurtidos, pero ninguno tiene la calidad y la tradición en la ciudad que acumula La Clementina. Se fundó hace 74 años, y su gerente, Pedro Javier Sanz, ensalza el producto estrella de la compañía, esa patata frita que ya se ha convertido en el aperitivo predilecto de miles de conquenses.
Se ubica en el polígono industrial Los Palancares, en la capital conquense, donde en apenas 5 minutos una patata recién llegada del campo termina en esas bolsas blancas o amarillas con una franja roja donde están presentes las Casas Colgadas.
Por una cinta pasan las patatas a una máquina que las lava y las pela, para después caer en una cortadora que las lanza a una gran caldera para freírlas con aceite a 174 grados, una de las claves del éxito para que sepan igual que hace siete décadas. Después de tres minutos de fritura, caen a una escurridora para quitarles el aceite, y después se salan y van hasta una caja. Por último, otro aparato se encarga de embolsar las patatas, para ya recorrer kilómetros por toda la provincia.
PRODUCCIÓN
Como explica Sanz, cada año salen de la fábrica en torno a 300.000 bolsas de patatas, aunque es en el mes de agosto cuando más repunta la producción. Todo ello porque la celebración de las diferentes fiestas patronales por el territorio conquense provoca un aumento del aperitivo estrella de La Clementina.
Aunque no solo venden estas patatas. En su fábrica también se encargan de embolsar multitud de opciones de frutos secos, que ya no los tuestan en sus instalaciones del polígono Los Palancares. Pipas de calabaza, cacahuetes, pistachos o almendras son otros frutos secos que se pueden adquirir bajo el sello de La Clementina, aunque también se ha aliado con otros productores para comercializar productos de primera calidad con su marca como torreznos de Soria, tortas de manteca o banderillas.
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