The Florida Project constituye la carta de presentación en las pantallas conquenses del director y guionista norteamericano Sean Baker (New York, 1971), convertido en un icono del cine de espíritu indie, donde su obra ha conseguido un reconocimiento apreciable, habiendo obtenido varias nominaciones y premios. La película compone un veraz y conmovedor retrato de la sociedad suburbial de los Estados Unidos de la época Trump, con el sencillo recurso de situar la cámara tras la peripecia veraniega de unos pequeños de seis o siete años compartiendo juegos, correrías, trastadas y también carencias en el entorno de un motel barato pintado de color morado llamado Magic Castle, situado a las afueras de Orlando, la ciudad donde se levanta Disney World Resort, ese inmenso complejo turístico plagado de parques temáticos y de hoteles, el mundo de los sueños para cualquier niño.
Baker convierte la cámara en los ojos de los niños para ofrecer una perspectiva infantil de ese universo de colores que envuelve sus carencias más básicas: padre, hogar, cariño, educación, alimentación… que no consiguen privarles de esa felicidad enraizada en la candidez de la infancia. Madres y abuelas solas trabajando sin tregua para sacar adelante a unos retoños obligados a pasar solos la mayor parte del tiempo. Días que transcurre con aparente parsimonia punteados por el director con multitud de detalles descriptivos utilizados como elementos fundamentales de la narrativa. Detalles que se muestran, se sugieren o se salpican mediante una riqueza cromática y un naturalismo penetrante que convierten cada escena en un surtidor de emociones de las que no conviene despistarse, sobre todo para no perder ninguna pincelada de cada imagen.
En la película, el punto de vista adulto, el contrapunto visual a los críos protagonistas, se ofrece a través de la mirada del gerente del Magic Castle, interpretado por Willem Dafoe con esa profundidad humana escondida tras una máscara de corte quijotesco. El único actor profesional del reparto se convierte aquí en un modesto demiurgo destinado a amparar sus desamparados clientes, especialmente a los más pequeños. Sin embargo, a pesar de su novatez, cada uno de los intérpretes (incluso los más pequeños) irradia frescura y naturalidad, convirtiendo su propia historia en una ofrenda para los sentidos.
La mejor baza de The Florida Project consiste en que sin recurrir a ningún tipo de discurso facilón, ni mucho menos panfletario, consigue un retrato tremendamente efectivo de una realidad social, no por desconocida menos cierta, en la que se ven inmersas muchas personas casi invisibles obligadas por falta de medios a vivir en el límite de la marginalidad, casi en la indigencia, en moteles de mala muerte justo al lado del sueño americano representado por el mundo fantástico imaginado por Disney. Esperemos que se cumpla el mensaje esperanzador de la película y haya futuro para estos pequeños desheredados, y también este tipo de cine en las salas comerciales de nuestra ciudad. Merece la pena.