En principio resulta muy loable cualquier atención por parte de la industria cinematográfica a nuestra identidad y a nuestro pasado para recrear potentes historias en la pantalla, con personajes que nos acerquen a esa ascendencia contendiente que nos corre por las venas. Esta semana llega a las pantallas de Cuenca Sordo, basada en una novela gráfica creada por David Muñoz y Rayco Pulido publicada por primera vez en 2008; recrea la lucha de un puñado de perdedores de la guerra en una España de miseria, y que continúan batallando en soledad por unos ideales malogrados tres años después de la victoria de Franco.
Con su segundo largometraje, el director Alfonso Cortés-Cavanillas ha conseguido facturar un producto modesto con los acabados, las hechuras y las apariencias casi de una superproducción, incluido el rodaje en escenarios naturales siempre gratificantes. Resultado: un diseño de producción merecedor de reconocimiento; incluso durante la primera parte de la historia, en la presentación de los personajes y los conflictos, se dejan entrever focos de interés. Los problemas empiezan a surgir a mitad del metraje, cuando desde el tronco argumental se van abriendo demasiadas ramas sin rumbo que hacen naufragar el sentido de la trama, la narración queda desprovista de coherencia y el cómic termina como un tebeo incompleto al que se ha arrancado alguna de sus páginas. O bien se le han insertado otras de un libreto de acción, dando lugar a escenas que parecen entresacadas del proyecto de algún discípulo no muy inspirado de Tarantino, como la aparición de esa espía rusa capaz de acabar sola con todo el ejército franquista., y que acaba por quebrar el tono del relato.
Sordo cuenta con un buen reparto encabezado por Asier Etxeandia, el personaje que conduce la partida del maquis y cuya sordera agiganta el aislamiento de su lucha. Hugo Silva, Imanol Arias o Antonio Dechent, entre otros, aparecen también en un film que toma elementos del spaghetti-western, el cine de acción y el cómic, dilapidando en parte su capital artístico por la insolvencia del guion, el pilar fundacional de cualquier proyecto cinematográfico.
Si Sordo acaba ofreciendo menos de lo prometido, también se estrena en nuestra ciudad otra película que también fue presentada en la última edición del Festival de Málaga: Litus, que cumple a la perfección su propósito de servir de referencia a la deriva personal, emocional y social de media docena de amigos, reunidos a los tres meses del suicidio del que parecía ser el catalizador del grupo. El director Dani de la Orden muestra su capacidad para, sin apenas sacar la cámara del agobiante espacio del apartamento del amigo fallecido, reflejar el desconcierto de una generación que ve cómo se acerca a la cuarentena sin haber encontrado el sentido a sus vidas; todo son reproches, rencillas y trapos sucios, tanto tiempo latentes. Nada de amistad, o al menos es lo que trasmiten seis actores en estado de gracia, aunque lo que en apariencia parece un ejercicio de naturalidad, en realidad nos proporciona una historia que gravita sobre un inventario de artificios apenas perceptibles para los espectadores.