En el año 1955, el pueblo conquense de Gascas, que poco tiempo antes contaba con algo más de 400 habitantes, desapareció para siempre, sepultado por las obras de construcción del pantano de Alarcón con las que se pretendía regular el curso del Júcar.
Aquel pueblo, fundado durante la conquista de Cuenca por parte de las tropas de Alfonso VIII y durante décadas uno de los grandes productores de hortalizas de la provincia, quedó hundido bajo las aguas y, junto a sus plazas, sus calles y sus casas, los centenares de muertos enterrados bajo tierra, incluidos los arrojados a una fosa común por el bando nacional durante la Guerra Civil.
Para evitar que la historia de Gascas quede en el olvido, en ella sitúa el escritor Paco Arenas, natural de Pinarejo, su nueva novela, Magdalenas sin azúcar, presentada recientemente en Castillo de Garcimuñoz y que, además de ir ya por su segunda edición, está siendo traducida al francés.
“La novela nace ante la necesidad de no olvidar la historia”, cuenta el autor de libros como Los manuscritos de Teresa Panza o Caricias rotas cuya nueva obra discurre a lo largo de más de ochenta años, entre 1923 y 2013, aunque su grueso se sitúa entre 1923 y 1956. Una historia que arranca y termina con la misma pregunta: “¿Quién llevará flores a los muertos si están bajo las aguas del pantano”.
“Hay un homenaje al mundo rural, a las costumbres campesinas de la tierra conquense, pero también mucho amor y compromiso. Y reivindicación”
El hecho de que, actualmente, el medio rural de nuestra provincia esté en riesgo de desaparecer, o al menos de quedar despoblado, si no se toman medidas que ayuden a su repoblación, permite a Arenas establecer una analogía entre aquella realidad y la presente. Aunque la novela contiene también metáforas y símbolos que aluden a otras cuestiones esenciales como, principalmente, el amor y la libertad.
“Hay un homenaje al mundo rural, a las costumbres campesinas de la tierra conquense, pero también mucho amor y compromiso. Y reivindicación”.
Las trágicas consecuencias de la Guerra Civil cobran especial protagonismo al afectar a la vida de una maestra que se enamora del hijo de un terrateniente y a la que el régimen franquista apartará de su oficio por sus ideas.
El día a día de los presidarios republicanos en cárceles habilitadas en el castillo de Cuenca, en Uclés, en Ocaña, asoma a lo largo de los diferentes capítulos a través de una serie de protagonistas, principalmente mujeres, inspirados en personas reales (algunas muy próximas a Arenas como su abuelo, que estuvo siete años preso), y sucesos acaecidos tanto en Cuenca como en Albacete, Ciudad Real o Valencia; historias reales que Arenas ha recopilado y “encajado”, concentrándolas en unos pocos personajes con el fin de formar “una sola historia en la que doy voz a quienes en vida no la tuvieron”.
En nuestra tierra los campesinos nunca dejaron de luchar a través de la palabra. Y Gascas es para mí el símbolo de lo que fue la lucha del pueblo”.
El autor se inspira también en poetas de la época comprometidos con la libertad y la República como Pablo Neruda, Miguel Hernández, Antonio Machado o Federico García Lorca.
Son así muchos los homenajes en esta historia de “los derrotados de la guerra, de aquellos que pasaron desgracias por pensar diferente” en la que se respira el miedo pero, también, la esperanza de que las cosas cambien y puedan ir a mejor. “En nuestra tierra los campesinos nunca dejaron de luchar a través de la palabra. Y Gascas es para mí el símbolo de lo que fue la lucha del pueblo”.
Hasta el momento, la novela ha hecho a los lectores “reír y llorar, sentir rabia e impotencia pero también esperanza y fuerza para luchar contra las adversidades” gracias a esos personajes que “nunca se rinden, ni siquiera cuando saben que lo tienen todo perdido. “Siempre nos quedará un hilo para comenzar a tejer la bandera y comenzar de nuevo la lucha”, se lee en la novela.
Arenas confía en que Magdalenas sin azúcar sirva, asimismo, para concienciar sobre la necesidad de hacer frente a la despoblación, algo para lo que considera imprescindible “que no se haga de nuestra tierra una gran pocilga” y no se apueste solo por el “turismo ocasional” o la arqueología, sino que haya “voluntad de progreso y se creen las condiciones para que sea posible trabajar desde el mundo rural sin necesidad de vivir en las grandes ciudades”.