Este verano ha tenido el efecto de reactivar la asistencia de público a las salas de cine de Cuenca, recuperando añejas estampas, especialmente inauditas en los últimos tiempos, de tener que hacer cola para conseguir una entrada. Títulos como El Rey León, Padre no hay más que uno, Toy Story 4 y la octava (¿o es la novena?) entrega de la serie Fast & Furious no parecen suficientes estímulos para motivar a los espectadores a llenar las salas, especialmente los miércoles (día del espectador) y los fines de semana; más bien habría que pensar que se está recuperando la sana costumbre de disfrutar las películas en una gran pantalla, como una de las mejores opciones de ocio. A lo largo del verano, los gestores de Odeón también han querido diferenciar los dos complejos de salas, reservando los multicines sitos en la Plaza del Cinematógrafo para propuestas diferentes al cine puramente comercial, con propuestas destinado a otro tipo de público. Atentos a la programación.
En este inicio de la temporada cinematográfica, uno de los títulos que nos ha llegado con mayor algazara mediática es la última película de director valenciano Paco Plaza, que desde el género de terror, donde cimentó su carrera junto a Jaume Balagueró, ha evolucionado hasta el thriller, después de pasar por Vallecas para mostrarnos un exorcismo de barrio en su anterior film Verónica. Y es que Quien a hierro mata reivindica, desde la contundencia del propio título, una manera de hacer cine al estilo de la industria americana pero adaptando la historia y los personajes a la realidad de la sociedad española, o mejor a la gallega, pues los guionistas conjugan la idiosincrasia con algunos tópicos de esta Comunidad identificada como la puerta de acceso de la droga al mercado clandestino de Europa. Nombres conocidos y fortunas considerables que han ocupado portadas durante décadas.
Quien a hierro mata empieza de forma prometedora, contundente y directa, presentando a Mario (Luis Tosar) un enfermero comprometido con su trabajo en una residencia de mayores a donde llega uno de los capos gallegos de la droga (cuya inspiración no es difícil rastrear). Un trauma del pasado insuperado marcará el desarrollo de la acción, hasta el punto de convertir al modélico ciudadano en el ejecutor de una venganza metódicamente servida en un plato frío. Sin llegar a perder el interés, la trama se va enfriando hasta recuperar la atención en el último tercio del metraje, gracias a un ejercicio trepidante resuelto en ocasiones de manera algo precipitada, a base de combinar la previsible génesis de la herida moral que arrostra Mario con imágenes no exentas de esa truculencia a que nos tiene acostumbrados los films de acción norteamericanos.
Aunque el conjunto no desmerece de su género, el principal lastre de este thriller hispano radica en la poca consistencia con que los guionistas han hilvanado algunas pruebas argumentales clave en el desarrollo de la acción, entre otras las infinitas urdidas vengativas. Con todo, una propuesta interesante que en este caso no solo descansa en la reconocida solvencia de su protagonista (Tosar) sino que se engrandece por el magnífico plantel de característicos que le acompañan, creando una galería de personajes entre los que destaca el plañidero psicópata interpretado por Enric Auquer.