El barrio de Las Quinientas de la capital conquense, donde ambos se criaron, y unos talleres de serigrafía y estampación que hace treinta años se celebraban en un desaparecido centro de pintores y artesanos ubicado en la plaza de la Merced, unieron para siempre a dos artistas diferentes pero también con muchos puntos en común, como su apuesta por el color.
Hablamos de Miguel B. Ortega (Cuenca, 1962) y Jesús Ocaña (Cuenca, 1957), que han unido sus respectivas artes –la sugerente transformación de objetos encontrados en el caso de Ortega y las coloridas pinturas herederas de Bonifacio en el de Ocaña– dentro de la exposición ‘Art, Fusión’, que hasta el 9 de septiembre se puede contemplar en la Sala Iberia de la calle Gil de Albornoz, propiedad de la Junta.
Objetos encontrados
En el caso de las esculturas de Miguel B. Ortega, son más de medio centenar los objetos distribuidos por la Sala Iberia. Obras con forma de hormiga, de salamandra, de árbol semihumano confeccionadas con materiales de deshecho como cucharas, tijeras, rejas, hachas, latas, puertas, maletas, piedras o ballestas a los que Ortega ha dado una nueva oportunidad.
“Cuando me encuentro cualquier desecho lo llevo al huertecito, como llamo a mi taller. A lo mejor en ese primer momento no me sirve, pero lo guardo, lo dejo crecer y, en cualquier momento, se va formando y sale algo diferente a lo que es a través de mi mundo imaginativo”, cuenta este artista autodidacta que asegura llevar “las artes bellas” en su interior tras haber “mamado” de los “paragüeros, estañadores, herreros, canasteros, canteros de un barrio humilde” como Las Quinientas.
Su intención, cuenta, es buscar “el fondo” de las cosas” en un mundo en el que “aunque lo tenemos todo a la vista, nos lo perdemos” ya que, añade, “estamos fascinados con el aspecto externo de la existencia pero se nos pasa desapercibido el magnífico paisaje de lo interior, su belleza”.
Entre sus influencias, cita a autores como Julián Pacheco, al que dedica una de las obras de ‘Art, Fusión’, Antonio Pérez y, sobre todo, David Smith, escultor neoyorquino fallecido en 1965 del que le impresionó “que cuando yo todavía no había nacido hiciera formas y figuras tan imaginativas dando un nuevo uso a las sobras de los hierros de los trenes de la fábrica de ferrocarriles en que trabajaba”.
Pintura y color
Una veintena son las obras que se ha decidido a mostrar Jesús Ocaña, un recorrido por su ya larga trayectoria que incluye no obstante un par de obras muy recientes protagonizadas por surrealistas e imaginativas figuras. “Son personajes que hago yo, que salen de mi cabeza”, cuenta.
Aunque lo que más destaca, por ser más novedoso en su obra, son una serie de pinturas en blanco y negro que hasta podrían remitir a Antonio Saura, aunque Cañas tiene claro que su máximo inspirador y maestro, “el espejo donde siempre me he mirado”, es Bonifacio Alfonso, para el que trabajó como grabador y estampador durante los últimos diez años que el pintor donostiarra, fallecido en 2011, vivió en Cuenca.
“Hace unos años se me ocurrió hacer una serie en blanco y negro y, no sé por qué, a la gente le gustó muchísimo. Así que ahora he expuesto algunas para ver qué pasa. Lo que realmente me gusta es que a las obras les de el aire”. Porque en el taller, donde asegura contar con en torno a 150 pinturas, 2.000 serigrafías, 300 o 400 grabados y más de mil dibujos, fruto de que pintar es algo que necesita como el respirar, “se mueren de risa”.
Esto es algo con lo que coincide totalmente su compañero Ortega, que, satisfecho con cómo ha quedado la exposición, considera que las obras de arte están hechas para exponerse al público. “Entonces se vuelve mágico: en el taller no es lo mismo”. Confía, así, en que las obras de ambos provoquen “sorpresa, desconcierto y reflexión” entre quienes hasta el próximo 9 de septiembre se acerquen hasta la Sala Iberia y recorran la muestra con los ojos bien abiertos.