Junto con la Catedral, la iglesia de El Salvador, declarada Bien de Interés Cultural (BIC), probablemente sea el templo conquense con más historia, valor patrimonial y capacidad de generar sentimientos. En ella se encuentran, pertenecientes a nueve hermandades, algunas de las imágenes más admiradas de la Semana Santa conquense, como la de Nuestro Padre Jesús Nazareno del Salvador, y a sus puertas se congrega un elevadísimo número de personas cada madrugada del Viernes Santo, cuando salen a la calle los pasos de la procesión Camino del Calvario.
Al atractivo de la docena de imágenes de la Semana Santa realizadas tras la guerra civil por escultores como Luis Marco Pérez, Federico Coullaut-Valera o Leonardo Martínez Bueno distribuidas por el templo se añade el relieve a medio hacer de Miguel Zapata en homenaje a la Pasión de las puertas de la iglesia y son muy numerosos los retablos escultóricos: está el retablo mayor, obra del entallador Sebastián Suárez, de estilo Regencia e instalado entre finales del XIX y principios del XX, y por toda la nave central abundan otros de pequeño tamaño y estilo neobarroco realizados a partir de 1940 por artesanos conquenses como Apolonio Pérez Llandres, Cecilio Hidalgo o los hermanos Nemesio y Modesto Pérez del Moral, a quienes más recientemente se han sumado otros autores como Luis Priego o el cordobés José Carlos Rubio. Además, en una de las capillas destacan unas vidrieras elaboradas el pasado siglo en un taller.
Las pinturas, por supuesto, tampoco faltan, aunque no sean mayoritarias: en la capilla de San Juan Bautista se exhibe un lienzo anónimo del Barroco que representa el bautismo de Jesús y en la bóveda vaída de la capilla de Jesús Nazareno del Salvador hay una pintura elaborada en el siglo XX por Víctor de la Vega (Cuenca, 1928-2015).
Ahora, entre sus nuevos contenidos pictóricos destacan dos pinturas realizadas por Pedro Romero Sequí por encargo del Cabildo de Caballeros que decoran la capilla del Santo Sepulcro que esta entidad comparte y mantiene junto con otros colectivos, principalmente hermandades, y donde entre otras imágenes de la Semana Santa se encuentran los pasos del Cristo Yacente y la Santísima Virgen de la Soledad ante la Cruz que desfilan en la noche del Viernes Santo en la procesión del Santo Entierro.
Se trata de un retrato recentísimo de San Francisco de Borja (Gandía, 1510-Roma, 1572) que se suma al confeccionado hace en torno a un año del obispo Laplana, dos pinturas de producción contemporánea en honor a dos personalidades distinguidas de los siglos XVI y XIX-XX, respectivamente, para una capilla barroca, del XVIII.
SAN FRANCISCO DE BORJASan Francisco de Borja, canonizado por el papa Clemente X en 1671, fue, entre otras muchas cosas, patrón de la nobleza y la hidalgía española en tiempos del emperador Carlos I, general de la Compañía de Jesús, duque de Gandía, marqués de Lombay, caballero y comendador de la Orden de Santiago, caballero en Uclés o comendador de Huélamo.
Romero Sequí investigó en los retratos de San Francisco preexistentes, en los que siempre se le ha representado como un hombre “ya mayor, un tanto estropeado”, como sería el caso de un retrato del pintor sevillano Alonso Cano (1601-1667). Pero él ha querido rejuvenecerlo.
Para ello, como modelo ha tomado a un joven caballero andaluz, noble no de sangre pero sí de servicio que pertenece a la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Aunque lo ha desarrollado a su manera, añadiéndole por ejemplo barba y quitándole pelo. Le ha retratado con el hábito de caballero de la Orden de Santiago y atributos de la nobleza como el Toisón de Oro y la corona de virrey de Aragón. Y una sonrisa amable.
En el caso del obispo Cruz Laplana, beatificado en Roma en octubre de 2007, nació en Casa Alonso de Plan, en Huesca, en 1875, y fue fusilado por los republicanos en la carretera entre Cuenca y Villar de Olalla en agosto de 1936, al comienzo de la guerra civil. Desde 1921 ocupaba el cargo de obispo de Cuenca en la Catedral y fue miembro del Cabildo de Caballeros. Pedro Romero Sequí lo retrata sin idealización alguna a partir de fotografías antiguas.
Para ambas creaciones, este pintor conquense tenía claro que su objetivo era hacer dos pinturas contemporáneas, del siglo XXI, pero que estas no debían desentonar con el tiempo en que cada uno vivió, separados por tres siglos de distancia. Tampoco desentonan entre sí, las dos con colores tenues.
Como es tradicional en la historia del arte, el objetivo de estos retratos es ensalzar a dos personas muy estimadas por la sociedad y preservar su legado, contribuyendo, al mismo tiempo, a incrementar el valor artístico de la iglesia.
“Las imágenes y los cuadros han sido siempre catequesis ofrecida al pueblo de Dios. La iglesia propone la vida ejemplar de ciertas personas que considera modélicas para los demás y eso se ha manifestado a través de cuadros que nos ponen en contacto con esas personas como los santos, que para la vida de los cristianos siempre son actuales, porque su mensaje trasciende el espacio y el tiempo. Mirándolos, nos hacen intentar imitar lo que ellos representan”, cuenta el párroco de la parroquia, Domingo Marín.
Romero Sequí está muy agradecido tanto al Cabildo de Caballeros como al párroco de El Salvador por permitirle exhibir las obras en un templo con tanta historia, algo a lo que “otros son reacios”.
El clavero del Cabildo de Caballeros, José Manuel Abascal, también defiende esta renovación porque “la vida sigue, surgen nuevos artistas y hay que aprovechar su arte para dejar testimonio de ello, porque cada época tiene que tener su recuerdo”.
Entre las finalidades del Cabildo se encuentran, precisamente, apuntan Abascal y el canciller-secretario, Manuel Piñango, el ayudar al mantenimiento y enriquecimiento de las tradiciones de la ciudad, sus templos, su Semana Santa.
ORÍGENESEl origen de la iglesia de El Salvador, como el de la Catedral, se encuentra en tiempos de la reconquista de la ciudad a cargo de las tropas de Alfonso VIII en 1177. Aunque ha tenido numerosas restauraciones a lo largo de la historia, entre las que destacan la llevada a cabo por Juan del Pontón, maestro de obras del Obispado, a finales del siglo XVII, o la intervención en el coro y el levantamiento de la torre neogótica actual a principios del XX siguiendo el proyecto de Luis López de Arce. La capilla del Santo Sepulcro, por su parte, fue remodelada a principios del siglo XVIII siguiendo el estilo barroco del XVII.
También data del siglo XII el Cabildo de los Caballeros, entidad surgida para reconocer a los nobles conquenses y cuya autoridad fue validada por monarcas como Alfonso VIII. En su haber destaca la bula que en el XVII el papa Clemente VIII les concedió para organizar la procesión del Santo Entierro, para lo que se crearía la Congregación de Ntra. Señora de la Soledad y de la Cruz.
Este cabildo, al que además de al homenajeado obispo Laplana han pertenecido nombres como el escritor y cronista real Diego de Valera (Cuenca, 1412-Puerto de Santa María, 1488), cuenta en la actualidad con 54 miembros, la mayoría de origen y apellido noble, aunque también los hay elegidos por contar con una trayectoria destacada en beneficio de la ciudad o de la sociedad, como el general y exdirector del CNI Félix Sanz Roldán.
El párroco agradece a este Cabildo, a las hermandades que guardan sus pasos en El Salvador y a otras entidades de distinta índole, entre las que se encuentran el Apostolado de la Oración o el Corazón de Jesús, la ayuda que ofrecen para la buena conservación del templo, así como las inversiones que, dentro de sus posibilidades, realizan para nutrirla de nuevos atractivos, como las dos pinturas de Romero Sequí que ahora decoran la capilla del Santo Sepulcro.