Aunque su figura no sea excesivamente conocida fuera del ámbito de los historiadores del movimiento republicano en España, el conquense Pablo Correa y Zafrilla –nació en La Pesquera en 1842– realizó una aportación al desarrollo de la cultura democrática en la España contemporánea que, en algunos aspectos, fue crucial.
Esa aportación y su propia trayectoria vital protagonizarán la charla que este martes 29 de enero, bajo el título de “Pablo Correa y Zafrilla.
Republicanismo y cuestión social en la España del Ochocientos”, dará, dentro de la programación cara al público de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, el profesor asociado de la Facultad de Humanidades del campus de Cuenca Eduardo Higueras Castañeda que precisamente acaba de publicar, en la editorial Almud, una biografía de este personaje.
Será como siempre a partir de las ocho de la tarde en el salón de actos de la corporación académica en la segunda planta del edificio de las antiguas Escuelas de San Antón, junto a la iglesia de la Virgen de la Luz, con entrada libre y gratuita hasta completar la capacidad del espacio.
Nacido, cual quedó señalado, en la localidad de La Pesquera, Correa y Zafrilla, además de ser el primer traductor al castellano de El Capital, fue autor de una ingente masa de artículos repartidos en las columnas de todos los periódicos del Partido Republicano Federal en el último cuarto del siglo XIX.
Estudió Derecho en Madrid, siendo uno de los participantes en los disturbios de la llamada Noche de San Daniel, razón por la cual permaneció durante un mes en la cárcel. Ejerció como abogado en diversas localidades conquenses, y poco a poco se fue convirtiendo en un activo militante republicano hasta alcanzar la elección como diputado de las Cortes Republicanas de 1873 por Cuenca, representando a Motilla del Palancar.
Amigo de Francisco Pi y Margall y fiel prosélito de sus doctrinas, frecuentó las páginas de los diarios La Unión y La Vanguardia, para convertirse más tarde en el segundo director del diario La República fundado por el marqués de Santa Marta en 1884.
Tan sólo un libro, inacabado y publicado tras su muerte, condensó sin embargo su pensamiento, deudor en gran medida del de su mentor, Pi y Margall, aunque sus conclusiones eran considerablemente más avanzadas en determinadas materias, caso, por ejemplo, de su respuesta frente a la cuestión social o al papel social y político de la mujer.