En estos momentos el Instituto “Maestro Juan de Ávila” de Ciudad Real, hermano de nuestro “Alfonso VIII”, celebra una exposición con motivo de su 175 aniversario en el antiguo Convento de La Merced, hoy Museo de Ciudad Real y en su tiempo primera sede del Instituto. Esta exposición, que ya está a punto de finalizar, consta de cinco módulos expositivos. El primero de ellos, dedicado al nacimiento del centro educativo, comienza en 1841, cuando el general Espartero insta a su creación, que se hizo efectiva en 1843 en este desamortizado convento.
En la primera vitrina donde se muestran los primeros documentos de la historia del “Juan de Ávila” encontramos la “Memoria acerca del Estado de la Enseñanza de la Universidad Central y en los establecimientos de su distrito. Anuario de 1861 a 1862”. Este librito está abierto en la vitrina en la página relativa al Instituto de Ciudad Real, pero bajo él encontramos la referencia al Instituto de Cuenca en el que se cita textualmente:
“Fue fundado en 5 de Octubre de 1844, suprimido en 4 de Septiembre de 1850, y restablecido por Real Orden de 5 de Agosto de 1951.
Desde esta última época se han mejorado estraordinariamente (sic) los medios de enseñanza; se han formado los Gabinetes de Física é Historia Natural, se han adquirido muchos útiles para el estudio de la Geografía, Historia y Matemáticas y se han organizado una Biblioteca se encuentran las principales obras…”.
Dos más dos son cuatro. El 5 de octubre de 2019 el Instituto Alfonso VIII celebrará su 175 aniversario y mientras continúo visitando la exposición, no puedo evitar recordar que sigue cerrado su edificio en Cuenca y que no deberíamos permitir como conquenses que este centro emblemático cumpliera su efeméride en esa situación. No hablamos del instituto en su función meramente educativa, pues el centro en el que se encuentra ubicado cumple perfectamente sus funciones, sino por su carácter simbólico.
El recorrido de la exposición continúa por una galería de retratos de personajes ilustres que pasaron por las aulas del Instituto “Juan de Ávila” y nos conduce a la recreación de un aula de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero la semilla ya está sembrada y cuando llego a la sección dedicada a los gabinetes de Dibujo, Historia Natural y Física y Química, empiezo a sentir la incomodidad que sentirían muchos antiguos alumnos y alumnas del Instituto “Alfonso VIII” por haber consentido que nuestro instituto haya permanecido cerrado tanto tiempo y que su Museo, donde se encuentran piezas como mínimo equivalentes a las aquí expuestas, se encuentren en algún almacén esperando su reapertura.
Tantos recuerdos simétricos me vienen a la memoria en el gabinete de Dibujo donde me parece escuchar al insigne Víctor de la Vega tratando de hacernos entender las perspectivas o las clases de Ciencias Naturales rodeados de eso que hoy nos puede parecer tan aberrante como son los animales disecados. Impresiona sin duda este chimpancé subido a una rama y encerrado en una vitrina de cristal, al que le cuelga del dedo del pie una pequeña etiqueta, cual cadáver en una morgue. Aunque en aquellos tiempos escolares no habíamos adquirido todavía esta conciencia y nos parecía lo más normal tomar apuntes a los pies de un águila imperial disecada.
Termina la exposición con una sección dedicada a la Biblioteca del Instituto de Ciudad Real, que al igual que la del “Alfonso VIII”, durante mucho tiempo fue el único faro que acercó a tantos conquenses a los clásicos. La exposición finaliza en una cortina negra. Negra como el sentimiento de rabia que me invade. Me pregunto cómo hemos consentido que esta institución central de la cultura conquense esté cruzando este desierto, sin que nos hayamos puesto de su lado como si no fuera con nosotros.
A punto de cumplir este 175 aniversario parece llegado el momento de reivindicar que se realice una exposición, como mínimo, de las mismas características de la que se encuentra en el convento de la Merced. Es una cuestión de conservar nuestra identidad como conquenses y a los conquenses corresponde hacerlo. Parece llegado el momento de recuperar las voces de los que pasaron por el centro, celebrando colectivamente su historia y sus gentes. Porque no estamos hablando sólo de pasado, sino de preservar nuestra identidad como ciudad, un valor tan importante para poder construir el futuro.