Sin decir ni una palabra. Así consiguió Hugo Miró ganarse el cariño de todas las familias que asistieron a la segunda jornada de Conka Street. Un singular personaje que con sus gestos cómplices, música y juegos captó la atención de todos los presentes desde el primer minuto.
Como si de una película de cine mudo se tratase el cómico circense tan solo hico uso de una maleta y un taburete y como no de su desparpajo para que la explanada del Teatro Auditorio se convirtiera en una zona de juegos para los más pequeños.
Eso sí, con una escrupulosa organización por familias, con sillas separadas y con un exhaustivo control de entrada en la que termómetro y gel hidroalcohólico en mano los organizadores recibían a todos espectadores para después acompañarlos hasta sus butacas.
Pero, además, Hugo Miró también controló que se cumplieran las medidas sanitarias ya que de su misteriosa maleta sacó una larga vara de dos metros para controlar la separación. Durante el espectáculo su sombrero se convirtió en su mejor aliado que junto a las muecas y acrobacias arrancaron las carcajadas del público.
Entusiasmo que todos los que habían comprado entrada demostrador ya que lo acompañaron durante toda la representación con aplausos constantes y una gran ovación final. Y es que, el silencio nunca había dicho tanto.