Después de su triunfo en el Teatro Auditorio de Cuenca unos meses atrás y una gira por gran parte de la geografía española a sus espaldas, Fizzy Soup regresa a su lugar de origen para presentar su nuevo álbum, acompañados de un público entregado.
A las 22:00 del sábado las bandas ultiman los detalles en la prueba de sonido y un cordón rojo separa la Sala Directo del bullicio de La Ronería. En la entrada, un cartel luminoso anuncia el nombre de los dos grupos y Javi Corroto, de los Fizzy Soup, se asoma ansioso por la ventanilla de la puerta del local.
Una pandilla se acerca a preguntar por las entradas y alguien asegura que un buen número se compraron anticipadas. Se retira la cinta, desaparecen los músicos del escenario y varias personas se acercan a curiosear el merchandising mientras suena Grandma’s Hands de Bill Withers.
Casi media hora de espera sirve al público para pedir en la barra y saludar a los que van llegando. Unos minutos antes de las 23:00 empiezan a escucharse las primeras notas de Panic Relief. Con un sonido que recuerda a bandas como Radiohead, el grupo de rock-psicodélico cautiva pronto con su estilo.
Un ukelele distorsionado llama la atención del público junto a los cambios intermitentes de bajo a contrabajo. Durante una hora tiene lugar una enérgica audición, un juego de luces muy cuidado que dibuja sombras y figuras en la sala y una puesta en escena soberbia a la par que humilde.
La guitarra sigue resonando con las últimas notas mientras sus oyentes claman el bis. La banda prometía no hablar demasiado y dar paso a los Fizzy; finaliza y deja un perfecto escenario para dar comienzo a las historias de Lo que no se ve, en forma de canciones.
El grupo anterior recoge sus instrumentos y en los altavoces de la sala vuelven a sonar otros cuantos clásicos. La espera se hace larga y cada vez llega más gente, que se agolpa en las primeras filas.
Unos minutos después, los Fizzy Soup aparecen en el escenario y The Big Black Wolf inunda el local; el público vuelve a animarse con los acordes de Javi Corroto y su Gibson SG, al ritmo de la percusión de Sonia García y las voces de ambos.
También les acompañan el habitual Eduardo Martínez a la batería y el nuevo fichaje del grupo, el bajista Javier Rostra. El conjunto se funde con los colores del escenario, el humo, un público entregado y temas del nuevo álbum como Diver, The Deepest o Gravity.
Unos minutos de descanso y Sonia aprovecha para explicar el último trabajo. “Es un viaje hecho para las personas que buscan huir de algo”, cuenta. También nos habla del merchandising que han traído: una maleta y una caja en la entrada contienen unos discos hechos con mucha minuciosidad y “una tinta especial que los dota de magia y los hace únicos”. Bromas y mucha confianza que dejan entrever una relación estrecha con los oyentes.
Los Fizzy vuelven al ataque, y la sala a cantar y bailar con todavía más afán. Historias Posibles, Blow Up y Fin de la Montaña coronan el estreno del último proyecto musical en la ciudad de las Casas Colgadas y el guitarrista invita al público a dejar su bebida, alzar los dos brazos y tocar palmas al ritmo de No Prayers, que pone la guinda final al show.
El espectáculo termina, los músicos se retiran celebrando las reacciones y el resultado confirma lo esperado: todo un éxito que deja a un público con ganas de volver a ver ‘lo que no se ve’.