Merece la pena una última visita para aprovechar estos últimos días de la muestra, antes de que muchas de sus piezas vuelvan a los almacenes y al recuerdo. Más allá de las noticias diarias que nos asaltan y nos sobresaltan, en la sala de Princesa Zaida encontramos un buen resumen de lo hallado y lo perdido durante estos veinte años del siglo XXI que llevamos recorridos.
En esta caja de tesoros conquenses de los últimos decenios, la villa romana de Noheda ha sido sin duda la estrella, pero no ha sido la única. En esta ocasión, una pieza proveniente de Noheda comparte vitrina con un danzante de Ercávica que parece suplicar que la tierra de lo recién desenterrado no acabe tapando lo ya conocido. De Roma saltamos a una zona dedicada al pintor Virgilio Vera, nacido con el siglo y muerto en la cárcel alrededor de 1940. Un autorretrato regresa desde esa época para recordarnos tiempos de banderas y de muerte. Pared con pared, Carmen Arias rompe otro silencio y se une desde su obra al sonido de la calle. Es la única mujer de la muestra.
Los cuadros de Amancio Contreras se ubican frente a la vitrina donde se funden en un abrazo alfarero las piezas de Adrián Navarro y de Pedro Mercedes. En la sala parece oírse aún la voz de Amancio hablando con Pedro: “Amigo, para mí eres más poeta que alfarero”, otorgándole para la eternidad el título de “Poeta del barro”. Siglo veintiuno de ausencias, como la de Miguel Zapata que nos abre las puertas al recuerdo desde el fondo de la sala. Allí un bajorrelieve de cuerpo entero se recuesta sobre la palabra Cuenca. Un directo al mentón de la autocomplacencia que nos obliga a mirarnos al espejo.
Todavía noqueados, nos esperan algunas piezas de Etnografía, entre ellas el banco de carpintero de Regino Moreno. Sueña que te sueña. Herramientas aún dispuestas a servir de médium entre el sentimiento humano y la madera. Algunas piezas que en su día estuvieron en las residencias universitarias también forman parte de la muestra. Entre ellas una foto de Texeda en blanco y negro. Una de aquellas fotos imponentes que formaron parte del decorado de nuestra ciudad y que se nos quedaron clavadas en la memoria. Hoy ya son pieza de museo, y el tiempo recorrido se nos viene encima.
Esperábamos un gabinete de curiosidades y nos hemos dado de bruces con nosotros mismos, con esa ciudad que fuimos y que somos. Un comisariado invisible que, sin embargo, no ha dejado nada al azar y que ha ubicado cada pieza en ese preciso lugar donde cobra su sentido preciso, su relación con las demás y con un discurso que va guiando nuestra mente hasta construir un relato de lo que llevamos de siglo.
Tampoco se descuida el viaje de vuelta. Cuando damos por concluida la exposición, un retrato al óleo de D. Francisco Suay pintado por Alejandro Cabeza nos despide a la salida. Su bigote imponente, su solemne pelo blanco y sus eruditas gafas gruesas nos regresan al principio, cuando apenas comenzábamos este camino y la historia era sólo pasado.
La exposición “La tira de sorpresas. Novedades del siglo XXI en el Museo de Cuenca” puede verse hasta el jueves 14 de marzo en la Sala de Princesa Zaida del Museo de Cuenca.