Antonio Pérez, el arte de la mirada
Hay en todas las nieves del invierno más antiguo de Sigüenza, ciudad natal de Antonio Pérez, un resplandor de humanidad. Solamente la memoria es capaz de cifrar el mundo en toda su lejanía, quien ha estado cerca durante su niñez de la presencia del blanco de la nieve tiene, de por vida, la sorpresa que llega a la mirada y sus interiores más profundos. Siempre imaginé, desde el primer momento que conocí a Antonio Pérez en el verano de 2013, que era un amigo mayor de las infancias de ambos, cuando un hombre del interior de Castilla regresa de un exilio debe suceder algo en su memoria que se parece a esas nieves vistas por primera vez en un invierno olvidado.
Antonio Pérez fue amigo de sus amigos, la propia historia de la colección de arte que representa el legado de su existencia se inició en la amistad, para la historia de la cultura contemporánea la relación de cercanía entre Antonio Pérez y artistas como Antonio Saura o Manuel Millares configura un episodio esencial sobre la propia identidad de Cuenca. Fue padrino del músico Manu Chao, por la amistad que compartió con el periodista Ramón Chao, fallecido en 2018. Visitar la biblioteca de la Fundación, custodiada por Santiago López, hipnotiza a los visitantes de cualquier procedencia con más de 25 mil volúmenes, muchos de ellos en francés, ecos de la vida parisina de Antonio Pérez.
El arte y los artistas no se pueden pensar sin la cercanía que constituye la atmósfera de la creación. Antonio Pérez fue un testigo de excepción sobre el acontecer cultural y artístico. Su forma de mirar tiene un gran parentesco con ese brillo de la experiencia de ver que constituye horizontes y perplejidades, todo en un museo como el del Objeto encontrado sugiere la posibilidad de una epifanía, de una debelación, de un pestañeo de nuestro yo más cierto que dota a la mirada de una riqueza recobrada, de un valor redescubierto, el de la experiencia del mundo y de la vida, en un punto equidistante entre la ingravidez de los recuerdos de infancia y el peso revelador de los años que otorgan a los seres vivientes de una sabiduría natural. Elvireta Escobio, me habló de él por primera vez en Madrid, conocerle en persona y compartir amistad, visitándole en sus horas de asueto nocturno en la Taberna Jovi de Cuenca, fue una experiencia inolvidable.
Tras su retiro circunstancial por motivos de salud y de avanzada edad, la vida del Museo conquense continuó plena de actividades y de exposiciones durante varios años de su ausencia. En 2012 se lanzó un documental sobre el objeto encontrado de Antonio Pérez, dirigido por César Martínez Herrada. La sala Millares de la Fundación Antonio Pérez atesora 21 arpilleras del artista canario universal, casi los mismos años que lleva abierto al público este museo pionero y emblemático en la ciudad castellana, allí perduran las colecciones especiales de otros artistas como Lucebert o Canogar. El hálito de Antonio Pérez pervive y se expande hasta las sedes de Sigüenza, San Clemente y Huete. De la casa de Antonio Pérez en la calle San Pedro- era vecino casi puerta con puerta de Saura- la distancia al museo se supera en un minuto, la casa del artista que también era un museo debería conservarse para la posteridad.
Antonio Pérez era un hombre que miraba las estrellas de día, lejos de la oscuridad necesaria para atisbar aquellos faros de lo cósmico. Quiero decir que el hombre que mira las estrellas no precisa durante el día de la nocturnidad, las lleva dentro de sí como un mapa del tesoro, él reconocía y atestiguaba en el deambular de su experiencia de mirar aquellos signos y resplandores del aura de las cosas, ver para Antonio Pérez se tradujo en interpretar confluencias y parentescos, afinidades y similitudes, el imaginario de Antonio Pérez se hizo de túmulos de luz que penetran desde los espejos con el lado del infinito roto por las horas exactas de la memoria de lo singular y de lo ajeno. Su legado pertenece al de los hombres buenos, fue Antonio Pérez un artista y como debe suceder siempre, los homenajes se hicieron en vida y tras su fallecimiento el pasado 24 de diciembre nos queda su legado.
Desde la aparición de la Fundación, con la apertura de las 35 salas que albergan alrededor de 4000 obras de arte, el Centro de Arte Contemporáneo ubicado en el antiguo Convento de las Carmelitas de Cuenca, representa un hito museográfico cuyo mayor inspirador fue Antonio Pérez. En el recuerdo de la conservadora Mónica Muñoz y de todos los trabajadores de la Fundación vive para siempre Antonio. En su filosofía de la vida, curtida en los años parisinos del exilio, habitaba el desenvolvimiento del arte de la mirada, su modo de observar late en el instante de lo que se extravía y vuelve de camino al tiempo de la memoria. Su propia casa es un santuario repleto de curiosidades, hay multitud de pertenencias y reliquias que van más allá de lo propiamente museístico. Los vilanos de cardo eternizados en el bote de cristal son un paradigma de la cosmovisión de Antonio Pérez, Quijote asendereado entre ecos y huellas de belleza.
La amistad de Antonio Pérez con los artistas dio lo mejor de aquellos años de creación entre los vestigios de la Cuenca abstracta. En su memoria viva habitaron los reflejos y la síntesis personal de todas las maderas que han avivado los fuegos de un siglo. Fue Antonio Pérez un sobreviviente de las vanguardias y de los templos profanos que atesoran los colores y las formas de lo imaginado, el caminante de los ríos que devolvían al caudal toda su fuerza. Desde su compromiso progresista y la cercanía a la ciudad y sus gentes, Antonio Pérez fue admirado y reconocido.
Quien mira da vida a lo mirado, si hubo alguna vez un comienzo del arte en la representación del sol y en la quimera de otras civilizaciones que aspiraron a la inmortalidad por medio del símbolo y del ritual, también debe suceder un final de la experiencia de ver que se imanta a las culturas del ocaso, de las sociedades como la nuestra que ya se dirigen a un límite de su propia perduración. De ahí que Antonio Pérez ejemplificó justamente al artista-coleccionista que donó una fuente de sentidos que reavivan y alertan en sus congéneres la conciencia de la fragilidad trascendental del tiempo del tiempo.
Antonio Pérez fue editor, impulsó la mítica editorial Ruedo Ibérico, su cultura provenía de las horas compartidas en la librería parisina Joie de Lire, lo recordaba su amigo Jorge Monedero en el reciente homenaje del programa de Cadena Ser, junto al crítico de arte Alfonso de la Torre, la profesora Victoria Santesmases y representantes del colectivo Lamosa Lab. Bajo el impacto de las nuevas tecnologías y el ritmo irreversible de la sociedad de consumo, junto a la crisis de la pandemia global, la vida y la obra de Antonio Pérez nos muestran que en el valor de la mirada se encuentra el don de estar vivos. Esa es la belleza. Y ahora tras su muerte, en su museo habita, como dijo Novalis, el mundo futuro.