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La vida tras un trasplante de riñón

Esta maestra conquense recibió con treinta años la noticia de que padecía de insuficiencia renal y necesitaba un trasplante si quería llevar una vida normal. El riñón llegó en menos de dos años y, con él, su nueva vida
La vida tras un trasplante de riñón
Mary Margeliza Martínez. Foto: Saúl García
08/06/2019 - Gorka Díez

Por casualidad, tras regalar a una amiga que acababa de terminar los estudios de Enfermería un tensímetro y dejarse tomar la tensión a modo de prueba, Mary Margeliza Martínez (Cuenca, 1973), que hasta entonces no había notado nada raro, e incluso se sentía estupendamente, descubrió que algo no cuadraba: tenía disparada la tensión, ante lo que decidió acudir de inmediato al hospital. Allí le hicieron unas pruebas y le diagnosticaron insuficiencia real, advirtiéndole de que sus riñones “casi no me funcionaban” y de que la única solución a medio plazo sería un trasplante.

“Tenía treinta años, acababa de casarme, pensábamos en tener una niña, y de repente el mundo se me vino encima. Es algo que no es fácil de asimilar porque, además, en mi caso, no tenía ningún síntoma y había entrado con mis propios pies en el hospital. A mi edad no me hacía analíticas ni iba a que nadie me tomara la tensión, que consideraba que era algo como de abuelos, así que aquella toma por casualidad resultó milagrosa porque, de lo contrario, me podía haber dado algo. El doctor, Fernando Tornero, me lo dijo bien claro: estaba grave y tuve que quedarme ingresada y suspender el viaje a una boda en Córdoba que tenía ese mismo día”.

La atención que recibió por parte del equipo médico de nefrología del hospital Virgen de la Luz le ayudó a superar esos primeros momentos. Un proceso que reconoce que fue duro, pues tuvo que someterse a una diálisis peritoneal durante casi dos años para eliminar los desechos de la sangre, tarea que sus riñones no realizaban correctamente.

“No tenía que ir a los centros de diálisis, donde si vas te pasas toda la mañana o toda la tarde tres días a la semana, sino que pude hacer el tratamiento en casa, con dos o tres cambios al día de un líquido en la barriga que hace la función de tu riñón, absorbiendo todo lo que este no puede expulsar, lo cual era cómodo y me permitía seguir trabajando. Pero la calidad de vida empeora”.

Por fortuna, pese a que “normalmente la gente espera mucho más tiempo”, en menos de dos años, el 2 de agosto de 2007, muy temprano, a eso de las seis de la mañana, recibió una llamada del hospital general de Albacete y le dijeron que tenían un riñón para ella.

“No teníamos que llevar nada, salvo a mí misma, así que salimos corriendo para allí. Tuve la suerte de que el riñón era compatible en un 99 por ciento y que no tenía ninguna infección, porque como tengas 37,1 de fiebre ya no puede ser, de modo que esa misma tarde me trasplantaron. Estuve siete días ingresada en la unidad de cuidados intensivos, con visitas restringidas, adonde todo el mundo pasaba con gorros, guantes, mascarillas”, recuerda.

Tuve la suerte de que el riñón era compatible en un 99 por ciento y que no tenía ninguna infección, porque como tengas 37,1 de fiebre ya no puede ser

Alta médica

Con el alta médica, los problemas se terminaron. “Desde entonces estoy fenomenal. Mi vida ha mejorado en todo. Comprendí que antes del trasplante, aunque nunca me había sentido enferma, lo pasaba muy mal subiendo escaleras, algo que pensaba que era normal, porque todo el mundo se cansa, pero comprendí que yo me cansaba de verdad”.

No había cumplido un año del trasplante cuando, en mayo de 2008, pudo hacer un viaje a China para buscar a la que desde entonces es su hija. Y, más allá de tomar una medicación para el rechazo y realizar revisiones periódicas cada tres o seis meses, hace una vida totalmente normal.

“Tomo una dosis muy pequeña de un medicamento para que no suba la tensión, pero por tranquilidad de los médicos; en verano, como baja, no la tomo. También hay que cuidarse un poco, no comer mucho, evitar el alcohol o el tabaco, pero eso es malo para todos”, dice.

Esta maestra de Educación Primaria en Valera de Abajo con el título de Magisterio desde 1994 tiene claro que, desde el trasplante, tiene dos cumpleaños: el natural, el 2 de julio de 1973, y el 2 de agosto de 2007, “el día en que volví a nacer: es como lo siento”.

Siempre tendrá en la mente a la familia que decidió donar los órganos de quien había fallecido. “No los conozco, porque todo esto es algo muy privado, pero les estaré eternamente agradecida, es una manera muy generosa de dar vida a otra persona aun en el dolor que tú tienes por haber perdido a tu ser querido: han ido más allá de su dolor para poder salvar otras vidas”.

Así que, en línea con la labor de la Asociación para la Lucha contra las Enfermedades Renales (Alcer), recomienda la donación de órganos, algo que, insiste, puede mejorar notablemente la calidad de vida de otras personas e, incluso, evitar su fallecimiento.

“Entiendo que es difícil, porque cuando eres joven nunca piensas que te va a pasar nada, y todos nos creemos invencibles, pero es muy importante que la gente se conciencia de que es para bien”.


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