Más allá de las visitas a los seres queridos y las flores hay una tradición gastronómica de la festividad de los Difuntos y los Santos que ya tiene entidad propia: los huesos de santo y los buñuelos de viento, ambas recetas de origen morisco.
De los últimos reza la tradición que se toman porque cuando se come un buñuelo se salva un alma del Purgatorio. Por su parte, los huesos se empezaron a llamar así, más que por su forma, por el color beige de su materia prima, el mazapán. Simbolizan cariñosamente a los muertos, y al degustarlos se considera que los tienes en el recuerdo y no les temes.
En las pastelerías conquenses han trabajado los días previos a destajo para elaborar estos dulces otoñales. En ‘Casamayor’ conjugan los sabores tradicionales con la innovación. El año pasado alcanzaron los doce sabores de relleno de los buñuelos, un récord que esperan superar.
El propietario y obrador de esta pastelería, Peter Guba, señala que al principio los clientes son reacios a llevarse estos nuevos sabores, “pero una vez que los prueban repiten”. Así, junto a la nata, la crema, la trufa, el chocolate o el cabello de ángel, en 2016 triunfaron la naranja con chocolate, el queso y el tiramisú. Además, ‘Casamayor’ trabaja también sobre pedido “por lo que si podemos atender las peticiones del cliente lo hacemos”.
Por regla general, el buñuelo se vende más que el hueso de santo, “aunque ambos triunfan durante las dos semanas que dura la venta”. Hasta 200 kilos pueden salir de huesos, calcula Guba, una delicatessen que requiere de un proceso de elaboración más largo y que ellos fabrican con almendra cien por cien marcona y sin ningún tipo de aditivo ni conservante artificial.
Cuando los más golosos le preguntan por qué solo se venden en noviembre, este pastelero tiene claro que “cada época tiene su dulce y así se cogen con más ganas y se disfrutan más de un año para otro”.