Cada 16 de agosto, Cuenca cumple una obligación religiosa que se remonta a más de cinco siglos, pues la Ciudad juró en el siglo XVI celebrar la fiesta de San Roque, como bien citaba el historiador conquense Mateo López en un manuscrito que recoge Antonio Rodríguez en el libro “Cuenca en el recuerdo”. En el manuscrito se puede leer que “en la peste que se padeció en Cuenca en los años de 1508 y 1509 se juró por la Ciudad celebrar todos los años la festividad de San Roque, y se decretó que los ayuntamientos de la ciudad se tuvieran fuera de ella; el primero se celebró en Albaladejito y otros en Chillarón, Cólliga y otras aldeas inmediatas a Cuenca”. Así se refleja en las actas del Concejo de 1588.
La tradición se ha mantenido a lo largo del tiempo con algunos altibajos, incluso pasando la fecha de la procesión al 15 de agosto en alguna ocasión, pero la Venerable Hermandad de San Roque, volvió a tener pujanza en los comienzos del siglo actual y hace posible aquel juramento de celebrar la festividad de un santo tan popular como San Roque, tan celebrado en la provincia.
Desde la década de los setenta del siglo pasado, la imagen de San Roque se venera en la iglesia de San Felipe Neri, donde se le rinde culto En los comienzos del siglo XX la procesión se organizaba desde la ermita de San Antonio El Largo, para luego hacerlo también desde San Miguel o desde la parroquia de la Virgen de la Luz, en el Puente de San Antón. También en algunos años la imagen se veneró en la capilla Pozo de la Catedral. En 1925, un grupo de conquenses intentó refundar la Hermandad en San Miguel, pero sería en 1947 cuando la Congregación de San Roque tomó carta de naturaleza en la iglesia de San Nicolás, hasta su paso definitivo a San Felipe.
Así, a las diez de la mañana de cada 16 de agosto, los sonidos del reloj de la Torre de Mangana anuncian la salida de la imagen de San Roque, obra del escultor Bieto Masip, por las escalerillas de lo que fue iglesia de los Oblatos. En el interior de tan bello templo religioso, digno de ser admirado por los visitantes --sin olvidarnos de las pinturas de Luis Roibal en el Retablo-- se queda la venerada talla de Jesús de Medinaceli, siempre impresionante y este año además, de manera excepcional, las imágenes del Cristo de los Espejos, María Magdalena y San Juan, por obras de pintura en El Salvador.
La imagen de San Roque aparece en el dintel de la puerta a los acordes del himno nacional y la sencilla procesión matinal asciende por entre las hiedras de Alfonso VIII y las fachadas multicolores, acompañada de fieles devotos. (Este año echamos mucho de menos al sacerdote “Manolo”, Manuel Martínez Moset, fallecido el pasado 21 de noviembre. Casi medio siglo presidiendo esta sencilla procesión como rector de San Felipe).
Los sonidos de la Banda de Música de Cuenca, que dirige Juan Carlos Aguilar, se entremezclan junto al trino de los pájaros en las hiedras y los toques horarios de Mangana. Y así, paso a paso, hasta la Plaza Mayor, ante la mirada sorprendente de muchos turistas y nazarenos de ropa de verano deseosos de escuchar “Nuestro Padre Jesús” o el “San Juan”. En uno de los balcones del Mangana se puede leer un llamativo cartel, habitual en los últimos años: “Faltan 33 días para San Mateo”.
La procesión, presidida este año por el párroco de El Salvador, Gonzalo Marín López, encargado de San Felipe (donde dice misa los sábados por la tarde), da la vuelta frente a la Catedral y vuelve sobre sus pasos para celebrar después la solemne misa en la iglesia de San Felipe Neri, oficiada por el citado Gonzalo Marín. Tras la presidencia religiosa cerraba el cortejo la representación municipal, con el quinto teniente de alcalde, Adrián Vicente Martínez, flanqueado por el portavoz del Partido Popular, Álvaro Barambio Odriozola y Rafael Rodríguez Bartolomé, portavoz de Vox y la propia Banda de Música, interpretando diversas marchas que resuenan por el Casco Antiguo.
San Roque sin “Manolo”, sin los cohetes de Lucas Aledón, y sin la presencia de muchos devotos que se han ido con el santo protector, “al azul de las estrellas”, sigue siendo, sin embargo, ese santo del pueblo que conmueve junto a su perrillo. Y queda, como la tradición, el grito perenne de ¡Viva San Roque!