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Navidad Cuenca 2022

Retablo navideño de costumbres y tradiciones conquenses

Pinceladas añejas de las Navidades de mediados del siglo XX
Retablo navideño de costumbres y tradiciones conquenses
26/12/2022 - José Vicente Ávila

Los días navideños evocan recuerdos y tradiciones en la memoria colectiva, que van pasando de generación en generación, con especial incidencia en la añoranza infantil de un tiempo pasado, que fue feliz por ese acento de las “felices pascuas” y el tiempo vacacional, en aquellos años grises, aunque blancos cuando nevaba, de la década de los sesenta del pasado Siglo XX.

 

EL HORNO Y LA MATAZÓN

En los recuerdos infantiles de aquellas fechas, casi paradas en el tiempo, la Navidad empezaba, tanto en la capital como en la provincia, en los primeros días de diciembre, tras la matazón del cerdo --“por San Andrés mata tu res” (30 de noviembre), como rezaba el aforismo popular— cuando mi madre me llevaba a su pueblo, Puebla de Almenara, y me acercaba al horno de buen cocer. Allí estaba el hornero con su larga pala sacando el pan redondo dorado con mucha miga y la barrita del pan de Viena y colocando, con sumo cuidado, bandejas de galletas y dulces, hechos con moldes de estrellas, rombos, rosetas y corazones, que se parecían a las figuras del juego de póker… En los días prenavideños se hacían tres o cuatro cochuras.

Me admiraba cómo las mujeres movían la masa en la larga mesa de madera blanquecina y espolvoreaban la harina, y cómo moldeaban las tortas de chicharrones, los mantecados, los rolletes redondeados... Afuera hacía frío e incluso nevaba, pero en el horno se estaba muy bien, al calor de la lumbre de leña, y las señoras de pañuelos en la cabeza, trenzados con un lazo, y mandiles blanqueados por la harina, no dejaban de amasar y hablar, y hasta alguna preguntaba en voz baja,  “¿quién es ese chico? “El hijo de la Peque”, oía yo… mientras comía un mantecado de hojaldre recién hecho, y daba las gracias al hornero con un “Dios se lo pague”…

Luego, en cestas tapadas con manteles de cuadros, guardaban las galletas, mantecados y tortas. Era costumbre ofrecer las bandejas repletas de dulces azucarados en los días navideños, con una copita de anís, botella que luego servía para entonar villancicos frotando el cristal con una llave o un tenedor. Me asombraba ver a esas trabajadoras mujeres con grandes cántaros para llevar el agua desde la fuente, y echarlas en las tinajas de la casa y el botijo. Olía a humedad y al mismo tiempo a la lumbre baja de sarmientos, aliagas y paja.

El olor del pueblo se notaba, pues en casi todas las casas había un gorrino en la corte y un borrico o mula en la cuadra. Los rebuznos y gruñidos del cerdo se confundían, mientras la tía Alicia preparaba la artesa o tornajo con peladuras de patatas “y otras hierbas” para que el gorrinete engordase hasta el día de la matazón, con buenas arrobas de hechura. 

La matanza del cerdo era como una fiesta en aquellos días de diciembre con el fin de poder echar mano de la orza en las fechas navideñas, ofreciendo en suculentos platos los chorizos, lomos y costillas, y cómo no las morcillas. Una lumbre casi de madrugada era el primer aviso para iniciar el rito de la matazón, con el matarife hincando el cuchillo en el “gualguero” del cerdo, mientras una mujer –siempre las mujeres hacendosas— iba moviendo la sangre en la lebrilla para evitar la madeja. Sangre que con cebolla servía para las morcillas. Luego, judías y somarro a la lumbre. Imagen de tiempos pasados que quedan para el recuerdo de la España vaciada, que entonces llenaba los pueblos.

De vuelta a la ciudad, entre “la catalana” de Belmonte y el tren de vagones de tercera, de Tarancón a Cuenca, con paradas en Huelves, Paredes, Vellisca, Huete, Caracenilla, Castillejo del Romeral, Cuevas de Velasco, Villar de Saz de Navalón, Chillarón y Cuenca, asomado a la ventanilla para ver el paisaje con postes eléctricos interminables, cuidaba de la cestilla de los rosquillos fritos y los dulces horneados con exquisito primor, tal cual aguinaldo. Me alimentaba con el olor porque de coger una galleta te podía costar una torta que no de manteca, sino de guantazo… y a callar.

 

REGALOS PARA EL GUARDIA URBANO

Recuerdo el día de Nochebuena en Cuenca, en aquellos años 55-70, en los que aún no había semáforos y ver a los guardias municipales, con casco blanco, dirigiendo el tráfico en el cruce de San Antón, Carretería y Cuatro Caminos, subidos en un pequeño templete. Los conductores paraban el “600” o la vespa y les dejaban paquetes de regalos. En las esquinas los mozalbetes esperábamos que el agente de chaquetilla blanca, mejor Cortinas que Molinero, se diese la vuelta para poder coger a la carrera alguno de esos regalos…

Los críos por las calles tocando zambombas y panderetas y rascando la botella de anís, pedíamos el aguinaldo cantando el “Ande, ande, ande, la marimorena…”, mientras el cartero, el sereno y trabajadores de otros oficios pedían el aguinaldo con una tarjeta, manteniendo la costumbre con la manida frase de “les desea Felices Pascuas”.

 

La Guardia Municipal de aquellas décadas 50-70, con protagonismo en la Navidad. / Foto Pascual

Precisamente una gran tradición en todo lo que concierne a las fiestas navideñas la tenemos en el villancico de la “marimorena”, que tiene reminiscencias de esta ciudad, en la que “la María Moreno” armaba mucho ruido en la misa del Gallo, como se refleja en la Guía Turística que se editó en la década de los 70, siendo José Luis Lucas Aledón presidente del Centro Juvenil de Iniciativas Turísticas.

De ahí la palabra “marimorena” en el dicho popular, entonada en los villancicos, aunque para la Real Academia la palabra es sinónimo de riña o pendencia. Otra palabra que se utilizaba mucho en Cuenca, en Nochebuena, era la de “las parrandas” o grupos que cantaban melodías navideñas o de moda.

En San Antón, Miguel “el cojete” y sus amigos vecinos se pasaban la tarde y las primeras horas de Nochebuena pidiendo el aguinaldo y cantando el estribillo del pasodoble de Manolo Escobar “Espada de luna”: “A ella su familia le ha dicho que nones y quieren casarla con uno que dice que tiene millones…” Los de San Antón decían que “tiene tractores”… Salió el cura grandullón don Amadeo tras la misa del Gallo, y les dijo con voz severa, aunque amigable, que “o pares o nones” tenéis  que repartir alimentos a los vecinos en lugar de dar la murga… Aquí están los paquetes…”

No eran tiempos de luces entre las sombras del quehacer cotidiano. Algunas bombillas de colores se colocaban para anunciar la Navidad. Hubo una excepción con el alumbrado navideño en la Navidad de 1964, con toda Carretería luciendo miles de bombillas, pues ese año se celebraban los 25 años de Paz y por ello se hizo ese gasto extra, incluyendo un Nacimiento gigantesco en el Cerro del Socorro… Luego, cuatro luces en el abeto del Jardinillo con la estrella de Belén.

 

Iluminación navideña en 1964 con motivo de los 25 años de Paz. / Foto Pascual

Más de una vez hemos dicho que Cuenca es como un gigantesco Belén desde cualquier parte; las casitas de hortelanos de la Hoz, con el humo de sus chimeneas y el Huécar que baña las huertas, nos muestran esas estampas que ofrecen las distintas muestras belenísticas, que tenían su mejor representación en el Gran Belén de Diputación que se expuso durante 25 años. 

El propio paisaje de la ciudad entre sus Hoces es como un Belén gigantesco. Si miramos desde el Cerro del Socorro todo el Casco Antiguo es como un Belén que se desparrama, con  los barrios de Tiradores y San Antón formando parte de ese formato belenístico, con las torres de El Salvador, San Felipe o la Virgen de la Luz y el Seminario a modo de palacio. 

Curiosamente en San Antón, en el barrio del Perchel, se dan todas las circunstancias para montar un belén viviente o imaginario de herrajes, como el que hizo José Luis Martínez algunos años sobre la roca. Recuerdo que entre 1962 y 1963 se montaba un “belén flotante” en las aguas del río Júcar, que se podía contemplar desde el Puente de San Antón, con el fondo de la Cuenca Alta y la Torre de Mangana reflejada en sus aguas e incluso en el Cerro del Socorro.

Alguna vez se instaló también el “Belén chabola” en la antigua Plaza de Cánovas, hoy Plaza de la Constitución, avalado por la Campaña de Navidad que se hacía en la radio que dirigía Martín Álvarez Chirveches. Desde el propio Cerro de la Majestad la estrella de los Reyes Magos ha marcado las pautas de la Navidad de Cuenca durante algunos años de este siglo sin volver a aparecer.

Pero quizá el lugar más singular de la Cuenca navideña es el Jardinillo de la Plaza de la Hispanidad. En ese Jardín, junto al monumento de los Caídos de África, de Luis Marco Pérez, se instala cada Navidad un Belén desde hace 61 años. Fue en 1961 la primera vez que se instaló, como bien me recordaba uno de sus impulsores, Evelio Seligrat, en una entrevista que le hice en 1975 para “Diario de Cuenca”; me decía que el primer portal se hizo con costeros y sólo contaba con el Niño, la Virgen y San José, el Misterio y cuatro figuras más. Ese año de 1975 el Belén aumentó el número de elementos con “el castillo, un molino de viento, la tinada o paridera, un nuevo portal, dos figuras más para hacer conjunto con el molino, cuatro ovejitas y la estrella”. Recientes años hubo que manos dañinas se llevaron la figura del Niño… ¡Ea!

En esta ciudad de fríos nocturnos, amaneceres de escarcha y de soleados mediodías, la afición del montaje de belenes tiene identidad propia. El belén de las Camelias, en la Puerta de Valencia, es una pieza artística netamente conquense, que recupera incluso la antigua fachada de la Catedral y el puente de piedra de San Pablo. En él se refleja la mejor postal navideña o christma conquense. 

Hay belenes que mantienen la tradición en lugares emblemáticos como el Hospital de Santiago, precioso por cierto, el Hogar de San José, las iglesias conventuales y las parroquias de los nuevos barrios de la ciudad. Pero no podemos dejar de citar la Ruta de los Belenes de la Junta de Cofradías, en el que participan varias hermandades, en los últimos años, o el más reciente ejemplo de la ermita-cementerio de San Isidro, por sexto año consecutivo.

 

 Belén fluvial en el Júcar en los sesenta. /Foto Pascual
El escudo de Cuenca tiene parte de su simbología ligada a la Estrella de los Reyes Magos y varias son las interpretaciones heráldicas de los historiadores. Cabe señalar que, curiosamente, el 6 de enero de 1177 comenzó el asedio que se prolongó hasta el 21 de septiembre

Cuenca es también tierra de villancicos propios. Desde los Villancicos de la Catedral, hasta los más populares de la “marimorena”, con el protagonismo de la llamada María Moreno, que como hemos citado armaba la marimorena en la Misa del Gallo; Misa del Gallo por cierto, que brilla con luz propia en San Julián “El Tranquilo”, pese a los rigores de las bajas temperaturas, con más de 200 personas cantando villancicos, con la excepción de los dos años de la pandemia. Para enmarcar, como el belén viviente de la Vega del Codorno que este año reaparece.

Uno de los artífices del villancico conquense lo fue Federico Muelas, a quien Gerardo Diego definió como “Federico en el Portal” en el prólogo de los Villancicos Conquenses. En su plegaria navideña Federico evoca versos por la plazuela del Escardillo y el barrio de Tiradores, o el lugar entrañable de San Antón, con sus casitas nevadas para la postal navideña. Por cierto, tanto gustaba a Federico Muelas hablar en sus recitales sobre la Navidad, que el poeta Manuel Alcántara llegó a escribir, tras una conferencia en Madrid: “En el portal de belén habló Federico Muelas, y cuando por fin terminó las pastoras eran abuelas.” 

Melodías navideñas que las agrupaciones conquenses suelen cantar en el belén del Jardinillo. Antaño era el “Orfeón” de la Casa de Beneficencia el que desfilaba por Carretería pidiendo el aguinaldo con su parranda de grandes zambombas, bombo, platillos y panderetas. Los componentes de las parrandas lucían unas chaquetillas blancas con botones dorados, una gorra de plato y pantalones de rayas, y el maestro vestía un frac de color verde o negro de terciopelo.

Luego serían Ismael Martínez y su rondalla los que mantuvieron la tradición de los villancicos en la calle, además de otros grupos como el de Roque-Margeliza y, cómo no, en el nuevo siglo, “Tiruraina” con nuestro recordado Herminio Carrillo, manteniendo la tradición del villancico en la calle, los “Rondadores” y otros grupos que van surgiendo afortunadamente.

 

LAS DOCE UVAS

Siempre nos hemos preguntado por qué no ha sido tradición subir a Mangana a celebrar la llegada del año con los sonidos del reloj a lo largo del tiempo. Las bajas temperaturas y el hecho de que haya estado cerrada la plaza tantos años han sido la primera causa. Pero se está implantando en los últimos años que grupos de personas suban a la plaza de Mangana tanto en la noche del 30 como el 31 de diciembre. 

Retrocediendo la ruleta del tiempo podemos recordar cómo se celebraba la Nochevieja en la Cuenca de 1930, conocida entonces como la “Nochebuena de Año Nuevo”.  Esta interesante gacetilla se publicaba en “La Voz de Cuenca” el 5 de enero de 1931: “Al dar el reloj las doce y a los acordes del Himno Nacional, se tomaron las clásicas uvas que los dueños del bar tuvieron la galantería de ofrecer a los concurrentes, servidas en unos platitos de cristal con unas tiritas de papel en las que se leía: “Feliz entrada de año nuevo”.

 

 

4. Iluminación Plaza Mayor en 1987./ Foto Pinós

CABALGATA MÁS QUE CENTENARIA

El escudo de Cuenca tiene parte de su simbología ligada a la Estrella de los Reyes Magos y varias son las interpretaciones heráldicas de los historiadores. 

Cabe señalar que, curiosamente, el 6 de enero de 1177 comenzó el asedio que se prolongó hasta el 21 de septiembre. Sobre la Estrella de Cuenca y los Reyes Magos, pronunció un pregoncillo navideño el escritor extremeño Pedro de Lorenzo, titulado “La Estrella de Cuenca”, propiciado por Federico Muelas, con ocasión de la colocación de un belén sobre el Cerro del Socorro, de grandes figuras, publicado en tres páginas de “Abc”.

En 2018 se cumplieron los cien años de la primera Cabalgata de Reyes, que organizó en 1918 la Asociación Cultural del Ateneo Conquense, con el fin de llevar juguetes a la Casa de Beneficencia. La Cabalgata, que transcurrió por Carretería hasta la calle de Colón, tuvo mucho éxito, así como la iniciativa de llevar regalos a los pobres, que sumaron nada menos que 690 juguetes, si tenemos en cuenta que la ciudad no pasaba de los quince mil habitantes.

Algún año la Cabalgata salió desde el Auditorio debido a las obras en algunas calles, y en aquella ocasión recorrió la Puerta de Valencia por la calle de las Torres hasta llegar a la Plaza de la Hispanidad, Carretería y la Plaza de España. En el año 1996, la Cabalgata salió por vez primera de Las Quinientas.

En 1997, y con motivo de celebrar que Cuenca había sido declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad, la Cabalgata iba a salir de la Plaza Mayor, pero una gran nevada lo impidió y quedó suspendida. La ciudad eso sí, quedó blanquísima y navideña. En 1998 la Cabalgata de los Reyes Magos salió de San Antón, a las seis de la tarde, con siete carrozas. Tras la pandemia, que aún no se ha ido, la Cabalgata de Reyes se ha recuperado. Felices Navidades.


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