Como continuidad y prolongación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca. Con este objetivo se abordaba hace más de un año y medio la rehabilitación integral de las Casas Colgadas para volver a albergar un servicio de restauración, cuyas obras se encuentran en la actualidad a falta de los últimos detalles. De ahí que los técnicos confíen en que se vayan a concluir a lo largo de este mes de julio.
Una compleja intervención que ha supuesto todo un reto, no solo a la hora de la redacción del proyecto, que ha corrido a cargo de Redondo Soria Arquitectos, S.L., sino también en su ejecución, por parte de la UTE CYR-ISC, sobre todo por el hecho de estar acometiendo la rehabilitación no solo de un edificio histórico de finales del siglo XV y principios del XVI, sino, además, de todo un emblema y símbolo de la ciudad. Una cuestión que, sin duda, ha tenido mucho peso a lo largo de todo este tiempo.
“Ha sido toda una responsabilidad que hemos asumido conscientes de que este edificio está llamado a ser un referente tanto gastronómico como arquitectónico, lo que nos ha llevado a ser muy cuidadosos en todos los detalles, conservando y recuperando la riqueza arquitectónica e histórica de los dos inmuebles objeto de la intervención –la Casa de la Sirena y la Casa de la Bajada a San Pablo–, a la vez que hemos intentado darle valor a lo que a priori no lo tenía; sin olvidar, por supuesto, su funcionalidad”, explica el arquitecto Miguel Ángel Redondo, uno de los redactores y directores junto a su hermano, Javier, de esta rehabilitación integral, que ha supuesto una inversión del Consorcio Ciudad de Cuenca superior al millón de euros.
Con esta intervención se ha incorporado la Casa de la Sirena al conocido restaurante Casas Colgadas, diseñando un único establecimiento con una doble entrada al público y cinco comedores para cien comensales.
Un giro de 180 grados a los espacios interiores de este icono de la ciudad que ha tenido como hilo conductor el Museo de Arte Abstracto Español. El arte rezuma por cada uno de sus rincones hasta el punto de que una mesa o, incluso, un comedor cobra aspecto de obra de arte, siempre en sintonía con su ilustre “vecino”.
CINCO COMEDORES
Así las cosas, el nuevo establecimiento se ha concebido con cinco espacios gastronómicos, cada uno de ellos con identidad propia, que trasladan al comensal a un ambiente determinado y muy particular. Sala Blanca, Sala Negra, Caja Pétrea, Cava y Comedor del Rey son los nombres elegidos para estos espacios, que conforman el renovado complejo de las Casas Colgadas y que ha sido posible gracias a la incorporación de la segunda planta y la cámara de la Casa de la Sirena, que estaban destinadas a vivienda del adjudicatario y, por lo tanto, no abiertas al público.
En esta nueva zona, donde precisamente, a partir de ahora, se encuentra el segundo acceso al establecimiento, se ha ubicado el comedor bautizado como Sala Blanca en homenaje a la sala del mismo nombre del cercano museo. Similitud que no se ha reducido al nombre, sino que ha ido más allá, intentando que el visitante tenga la sensación de encontrarse en esa sala principal del cercano museo. Para ello, se ha demolido el forjado de la cámara, se ha renovado íntegramente la cubierta, se han ocultado todos los elementos de las paredes, desde armarios y conducciones hasta salidas del aire acondicionado e, incluso, extintores, mediante huecos de instalaciones, patinillos y trasdosados; y todo ello con una iluminación indirecta de bajo consumo a lo largo del perímetro de la sala. Técnicas que, por cierto, se han hecho extensibles al resto de las dependencias, en busca, según Miguel Ángel Redondo, “de que este diseño interior permanezca a lo largo del tiempo y no pase nunca de moda”.
Justo debajo, en la primera planta de la Casa de la Sirena, donde antes se encontraba la zona de emplatado, se ha diseñado otro comedor, la Caja Pétrea, que tiene revestidas sus paredes, suelo y techo con el mismo material, travertino vallanca, que “le confiere un aspecto escultórico, a semejanza del interior de una escultura de Chillida u Oteiza, reforzado por la colocación de una mesa alargada, tipo sinfín, con alabastro retroiluminado”, puntualiza el arquitecto.
A unos metros, en una parte de la zona que ocupaban los aseos del restaurante original, se ha diseñado la Cava. Con suelo de granito negro zimbawe, el techo también negro y una perfilería mínima, este espacio albergará, además de los vinos, un comedor para seis comensales, gracias a una mesa alta de ónix retroiluminado en clara alusión, según Redondo, al suelo que escogió Fernando Zóbel para el Museo de Arte Abstracto y que imitaba el beteado de la madera.
Justo al lado y con el mismo granito negro zimbawe en el suelo, se encuentra la Sala Negra, el que fuera espacio principal del mesón y donde también se encontraba la barra de la cafetería. Barra que, por cierto, se ha retirado ampliando la superficie de este comedor, que seguirá siendo el principal del nuevo establecimiento y cuyas paredes están pintadas de negro, persiguiendo “trasladar la sensación de estar dentro de la obra de Manolo Millares, quien con telas de arpillera y cuerdas generaba superficies y volúmenes”, agrega el arquitecto.
En él, además, se cuenta con el aliciente tanto de sus artesonados, que se han recuperado, como de la balconada principal de las Casas Colgadas, que se incorpora al comedor tras empotrar el cableado y las luminarias de la iluminación ornamental del edificio, que, por cierto, según los técnicos, “sería conveniente aprovechar las obras para renovarlas, aunque no esté contemplado en el proyecto en curso, puesto que se han quedado obsoletas, siendo difícil, por no decir imposible, encontrar repuestos”.
Siguiendo el rastro del granito negro zimbawe bajando por unas escaleras, se llega al Comedor del Rey. Un pequeño espacio que destaca por su suelo retroiluminado en su perímetro, la roca viva al descubierto en una de sus paredes y un balcón a la Hoz del Huécar, que se ha podido despejar al retirar el equipamiento allí instalado, permitiendo su aprovechamiento y otorgando un plus a este comedor, tal y como recalca Miguel Ángel Redondo
VESTÍBULO-RECEPCIÓN
Mención aparte merece el vestíbulo de la entrada principal del edificio, cuyo suelo se ha pavimentado con adoquines de granito para dar continuidad a la calle e invitar a entrar al establecimiento, reforzando ese mensaje con el granito negro zimbawe que cubre la escalera de acceso a la Sala Negra y el suelo de la propia sala. Una barandilla de varillas metálicas que recuerdan la escultura de Sempere con el patrón Moiré y un mueble costero de granito y hierro negro, a modo de atril, completan este espacio, en el que también hay una plataforma elevadora para garantizar la accesibilidad al inmueble y varias fotografías históricas del museo, como la archiconocida de su inauguración en 1966 y que se hizo en ese mismo lugar.
ESTRUCTURA DE MADERA
En plena rehabilitación integral de las Casas Colgadas, la dirección técnica y la UTE tuvieron que afrontar un problema añadido y del que no se tenía constancia, como fue el descubrir el penoso estado de conservación de parte de la estructura de madera que sostenía la balconada del edificio. “Algunas vigas se habían podrido por completo a consecuencia del paso del tiempo y de la humedad de la roca en la que estaban empotradas, lo que nos obligó a reforzar la estructura con una serie de vigas de hierro de hasta seis metros de longitud, que se encastraron en el forjado en sustitución de la madera”, según explica Ricardo Alonso, arquitecto técnico del Consorcio Ciudad de Cuenca.
Descubrimiento que fue crucial, a su juicio, porque permitió actuar a tiempo y evitar que la balconada de las Casas Colgadas hubiera colapsado. Una intervención que se ha ejecutado con mucho esmero y cuidado para no alterar el aspecto original del edificio, lo que obligó a encastrar las vigas de hierro en el hueco que dejaron las de madera “totalmente desechas” y rematar los extremos con las cabezas de viga originales.
Una cuestión que ya ha quedado como anécdota, una vez superados los problemas técnicos y, de hecho, en pocas semanas todo este espacio gastronómico estará listo para ser disfrutado por todos; eso sí, una vez se resuelva su adjudicación para su explotación.