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Pandemia Covid

El rastro de la Covid-19 tras dos años de pandemia

Afectados cuentan la huella que les ha dejado el virus, como Roberto Moya, que desde la primera ola arrastra todavía problemas neurológicos; o Llanos Martínez, que sigue sin recuperar el olfato
El rastro de la Covid-19 tras dos años de pandemia
Aplausos a los sanitarios, una de las imágenes más icónicas de la primera ola. Foto: Saúl García
22/03/2022 - Dolo Cambronero

Era la víspera de todo lo malo que vino después pero entonces no éramos aún conscientes de lo que nos esperaba. Aunque la Organización Mundial de la Salud ya había declarado la pandemia y la Covid-19 se había cobrado la primera víctima en la región –una mujer de 82 años de Albacete–, en la provincia de Cuenca no fue hasta el viernes 13 de marzo de 2020 cuando se diagnosticaron los primeros once casos.

Al día siguiente, se declaró el estado de alarma en España y la vida nos daba un vuelco con un confinamiento que se prolongó durante tres meses. Desde entonces, el número acumulado de positivos en territorio conquense supera los 47.700 y ha habido 638 muertes por coronavirus. Dos años después, las heridas siguen abiertas.    

La primera línea de batalla frente al coronavirus SARS-CoV-2 se ha librado durante este tiempo en el ámbito sanitario, duramente golpeado por una crisis sin precedentes en la historia más reciente de nuestro país. El enemigo ha sido una enfermedad sobre la que se ha ido aprendiendo a marchas forzadas. “Las estrategias y los tratamientos de la primera ola son completamente diferentes de los de la sexta ola. No tienen nada que ver”, señalaba recientemente a Las Noticias de Cuenca el gerente del Área Integrada de Cuenca, Juan Luis Bardají.

Aquella terrible primera ola puso contra las cuerdas a la sanidad en aquellos días de aplausos en los balcones. La Gerencia del Área Integrada de Cuenca tuvo que poner en marcha un plan de contingencia reestructurando las estancias del hospital Virgen de la Luz de la capital conquense para hacer frente a la presión asistencial derivada de la Covid-19 al tiempo que se aseguraba la atención al resto de pacientes, minimizando el riesgo de contagios entre unas zonas y otras. La atención hospitalaria ha ido volviendo paulatinamente a la normalidad a lo largo de este tiempo, recuperando el pulso de antes de la pandemia.      

En el ámbito extrahospitalario, los centros sanitarios y el servicio de Urgencias de Atención Primaria hicieron de muro de contención frente a la pandemia. Fue en aquellos difíciles días cuando se abrió la puerta a una atención telefónica que se mantiene en la actualidad aunque ya se han retomado las consultas presenciales. Se implantó por necesidad y desató muchas quejas aunque ahora puede verse como una oportunidad dado que habrá ocasiones en las que la atención telemática será suficiente para pequeñas consultas o para hacer seguimiento de determinados pacientes con afecciones leves.

Paralelamente, la sanidad pública también desplegó toda su logística para la campaña de vacunación contra la Covid-19, que vino a traer algo de esperanza frente a esta pesadilla. Aunque a finales del año pasado, la Ómicron desencadenaba de nuevo una situación comprometida. La sexta ola aguaba la Navidad de la mano de esta variante, mucho más contagiosa y que volvía a desbordar una Atención Primaria que no había terminado de descongestionarse. En teoría, cursaba más leve pero ha habido 66 muertes desde el 1 de diciembre en la provincia.

Roberto Moya Guillén: “Dos años después de pasar la Covid, vivo en una montaña rusa”

Todavía sigue arrastrando “algunas cosillas”. Esas cosillas que “van y vienen” son, por ejemplo, dolores en las extremidades, calambres, problemas de equilibrio, trastornos digestivos, fallos de memoria, falta de concentración y opresión en el pecho.

Esta es la huella que ha dejado la Covid-19 en Roberto Moya Guillén, que pasó la enfermedad durante la terrible primera ola en marzo de 2020, llegando a estar nueve días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Virgen de la Luz de Cuenca en estado muy grave, temiéndose por su vida.

“Dos años después, vivo en una montaña rusa. Un día vas bien y luego retrocedes otra vez. Y así todo el tiempo”, lamenta este conquense, de 41 años.       

Este tiempo ha sido un largo peregrinaje de médico en médico para tratar unas secuelas que no cesan y a las que le han puesto nombre: le han diagnosticado polineuropatía periférica desmielinizante sensitivomotora en miembros superiores e inferiores, una afección nerviosa que provoca dificultades en la capacidad para moverse o sentir. “Mientras voy andando, bien, pero me cuesta estar de pie mucho tiempo. Tengo problemas de coordinación y me cuesta mantener el equilibrio. Estoy torpe”, sostiene este conquense, que antes de pasar la Covid era un persona muy activa e incluso hacía deporte de riesgo, y no sufría de patologías previas, salvo una leve alergia.

Los profesionales sanitarios que lo han atendido en este tiempo achacan las secuelas que sufre a la propia estancia en la UCI aunque también se cree que la virulencia con la que pasó la Covid pueda estar también relacionada con una enfermedad neurológica que pasó cuando era pequeño pero de la que se recuperó completamente. “Quizás había algo en el sistema nervioso que no me deja avanzar y por eso voy más lento en la recuperación”, considera.

 

El rastro de la Covid-19 tras dos años de pandemia

Otro de los problemas que continúan es que no ha recuperado la fuerza. Para tratar esta afección, ha estado yendo más de dos meses a rehabilitación en el hospital con un terapeuta ocupacional. Por  otro lado, también estuvo el verano pasado en un programa de fisioterapia respiratoria poscovid, cuenta Roberto, quien aprovecha para agradecer a los profesionales que lo han tratado en este tiempo.

A estas secuelas hay que sumar también un bajo estado de ánimo desde hace unos meses: “Lo físico casi que ha pasado a un segundo plano. Ahora me preocupa más lo psicológico. Aparentemente estoy normal, pero va todo por dentro”.

Aunque no todo ha sido malo en estos dos años ya que su mujer, María Teresa, y él fueron papás el pasado diciembre de una niña. Para su pareja tiene unas palabras especiales: “Ha estado a mi lado todo este tiempo y es la que me ayuda y anima, junto a mi hija, a seguir adelante y superar este paréntesis que nos ha surgido en la vida”.   

Llanos Martínez: “El virus la ha pillado conmigo. Ya lo he pasado tres veces”

Era principios de marzo de 2020 y Llanos Martínez Díaz, diabética, volvía de viaje de Madrid. En el tren de regreso, ya se empezó a encontrar mal. El 9 de marzo acabó en Urgencias con fiebre y una subida de azúcar.

En aquel momento no le diagnosticaron Covid-19 pero le recomendaron que se fuera a su casa. Unos días despúes, con el país ya confinado, sí le confirmaron que era positiva en coronavirus. Y no sería la última vez: desde entonces, ha vuelto a pasar la enfermedad en otras dos ocasiones.    

“El virus la ha pillado conmigo. Ya lo he pasado tres veces”, lamenta esta albaceteña de 53 años afincada en la localidad conquense de Arcas. Aunque la primera vez fue la más grave. De hecho, cuando estaba en el hospital y a pesar de que no le confirmaron que tenía Covid, un enfermero llegó a preguntarle que dónde se quería morir, si en su hogar o en el centro hospitalario.

“Es duro que te digan algo así pero yo se lo agradezco porque el hospital ya estaba atascado y en mi casa iba a estar mejor”, reconoce Martínez Díaz, que es la presidenta de la Asociación de Trastorno Específico del Lenguaje y otros Trastornos del Desarrollo de Cuenca (ATELCU).  “De aquellos días recuerdo que me ponía fatal a las ocho de la tarde, como delirando”, cuenta.

 

El rastro de la Covid-19 tras dos años de pandemia

Pasaron los meses pero la Covid no se olvidó de ella. Y, el verano pasado, tras ponerle la vacuna, se contagió a los quince días. “Perdí el olfato, que no lo he recuperado, y tenía fiebre”, explica Llanos, recordando que ella es más vulnerable frente a la enfermedad por su diabetes y la hepatitis que también sufre.

Y este enero tampoco se escapó de Ómicron: “Me empecé a sentir mal otra vez. Pensaba que era un constipado pero di positivo en Covid aunque lo pasé de forma leve”.

A pesar de los tres contagios, la única secuela que le ha quedado es la pérdida del olfalto. “Todo me huele a la humedad. Eso lo llevo mal. Y el gusto me pide cosas fuertes, picantes. No sé por qué será eso”, bromea.


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