Puente de San Pablo: de cíclope de piedra a maravilla de hierro

Este 19 de abril se cumplen 120 años de la inauguración del Puente de San Pablo, que venía a sustituir al “coloso de piedra”, mandado construir por el canónigo Juan del Pozo en 1538, que fue derribado y volado. El cardenal Sancha, Primado de España en Toledo, bendijo el puente costeado por el Obispado de Cuenca en la citada fecha del 19 de abril de 1903.
Construido con barras de hierro enjaretadas, ya se ha hecho familiar a la “vista” de los conquenses, tras estos 120 años, pues como bien escribió Antonio Rodríguez en su libro “Cuenca en el recuerdo”, el puente grandioso de piedra pasó a ser una “grapa en el paisaje”.
Es obligado hacer una mención al antiguo puente de piedra. El canónigo de la Catedral, Juan del Pozo, solicitó el 24 de abril de 1523 a la Corporación capitular, la remisión del censo que, a favor del Deán y Cabildo de la Catedral, pesaba sobre un hocino y huerta propios de Gaspar de Quijada, ya que el citado canónigo había proyectado construir en ese hocino el convento e iglesia que puso bajo la tutela del apóstol San Pablo.
Construido el monasterio para que fuera ocupado por los dominicos, Juan del Pozo quiso hacer más accesible el paso desde la ciudad al convento, mandando levantar entonces un puente, todo un coloso de piedra, que empezó a construir Francisco de Luna en 1538 y terminó Andrés de Banda Elvira en 1560, después de haberse cortado 850 pinos en el “Ensanche de Buenache”, donados por el Concejo. Es decir, el puente de piedra duró 335 años.

Según los testimonios de diversas fuentes impresas, el puente era arrogante, como un cíclope, de cerca de cincuenta metros de elevación y 110 metros de longitud, con atrevidos machones y gallardos medios puntos. Pero aquella enorme construcción de sillares, que resistió los embates “del huracán”, no pudo sostenerse al deterioro que produce el paso del tiempo y ya en 1779 se hizo denuncia de los primeros desperfectos.
En 1800 se produjeron desprendimientos y en 1887 el puente fue reconstruido por el municipio. Un año más tarde se desprendieron algunas piedras del murillo de la Catedral y empezó a agrietarse el primer arco del anteatrio de San Pablo. A la vista de ese deterioro, imposible de restaurar en aquella época, fue decretada su demolición el 23 de febrero de 1895 y con 16 barrenos de dinamita se puso fin a la obra del canónigo Juan del Pozo. El 29 de marzo, a las dos y cuarto de la tarde, caía la inmensa mole de piedra.
Derribado el puente había quedar una gran vuelta desde la cuesta de Tarros, que es la que sube al actual Parador, hasta el molino de San Martín, donde las mujeres lavaban la ropa, y ascender por la subida de las Casas Colgadas por caminos de tierra y piedras. Ocho años pasaron desde la voladura hasta la inauguración del puente de hierro.
Al quedar en pie gran parte de uno de los machones del puente, el entonces obispo de Cuenca, Wenceslao Sangüesa, pensó que sería provechoso para la ciudad, y sobre todo para el Seminario, que el puente fuera reconstruido, después de fracasar los intentos del anterior obispo, Pelayo González.
La penuria del erario municipal no permitía hacer frente a grandes empresas, de ahí que Sangüesa tomase la iniciativa, pues un año antes se había hundido la torre de la Catedral y el panorama era un tanto desolador, pues en 1902 hubo en Cuenca psicosis de hundimientos.
El nuevo puente de hierro

El motivo principal de la reconstrucción del puente era el de facilitar la asistencia de los seminaristas de San Pablo a las clases que se daban en el Seminario de San Julián, al tiempo que se concedía “paso gratuito a toda la ciudad”.
La construcción del nuevo puente se confió a Jorge Bartle, que tenía sus talleres en Valencia, concediendo el Ayuntamiento el permiso el 1 de febrero de 1902, una vez aprobados los planos de José María Fuster por el Ministerio de Obras Públicas. La moda en el nuevo siglo era el hierro y la Torre Eiffel, inaugurada trece años antes era la referencia.
Las obras comenzaron muy pronto, y sobre unas airosas pilas de hierro, entre los machones del antiguo puente, empezaron a colocarse las barras de hierro enjaretadas, alcanzando una longitud de 106 metros y una elevación de 40 metros en la mayor altura. Ni qué decir tiene que, cada tarde, decenas de curiosos se acercaban para ver los trabajos de construcción.
El investigador Ramón Pérez Tornero me facilitó unas curiosas instantáneas del fotógrafo toledano Pedro Román que me pasó su nieto Lorenzo Andrina, sobre los trabajos en las que se ven mulas acarreando la madera, y parte del herraje del puente montado entre el camino y las rocas, listo para ser colocado.

El de 1902 fue un año “negro” para Cuenca. Si el 13 de abril se había producido el hundimiento de la Torre de la Catedral, el 31 de julio un huracán iba a desarbolar el nuevo puente de hierro cuando estaba casi terminado.
Curiosamente, en la edición del 26 de julio, “El Correo Católico” publicaba un suelto en el que se decía que “de una manera notable adelantan los trabajos de montaje del nuevo Puente de San Pablo. Así es que si Dios quiere, será próxima la fecha de inauguración en la feria de San Julián.
UN HURACAN INESPERADO
Le faltó al cronista de turno decir aquello de ¡toquemos madera!, pues el día 31 de julio, sobre las siete y media de la tarde, se inició un fuerte viento de la parte Suroeste, tan huracanado, que aterrorizaba a las gentes. (“Un ciclón”, tituló la prensa)
Se destruyeron tejados y chimeneas del barrio de Tiradores; se troncharon los corpulentos árboles que existían a espaldas de la calle de la Moneda; otros árboles parecían sacados a cuajo en las Hoces, y el ventarrón hizo cundir el pánico en la parte alta, donde el huracán “destrozó todos los cristales del barrio de San Martín”.
Lamentablemente, se podía leer, “entre los perjuicios que tenemos que lamentar se encuentra la destrucción del magnífico puente de San Pablo. Causa tristeza ver tanto hierro destrozado en el suelo, y máxime si se considera lo poco que faltaba para tocar el puente el otro extremo”.
Por fin en febrero de 1903 se hicieron las pruebas de resistencia del puente, que llevaba casi 67.000 kilos de hierro, “no habiendo dado más que unos dos centímetros de flecha”, señalaba “El Correo Católico”.
Así, el día 19 de abril se llevó a cabo la inauguración. Para tan importante acto se desplazó a Cuenca el Cardenal Ciriaco María Sancha, Arzobispo de Toledo y Primado de España, que fue recibido el día anterior, en la estación, por un inmenso gentío y a los acordes de la marcha real, tocando las campanas de las iglesias al paso del Primado por las calles de la ciudad. Por la noche, el ilustre visitante fue obsequiado en las inmediaciones del Palacio Episcopal con la “dulce música” de varias orquestas de cuerda y la Banda de Música Provincial.

Ese 19 de abril de 1902 se anotó como fecha histórica para la ciudad de Cuenca. Junto al cardenal Sancha y el obispo Sangüesa, marchaba por el nuevo puente el Ayuntamiento en pleno con sus maceros; gobernadores civil y militar; el abad de Alcalá de Henares y la madrina del acto, doña Josefa Cobo de Zomeño. Bajo un pequeño dosel, colocado cerca del arco que conduce a San Pablo, el Cardenal bendijo “la nueva vía” haciendo aspersiones de agua bendita en diferentes puntos del puente, sirviendo de padrino el alcalde, Joaquín Zomeño.
“El nuevo puente, que mide dos metros de anchura, quedó bendecido cuando el reloj de Mangana señalaba las diez y treinta y cinco minutos, escribía el canónigo Hermenegildo Regueira, entre grandes aplausos, aunque no faltó un incidente entre la pomposidad del acto.
UNA BROMA PESADA
Y es que en medio de todo el boato y la suntuosidad del acto, se produjo una broma de mal gusto que el citado cronista Regueira cuenta de una manera muy peculiar. Un gracioso tuvo la ocurrencia de “mover” el puente con todas las autoridades sobre el mismo. Así lo comentaba: “Terminada la ceremonia, a la que seguramente asistirían de 2.500 a 3.000 personas, el señor Cardenal, en su vehemente deseo de dejar la mejor impresión de su personalidad entre cuantos lo aclamaban, se detuvo a dirigir la palabra a los presentes, manifestando que la Iglesia no era enemiga del progreso y de la ciencia. Cuando todavía se mostraba dispuesto a continuar su alocución, tuvo que suspenderla por llamarle la atención el Sr. Obispo para que así lo hiciera, no sin que éste le manifestara la inmensa gratitud que sentía el pueblo conquense por venir a celebrar la bendición del puente.
La causa que produjo el ruego del obispo, con el fin de que el cardenal terminara de hablar, obedeció a “una sensible impremeditación y a un hecho vituperable que mereció la reprobación del público, el cual pudo haber sido causa de algunas desgracias, si un conocido caballero, cuyo nombre nos prohibió revelar, abriéndose paso entre la apiñada multitud, no hubiera realizado la obra meritoria de llegar hasta su eminentísima en ruego de que inmediatamente se franqueara el paso a cuantos se hallaban detenidos dentro del puente, pues hubo quien poniendo en ejecución la perversa idea de forcejear una de las barandas con un fuerte movimiento, y dando al mismo tiempo voces de peligro, determinó una funestísima alarma que pudo tener las más fatales consecuencias”, publicaba el semanario católico.
“Podemos asegurar que la resistencia del puente está perfectamente garantizada por la solidez y buena construcción de las pilastras que le sirven de base y por haber sido sometido a la prueba de un peso mucho mayor que el equivalente al de todas las personas que en el mismo pudieran colocarse”, apuntaba Regueira.

“En cuanto a su coste -añadía el cronista- sabemos que, según la contrata, el Seminario ha pagado 50.000 pesetas, pero atendiendo a la desgracia ocurrida en su construcción, al ser derribado por el huracán cuando las obras se hallaban muy adelantadas, teniendo la casa constructora que empezarlas nuevamente, el caritativo señor obispo ha dado a la misma de su bolsillo particular unos “cuantos miles” más, como indemnización por aquel inesperado accidente.
De la inauguración queda un testimonio gráfico que por cierto trajo a Cuenca Fernando Zóbel desde Estados Unidos y además lo aclara Hermenegildo Regueira: “En el momento de la bendición vimos funcionar un aparato fotográfico, que ciertamente dará a “conocer notables instantáneas”, dignas de conservarse por el importante asunto a que se refieren”.
Tras la inauguración, en la iglesia de San Pablo tuvo lugar una misa de pontifical, con sermón desde el púlpito del magistral de Alcalá, que “sólo” duró 60 minutos. Por la tarde se celebró la anunciada velada artístico-musical en el convento de San Pablo, que resultó todo un éxito.
Un icono de CuencaCiento veintitrés años después, el puente ha vivido muchos momentos históricos e incluso luctuosos. Ha servido de escenario para algunas películas como “El milagro del Sacristán”, “Cuenca”, de Carlos Saura, con los gigantes y cabezudos pasando por el puente; “Calle Mayor”, “Peppermint frappé”, o la serie de TVE “Clase media”.
Desde tan privilegiado lugar se observa la Hoz del Huécar, con las Casas Colgadas como postal obligatoria para todos los visitantes, mientras el convento de San Pablo, que fue convento, es Parador Nacional de Turismo. Cómo vamos a olvidar el paseo de Felipe y Leticia, en su viaje de bodas en 2004, lo que motivó que empezase a llamar “el puente de los príncipes”.
El puente fue rehabilitado en 2011 por el Consorcio Ciudad de Cuenca y es una de las maravillas de esta maravillosa ciudad, pues además ha servido de escaparate para Cuenca como Ciudad Gastronóica-2023, con mesas para “comerse a Cuenca”.