Barrio de San Antón. 16:31 minutos de la tarde. La procesión de Paz y Caridad arranca en Cuenca bajo un sol intenso y merecido, y bajo un cielo azul que embellece aún más si cabe la fachada de la iglesia de nuestra patrona.
Nazarenos, músicos, visitantes, conquenses… el pueblo está en la calle. Cientos de personas abarrotan el exterior del templo rococó, muchos con el móvil preparado para inmortalizar tan deseado momento, otros disfrutando sin más de una procesión de Jueves Santo que promete ser inolvidable.
Las pulsaciones aumentan por momentos. Por el dintel de la iglesia asoma el Cristo de las Misericordias, el ‘Cristillo’, un paso sencillo y bello, escuela de jóvenes de banceros que, procedentes de varias hermandades, llevan sobre sus hombros el peso de la tradición y la fe, algunos de ellos por primera vez en sus vidas.
Suena el himno nacional y tras él la banda de música de la Junta de Cofradías marca el paso procesional. Ávida, la procesión de Paz y Caridad avanza imparable por el Puente de San Antón dispuesta a conquistar el corazón de los conquenses.
Y asoma ya Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón) con una maniobra de los banceros precisa y perfecta. Emociones a flor de piel en la Cuenca nazarena donde una marea de capuces y tulipas discurre interminable a lo largo del puente de San Antón hacia el centro de la ciudad.
¡Viva el Amarrao!, grita tímidamente un niño. Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna está a punto de cruzar el portón de la Iglesia de la Virgen de la Luz para tomar la calle con sus horquillas restauradas. Iluminada por el intenso sol de la tarde, la talla de Luis Marco Pérez es de una belleza descomunal. Tras él se unen al cortejo semanasantero Nuestro Padre Jesús con la Caña y el Ecce Homo (de San Gil).
Los corazones nazarenos siguen palpitando con fuerza en el barrio de San Antón. Jesús y la Verónica salen del templo mientras el público guarda un silencio acogedor. “Es una maravilla la Semana Santa de Cuenca”, nos dice Ana María, una almeriense jubilada y afincada en Madrid. “Creo que es lo más bonito que he visto y mira que he visto procesiones en mi vida”.
A la solemnidad de la procesión se incorpora el Auxilio a Nuestro Señor Jesucristo y Nuestro Padre Jesús Nazareno del Puente. Contención y emoción en una jornada en la que sobra la chaqueta pero no la pasión de Cuenca por su Semana Santa.
A los pies del Cerro de la Majestad, la fuerza de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad del Puente, con su elegante manto en azul y oro, cierra el cortejo de Paz y Caridad con los varales de su “palio de estrellas” recién restaurados, y con el respeto y el silencio de quienes le profesan una gran fe y devoción.
La procesión del Jueves Santo conquense, una de las más antiguas y emblemáticas de nuestra ciudad, discurre entre multitud de personas que llenan por completo Calderón de la Barca, Plaza de la Hispanidad, Carretería y así hasta Las Torres, El Salvador y la calle El Peso, uno de los puntos del recorrido más especiales donde el discurrir de los pasos adquiere un significado especial y único.
El coro del conservatorio, el sonido de las horquillas y el de las bandas de música de Cuenca, de la Junta de Cofradías, la de Santa Cecilia de Almoacid del Marquesado, la Aurelio Mascaraque de La Guardia y la Agrupación Musical Iniestense, han marcado los tiempos y la narrativa de una procesión de Jueves Santo que tras hacer un alto en la Plaza Mayor, frente a la Catedral, ha iniciado su descenso por Alfonso VIII pasadas las diez y media de la noche para regresar al lugar desde el que partió con la misma intensidad, coordinación y esplendor.
Después de más de ocho horas de recorrido procesional, viviendo la pasión de Jesús, con la corona de espinas y con todo el dolor de sus últimas horas de vida, ha terminado en la iglesia de la Virgen de Luz, a los pies de las tres cruces, una de las procesiones más memorables y visuales que se recuerdan.