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Una nueva vida tras la barbarie

Rosa, una joven de 24 años víctima de violencia de género, reconstruyó su vida tras denunciar a su agresor y buscar ayuda. Hoy, anima a otras mujeres a romper el silencio y creer en su fortaleza
Una nueva vida tras la barbarie
Imagen de archivo. Foto: Saúl García
25/11/2024 - C.I.P.

“Sé que da miedo, pero no estás sola. Existen herramientas, como el Centro de la Mujer, donde te ayudan a denunciar y a superar el trauma. Siempre hay una salida, pero tienes que dar el primer paso y creer en ti”. Son palabras de Rosa, nombre ficticio para proteger la identidad de una víctima de violencia de género, que vivió “un infierno” cuando apenas tenía 19 años. 

Cinco años después, su vida ha dado un giro de 360 grados. No ha sido fácil, aún no lo es. Las secuelas persisten, pero ahora sabe que puede lograr todo lo que se proponga. A las mujeres que están pasando por una situación similar les dice que “hay que actuar incluso cuando el miedo parece paralizar”.

Afortunadamente, ella pudo escapar al principio de una relación tóxica. “Cuando después de una paliza me dijo que me iba a matar pensé: esto ya no tiene vuelta atrás. Hablo ahora o no lo cuento la próxima vez”.

Todo empezó cuando estudiaba un ciclo formativo en la rama de sanidad y se enamoró de un compañero de clase. “Era súper entregado, me lo daba todo. Luego comenzaron los celos: ‘No subas esta foto, no hables con ningún chico. Yo pensaba que lo hacía porque me quería”.  Sin darse cuenta, Rosa comenzó a renunciar a pequeñas cosas de su vida para complacer a su pareja, hasta que llegó el primer golpe.

Estaban estudiando juntos cuando recibió un mensaje de un amigo en Instagram. “Se levantó de la mesa y me pegó una patada en la pierna, me quedé en shock. Me pidió perdón diciendo que tenía mal genio, y yo, tonta de mí, lo perdoné”.

El episodio no fue aislado. Poco después, en un arrebato de celos, él intentó asfixiarla. A pesar de las promesas de cambio, las agresiones se intensificaron.  “Pero yo estaba ciega y pensaba que me quería, porque luego era súper bueno conmigo”. Hasta que un día que estaban en un parque natural, Rosa recibió una llamada de su exnovio y “ahí la cosa se puso muy chunga”.

“Me dijo que me bajara del coche, se fue para adelante y volvió. Se bajó, me quitó las gafas y empezó a pegarme en la cara, me tiraba al suelo, me pegaba puñetazos en la cabeza, en las piernas, en todo”. Dolorida y desorientada, sin poder ver sin gafas y ya entrada la noche Rosa no supo qué hacer y volvió al coche cuando su agresor se lo pidió. “Entonces me dijo que me llevaba a un lugar donde sus amigos me iban a matar, que me iban a rajar entera. Pensé que no lo contaría”. 

Rosa logró escapar en un semáforo. Corrió hasta su casa, llamó a sus padres y les contó todo. La llevaron al hospital y con el apoyo de la policía denunció a su agresor.  “Al principio no quise dar su nombre por miedo a que sus amigos me buscaran pero finalmente, me animé a denunciar. Lo arrestaron, tuvimos un juicio rápido dos días después. Conté todo lo que había pasado: las veces que me agredió, las amenazas de muerte que me había enviado por WhatsApp, y se dictó prisión, pero en el juicio formal se redujo la condena a trabajos comunitarios. Su abogado logró que solo contaran las pruebas médicas de la última agresión”.

Después del juicio, me mandaron a terapia grupal con otras mujeres maltratadas. Fue un gran apoyo. Escuchar cómo otras mujeres, muchas con hijos y situaciones complicadas, habían logrado salir adelante me inspiró. Pensé: “Si ellas pudieron, ¿por qué no voy a poder yo?”.

Los meses posteriores fueron un infierno. Rosa continuó asistiendo a clase en el mismo centro, aunque en turnos diferentes al de su agresor, al ser el único en el que se impartía el ciclo superior que estaba realizando. “Fue muy duro, pero no iba a permitir que me arrebatara mi futuro”.

Gracias a la ayuda profesional y al apoyo de su familia y amigos, Rosa comenzó a reconstruir su vida. “Me refugié en quienes me querían y en la terapia de grupo del Centro de la Mujer. Allí aprendí que era posible superar esto y empecé a creer en mí misma”.

 

Un nuevo comienzo

Finalmente, Rosa se trasladó a Cuenca, donde completó sus estudios y comenzó una nueva etapa. “Ha sido un cambio radical, he encontrado gente increíble y a mi pareja actual, una persona que me quiere y me respeta. Venir a Cuenca fue como una salvación para mí”, señala Rosa, quien destaca que lo importante es “tener fuerza para denunciar, porque si no lo haces, esa persona sigue teniendo poder sobre ti”.

En el camino de la recuperación, Rosa señala que ha encontrado muchas mujeres jóvenes víctimas de violencia de género, “cada vez hay más chicas en estas situaciones”, apunta. A veces no hay agresión física, pero el maltrato psicológico también es devastador.  

“Muchas chicas viven controladas y anuladas por sus parejas. Es importante hablar de esto. A las mujeres que están pasando por algo similar, les diría que busquen ayuda profesional y que no se queden solas. Hay herramientas y personas dispuestas a ayudar. Se puede salir de esto, pero el primer paso es romper el silencio”.