Lágrimas sin Perdón en el Martes Santo
Un mar de capuces de tonos blancos y oro en El Salvador, verdes en San Andrés y granates en San Felipe Neri aguardaban ansiosos saber qué iba a pasar este Martes Santo. Sobre las seis de la tarde, ya se avisaba que se retrasaba el inicio de la procesión de El Perdón, y pasadas las siete y media, se anunciaba que a las 20:00 horas se iniciaba el desfile procesional.
De la incertidumbre que se vivía en el entorno de los tres templos de salida de parte de las hermandades que componen la procesión de este Martes Santo, poco a poco iba ganando la ilusión por intentar ver dos años después el desfile al completo. Un sentimiento que poco a poco iba disipando los nubarrones que las previsiones habían dado y, aunque unas nubes de cierto color oscuro se dejaban ver a lo lejos en el horizonte, se tomó la decisión de salir a la calle.
De este modo, minutos antes de las ocho de la tarde las trompetas heráldicas daban inicio a la procesión del Perdón en la iglesia de El Salvador, salían a la calle numerosos hermanos acompañando a San Juan Bautista y Santa María Magdalena en unas filas de tulipas que poco a poco se iban agrandando. La Esperanza se preparaba ya frente a la puerta de la desacralizada iglesia de San Andrés, y Nuestro Padre Jesús de Medinaceli salía al encuentro de sus esclavos.
La nube negra que amenazaba tormenta cada vez estaba más encima, aunque había optimismo en que pasara sin más. Pero, lamentablemente, se situó sobre el Casco conquense con los presagios que muchos tenían pero que nadie de la multitud nazarena quería asumir. San Juan Bautista estaba a punto de girar hacia El Peso, María Magdalena a la altura del jardincillo de El Salvador, y Jesús de Medinaceli se encontraba girando para encarar Alfonso VIII al compás del himno nacional interpretado por la nueva Banda de Música de Cuenca dirigida este Martes Santo por Miriam Castellanos.
Muy a pesar de las miles de personas que ocupaban las calles, en esos puntos exactos, las amenazas y las previsiones se hacían realidad y comenzaba un ligero chispeo que, en cuestión de segundo, se tornó en un abundante granizo que hizo que rápidamente se desplegaran los plásticos para proteger a las sagradas imágenes y el mar de capuces se cambiaba por otro de paraguas.
Ni la Virgen de la Esperanza ni El Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo llegaron a salir de San Andrés y San Pedro respectivamente, frustrando un año más sus cortejos procesionales.
El pesimismo, la tristeza y la rabia por repetirse la misma situación de hace un año se desplegó rápidamente y el alegre sonido de la horquilla golpeando el empedrado del Casco Antiguo se cambió por ese que nadie escuchar del agua golpeando los paraguas, las farolas y los canalones.
De vuelta los tres pasos que habían iniciado su recorrido en las iglesias, una multitud de hermanos se apresuraba a secar las andas y las tallas para que la lluvia que les había caído cause el menor daño posible. Había niños que lloraban de impotencia y muchas caras tristes, pero todos coincidan que esta era la mejor decisión para no poner en peligro el patrimonio religioso de cada hermandad.
En San Andrés, la Banda de Música de Mota del Cuervo interpretó a modo de resignación las marchas procesionales de Mi Amargura, Caridad del Guadalquivir o Esperanza, poniendo así el toque musical a un Martes Santo pasado por agua cuyos hermanos y esclavos ya desean ver un sol radiante el próximo 31 de marzo de 2026.