Día de Castilla-La Mancha
La impronta en Cuenca de Fernando Zóbel, Medalla de Oro de Castilla-La Mancha
Fernando Zóbel (Filipinas, 1924) y Cuenca han quedado estrechamente unidos para la posteridad. El legado del artista, que residió en la ciudad e impulsó en 1966 el Museo de Arte Abstracto en las emblemáticas Casas Colgadas, sigue muy vivo en la capital conquense, que ya lo nombró Hijo Adoptivo hace más de medio siglo. Y ahora, coincidiendo con el año en el que se conmemora el centenario de su nacimiento, el pintor recibe a título póstumo la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha, una de las 39 distinciones que el Gobierno regional entregará con motivo del Día de la Región, cuyo acto central se celebrará este 31 de mayo en el Palacio de Congresos El Greco de Toledo.
“Zóbel aportó un cambio drástico que supone una muesca muy importante a la autoestima colectiva de Cuenca y, por definición, a toda la región”, señaló el presidente autonómico, Emiliano García-Page, cuando dio a conocer la concesión al artista de la Medalla de Oro, máxima distinción de la comunidad que este año también recibirán la directora de cine toledana Mabel Lozano y Esteban Berlanga Fernández, bailarín de la localidad albaceteña de Motilleja. Además, habrá trece nombramientos de Hijas e Hijos Predilectos, cinco distinciones a Hijas e Hijos Adoptivos, once placas de Reconocimiento al Mérito Regional, una Medalla Conmemorativa y otras seis Medallas Conmemorativas especiales con motivo de la designación de Castilla-La Mancha como Región Europea del Deporte.
Respecto a la figura del artista filipino, para Patricia Molins, historiadora del arte y comisaria de exposiciones en distintos espacios museísticos que ha impartido recientemente un ciclo de conferencias titulado ‘Cuenca y Zóbel: un museo que cambió una ciudad, un lugar que cambió un museo’, este pintor convirtió a la capital conquense en un lugar ligado al arte contemporáneo.
“Y así se ha mantenido. Sin ese museo no se explicaría que se implantara después la Facultad de Bellas Artes en Cuenca, ni que fuera creciendo el número de centros dedicados al arte contemporáneo, ni que se hubieran hecho las vidrieras de la catedral”, considera esta profesional, que añade que la ciudad sigue siendo una referencia de la relación entre la tradición y la vanguardia que definió en buena medida el arte de los años sesenta en nuestro país.
FUSIÓN DE ARTE Y PAISAJE
A su juicio, Zóbel consagró en Cuenca un espacio “muy singular” desde el que contemplar el arte. “Un lugar que no era exactamente un museo y a la vez era una casa; un lugar en el que habitar la pintura y no solamente mirarla”, indica. Para Molins, lo “más interesante” de este espacio museístico es que sitúa obras del informalismo, del expresionismo y abstractas de finales de la década de los sesenta en un “contexto arquitectónico y paisajístico muy especial a través del propio edificio”, con ventanas situadas estratégicamente que permiten que “el paisaje penetre en la sala”.
“Y creo que eso es lo que es más interesante del museo porque las colecciones pasan, van surgiendo movimientos nuevos, van cambiando los gustos y las ideas, pero ese espacio sigue siendo igual de singular que lo era cuando se fundó”, sentencia.
Antes de recalar en Cuenca, Zóbel había estudiado en la Universidad de Harvard, una etapa en la que pudo conocer a algunos de los artistas más importantes de la época. A lo largo de todos esos años, había ido “creando casas y compartiendo estudios con amigos”. Para Molins, todo eso “se filtra” después en el museo que crea en la capital conquense junto a Gustavo Torner y Gerardo Rueda, además de otros artistas. Después de haber buscado durante mucho tiempo y con gran interés una sede, “lo que demuestra que no era fácil contentarle”, halló en las históricas Casas Colgadas el espacio idóneo para erigir su proyecto, que sería definido como “el pequeño museo más bello del mundo” por Alfred H. Barr, primer director del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York.
La elección de Zóbel fue muy afortunada para Cuenca, una pequeña ciudad que se abrió al mundo a través del museo, aunque el artista también “tuvo suerte” al encontrar un lugar tan especial y haber recibido el apoyo del Ayuntamiento de la época y de otros organismos para su proyecto. “Sin esa ayuda, no habría conseguido instalarse allí”, matiza Molins, que añade que otra ventura fue la donación por parte del pintor de este centro museístico “tan generosamente como lo había creado”, encargándose de su gestión la Fundación Juan March, quien, a juicio de esta historiadora del arte, “lo ha dirigido muy bien”.
Para esta profesional, Zóbel fue una persona “transcultural”, lo que tuvo su reflejo en su obra y hasta en sus casas. “Podía tener un cuadro de Feito y al lado una pintura barroca. Y colecciones de grabados, de caligrafía... El arte oriental también estuvo muy presente en su pintura. No llegaba a ser un museo pero sí había esa idea de reunir tradición, modernidad, mobiliario...”, apunta Molins de un artista cuya impronta todavía sigue más que viva en Cuenca.