Hemingway estuvo en Cuenca en “El verano peligroso” de 1959
En la temporada taurina de 1959, de la que ahora se cumplen 60 años, la prestigiosa revista “Life” encargó al famoso escritor Ernest Hemingway (Premio Nobel de Literatura, cinco años antes) una serie de reportajes novelados sobre la rivalidad en el ruedo de su amigo Antonio Ordóñez y de su cuñado, Luis Miguel Dominguín, pues en esa campaña iban a torear juntos unas diez corridas de toros, tres de ellas mano a mano.
Aquellos reportajes en “Life” sobre las andanzas taurinas de Ordóñez y Dominguín, por aquella España de “sol y sombra” de 1959, de plaza en plaza entre ruedos españoles y franceses, con cita en Cuenca el 5 de septiembre, donde el hijo de Cayetano “El Niño de la Palma”, se presentaba junto al ídolo conquense Chicuelo II y el colombiano Pepe Cáceres, dieron paso a la publicación del libro “El verano peligroso”.
En esa temporada de 1959, Antonio Ordóñez toreó 52 corridas, incluidas las de Francia y América, la mayoría de ellas, a partir de mayo, acompañado por el escritor norteamericano. Se podía decir que era uno más de su cuadrilla.
Ernest Hemingway ya había publicado años antes su “tratado taurino” de “Muerte en la tarde” y “Fiesta”, amén de otras novelas famosas como “Adiós a las armas”, “Por quién doblan las campanas”, “El viejo y el mar” y otros importantes títulos que le llevaron a ganar el Nobel de Literatura.
“Life” le encargó un manuscrito de 10.000 palabras, pero “a la hora de la verdad”, Hemingway escribió 120.000. Había que resumir y esa labor la hizo su amigo el escritor A. E. Hotchner (que se vistió de luces en el mano a mano en Ciudad Real y en Mérida), que dejó la obra en 70.000 palabras.
De ahí, que su paso por Mérida (dos tardes), Cuenca, Villena, Murcia y Albacete (donde Antonio Ordóñez no toreó al presentarse sin sus sancionados picadores, por lo que la corrida se suspendió y fue detenido junto a Miguelín) no aparezca en el libro y su testimonio quedase entre los folios que fueron retirados. Por cierto, Hemingway no viajó a Albacete, quizá intuyendo lo que podía ocurrir.
Dado que la atención de los artículos del escritor norteamericano (que conoció a Ordóñez en los “Sanfermines” y de ahí nació una larga amistad, hasta su muerte) estaba centrada en esa rivalidad de los cuñados Ordóñez y Dominguín, cabe señalar que ambos contrajeron matrimonio en distintos años en la finca conquense de “Villa Paz” en Saelices.
Antonio Ordóñez se casó con Carmina Dominguín en 1953 (en 1983 se separó para casarse con Pilar Lezcano) y Luis Miguel contrajo matrimonio por la iglesia en 1956 con Lucía Bosé. Por “Villa Paz” (anterior finca de la Infanta Paz) también solía ser asiduo Hemingway.
De la presencia de Ernest Hemingway en Cuenca, en aquella tarde de San Julián de 1959 existen pocos datos, y hubiera sido interesante conocer la impresión del propio escritor sobre la Cuenca que impresionó a escritores foráneos como Alejo Carpentier.
Antonio Ordóñez toreó en Mérida los días 3 y 4 de septiembre, alternando la primera tarde con el colombiano Pepe Cáceres. De la plaza de toros de Cuenca eran entonces empresarios “los Dominguines”, a su vez apoderados de Antonio Ordóñez. La afición conquense tenía ganas de toros, pues en 1958 no hubo feria taurina por no estar el coso en condiciones, y además de la novedad de la presencia de Ordóñez, se esperaba como “agua de mayo” a Chicuelo II, ausente de las ferias de 1956 y 1957.
La feria se inició el 4 de septiembre con una novillada picada en la que alternaron el segoviano Andrés Hernando, aplaudido; el paisano Luis Alfonso Garcés, de Pozorrubio de Santiago, que cortó dos orejas, y Alfonso Ordóñez, hermano de Antonio, que cortó tres orejas y rabo. Alfonso se quedó en Cuenca para ver a su hermano, que traía en su cuadrilla como banderillero a otro de los hermanos: Juan Ordóñez. Tres hijos del Niño de la Palma en Cuenca.
El sábado 5 de septiembre, Cuenca ofrecía sus mejores galas de San Julián, con gran ambiente en las calles. Los gigantes y cabezudos, de Octavio Vicent, bailaban junto a la plaza de toros, que se fue llenando para “la enorme corrida de toros”, como se anunciaba en los carteles, para las cinco de la tarde. El gran esperado para la afición conquense era Manuel Jiménez “Chicuelo II”, que dos días antes había toreado en Palencia y al día siguiente tenía que actuar en Palma de Mallorca.
El diestro iniestense contesta a las preguntas con bala de Raúl del Pozo en “Ofensiva”: “-¿Eres de aquí o de Albacete?” “-De aquí, por eso tengo más responsabilidad esta tarde”. No presentía Chicuelo II que aquella tarde que iba a ser triunfal para él, sería la última en su tierra, al fallecer cuatro meses más tarde en Montego Bago (Jamaica) en accidente de avión.
Ernest Hemingway había visto torear a Chicuelo II en Aranjuez el 3 de mayo, junto a Ordóñez, con el que alternó siete tardes ese año. Así lo definió en “El verano peligroso”: “Como segundo matador iba Chicuelo II. Es, o era, muy bajo, de aproximadamente metro cincuenta y cinco, con un semblante grave y triste.
Le considero más valiente que un tejón, cualquier otro animal y la mayoría de los hombres y llegó a novillero y después a matador en 1953 y 1954, respectivamente, desde la terrible escuela de las capeas. Estas son corridas bastante informales que se celebran en las plazas de los pueblos de en Castilla, de la Mancha, y, en menor grado, en otras provincias donde los mozos de la localidad y las cuadrillas itinerantes de aspirantes a toreros se enfrentan a reses que han sido lidiadas una y otra vez”.
Hemingway reflexiona sobre el torero conquense: “Chicuelo II fue una estrella de las capeas hasta los veinticinco años. Mientras los matadores de fama contemporáneos de Manolete lidiaban toros, medios toros y toros de tres años con los cuernos afeitados, él se enfrentaba a algunos de siete años con las astas intactas.
A muchos de ellos los habían lidiado anteriormente y resultaban peligrosos como cualquier animal salvaje. Debía torear en aldeas que no contaban con enfermería, hospitales ni médicos.
Para sobrevivir, Chicuelo II debía entender de toros y conocer la manera de arrimarse sin que le cogieran”. De aquella tarde de Chicuelo II en Aranjuez, con dos orejas en la vuelta al ruedo, Hemingway terminaba diciendo: “Me agrada recordarle tal como le vi aquel verano ya que de nada sirve pensar en lo que le ocurrió al cambiarle la suerte”.
La plaza de toros prácticamente se llenó para ver la presentación de una de las grandes figuras, Antonio Ordóñez (vestido de verde y oro), que ya había estado anunciado en 1956, pero tuvo que ser sustituido por Antoñete, debido a una cogida. El torero de Ronda saludó desde los medios en sus dos toros, tras una buena actuación, pasando a la enfermería antes de terminar debido a un esguince. Chicuelo II (de blanco y oro) fue el auténtico triunfador de la tarde, con cuatro orejas y rabo y salida a hombros hasta el hotel. Pepe Cáceres, que también se presentaba, no tuvo suerte y escuchó música de viento. En el callejón, según un pequeño recuadro en “Ofensiva”, siguió la corrida el escritor y Premio Nobel Ernest Hemingway. Poco más se dijo entonces sobre esa excepcional presencia del escritor norteamericano.
Publicaba en “El Cultural/El Día” Florencio Martínez Ruiz bajo el título “El día en que Ernest Hemingway estuvo en los toros en Cuenca”, en agosto de 1999, que “estuvo por aquí tras los pasos y los pases de Antonio Ordóñez, en cuya corte de aficionados era el gran chambelán”. El dato lo recogía del libro “Los años sin excusa” (Memorias II) del escritor Carlos Barral, que acompañó al Premio Nobel en su desplazamiento a Cuenca del 5 de septiembre de 1959. Barral viajaba junto a Giulio Einaudi, el doctor Rubino y su mujer y Ernest.