El cortejo penitencial de las Siete Palabras salía puntual a una Plaza algo mermada de público a causa de la lluvia previa. Pese a que el agua haría aparición hasta en dos ocasiones (una con la Vera Cruz bajo arcos del ayuntamiento y otra en el Peso), finalmente el tiempo respetó y la decisión de la Hermandad de proseguir con la procesión se desveló como acertada. Mucho público pese a la incertidumbre por el tiempo, largas y compactas filas de hermanos en todo momento y prédicas cargadas de significado en una noche de reseñable trabajo de la Hermandad en conjunto y del Alonso Lobo para desplegar, pese a la lluvia, un desfile bien organizado y de gran solemnidad y belleza.
Como es habitual, abrió las prédicas monseñor Yanguas, obispo de la Diócesis, desde la Puerta de la Misericordia y bajo la atenta mirada de una paloma que evocaba al Espíritu Santo en la noche del Lunes Santo conquense. “Perdónalos. Así reza su oración. Gracias, Señor de la Vera Cruz, por dar por nosotros la cara. Por achacar a ignorancia nuestros pecados. Gracias, Señor de la Vera Cruz. Y enséñanos a perdonar. A caer en la cuenta de que no podemos implorar tu perdón si no aprendemos a perdonar” pedía monseñor.
Bajo los arcos del ayuntamiento, a causa de la lluvia que se cernía en esos momentos sobre Cuenca, predicó la Segunda Palabra el Rvdo. Cruz Campos, nuevo párroco de San Pedro y Santiago. “No hay mejor noticia para el buen ladrón que estar con el Señor en el paraiso. Eso se llama Evangelio. Jesús muere por nosotros y, resucitado, vive y tiene el poder de perdonarnos y resucitarnos con Él. Esa esa nuestra fe. Reconocer nuestros pecados, pedir perdón y reconocer el poder de Dios son las premisas para nuestra salvación” reflexionó.
La lluvia, que aparecía timidamente de forma intermitente en el recorrido, no impidió a los conquenses congregarse en San Felipe Neri para la Tercera Palabra, ni tras los hachones de cierre de la Hermandad, como es ya habitual. El Hermano Mayor de sorteo, Mario Burgos, dijo: “Agonizante, Jesús muestra una vez más el amor inmenso que siente por su pueblo: nos entrega a su Madre. Juan, nos representa a todos. Pueblo creyente: ahí tienes a tu madre. Madre, enséñanos a estar de pie junto a quien sufre. Siguiendo la estela de Juan, el amigo que lo deja todo por Jesús, podemos hacer lo mismo en nuestra vida diaria”.
Al pasar bajo el Museo de Semana Santa, la lluvia arreció brevemente, para no volver a aparecer más en la noche. En San Andrés, el N.º 1 de la hermandad, Antonio Saiz, predicó: “Cristo sella en la Cruz un pacto de amor y perdón con el hombre. Es la forma de llegar al Padre. Y, sin embargo, nosotros los cristianos seguimos abandonándolo. Solo le pido al Cristo de la Vera Cruz que nos haga capaces de amar y perdonar. Los atajos no nos llevan a ningún sitio”.
Ya en El Salvador y en una bajada con bastante público, la Hermana Mayor-Presidenta, Julia Celada, reflexionó sobre la sed de justicia y de amor: “La Fe que de verdad calma es Él en la Eucaristía. No pasemos de largo como hicieron los judíos ante su Cruz. Digamos todos: Jesús, tengo sed. Y quedaremos saciados”.
El cortejo descendió a buen paso y con cada vez más público hacia la Puerta de Valencia, donde el Hermano Mayor de turno, Francisco José Álvaro, predicó: “El Señor vino al mundo para que todo estuviera cumplido y, sin embargo, los suyos no lo recibimos. Por eso Getsemaní. Y la Cruz. Pero tenemos esperanza y fe, y damos testimonio de ello cada Semana Santa. Orgullosos de llevar nuestras túnicas. Con Él y por Él sabemos que nada acaba aquí. Que era precisa esta ofrenda. Amar hasta el extremo”.
En los últimos compases, la procesión se fue haciendo más íntima y recogida, hasta llegar a San Esteban, donde aguardaba buena parte del público que había acompañado durante el recorrido hasta las monjillas. Allí, el vicario general de la Diócesis, Antonio Fernández, predicó para finalizar: “El centurión se hizo creyente ante el grito del Señor. Aquí está, crucificado delante de nosotros. Gritándonos en el silencio. Abrámonos ante este grito de amor. Dejemos que nos cambie. Sin esto, no tiene sentido nada. Hoy son nuestros corazones de piedra los que deben rajarse con este grito. Jesús sabía muy bien que solo una llave abre los corazones cerrados: es el Amor”.
El Santísimo Cristo de la Vera Cruz entró en San Esteban al filo de la una de la madrugada, tras una procesión que, pese a las dificultades a causa de la lluvia, se mantuvo compacta, bien organizada, transcurrió a paso elegante y solemne y llenó de fervor y reflexión la ciudad. Una ciudad que escuchó cantar mucho y bien al Coro Alonso Lobo, cuya profesionalidad, talento y fe salvaron con creces los problemas que los cambios de temperatura y la lluvia supusieron para sus voces.