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Educación

Enseñanza entre rejas

Este año se han formalizado 60 matrículas en la escuela de la prisión de Cuenca, en la que los internos pueden adquirir y reforzar competencias básicas, además de cursar diversos talleres
Fotos: Saúl García
29/11/2022 - Dolo Cambronero

Varios alumnos se afanan en una clase en realizar respectivamente y cada uno a su ritmo ejercicios básicos de lengua, inglés o castellano para extranjeros al tiempo que atienden las explicaciones de la maestra mientras que en la de enfrente, otros estudiantes están haciendo un examen de Secundaria. A priori, podría parecer que la escena ocurre en cualquier centro educativo pero se trata de las aulas del Centro Penitenciario de Cuenca, que se convierten en una suerte de “espacio de libertad” para los internos, que en este lugar dejan de ser presos por unas horas y son solo alumnos a secas.   

Para acceder a la escuela penitenciaria tenemos que atravesar varios controles y puertas cerradas a cal y canto. Ya en una de las aulas, los dos docentes que atienden este recurso en la cárcel, Juan Pablo Culebras Cruz y Raquel Docón Sánchez, explican que el número de matrículas en un curso completo en la prisión de Cuenca –de pequeño tamaño, con unos 120 internos incluyendo también a las personas con permisos y medios telemáticos en tercer grado– suele oscilar entre 40 y 70 sumando todas las enseñanzas. Este año, se han formalizado 60 aunque son menos alumnos porque un recluso puede estar inscrito en varios de los talleres que se imparten. No obstante, la cifra puede variar a lo largo del ejercicio dado que suele haber mucha movilidad y pueden incorporarse nuevos estudiantes o causar baja otros que consigan la libertad o sean derivados a otras cárceles.

ALTA MOVILIDAD

“A menudo sientes que tienes que empezar de cero. Lo que más contrasta con las aulas de Primaria de un colegio ordinario es la movilidad. No se puede tener una continuidad por el propio funcionamiento interno de la prisión porque tienen también otros talleres, grupos psicológicos, trabajo…”, cuenta Raquel Docón, que es maestra de Primaria especialista en Inglés y que vive su primer curso en el aula penitenciaria.

El veterano aquí es Juan Pablo Culebras, que lleva 27 años como profesor en la prisión de Cuenca después de haber pasado antes por otros centros penitenciarios y que se va a jubilar este curso aunque dice que no se quiere desvincular del todo de este mundo. Cuando él empezó la docencia en este ámbito en 1989, estos profesionales dependían de Instituciones Penitenciarias hasta que en 2002 pasaron a formar parte de Educación.

Las enseñanzas que imparten en esta aula no son regladas. “Es una educación más abierta y menos pautada porque ellos tienen unos tiempos diferentes. Está dirigida a gente que tiene que adquirir unos rudimentos de cálculo, de expresión, de lectura, de comprensión lectora… y contenidos básicos de Primaria”, detalla Culebras.

DISTINTAS ENSEÑANZAS  

En concreto, en la escuela penitenciaria de Cuenca se pueden cursar dos niveles de Adquisición y Refuerzo de Competencias Básicas (ARCB), el primero más próximo a lo que sería alfabetización y nuevos lectores y el segundo, más o menos equivalente al ciclo de cuarto a sexto curso de Primaria. Castellano para Extranjeros y talleres de Inglés, Historia a través del Cine y Ofimática Básica completan la oferta educativa de la prisión aunque estos docentes también atienden a alumnado que está cursando Educación Secundaria para Personas Adultas a Distancia (ESPAD) a través del Centro de Educación de Personas Adultas (CEPA) Lucas Aguirre de la capital conquense. Es el profesorado de este último recurso quien tutoriza a estos estudiantes pero los maestros de la cárcel también les ayudan cuando tienen dudas y dificultades. “Hacemos una labor de puente”, indica Culebras.

De hecho, el día de la visita a la escuela penitenciaria coincide con exámenes para el alumnado que cursa Secundaria a distancia –solo hay una chica entre los pupilos que se enfrentan a la evaluación–, que está ocupando en esta jornada la que es la clase habitual de este docente. En la habitación de enfrente, seis estudiantes varones de entre veintitantos años y la cincuentena trabajan diferentes materias en el aula de la maestra. Dos de ellos, originarios de otros países, están aprendiendo palabras básicas de castellano. “Por lo general, suelen atender y participar y se ayudan entre ellos”, asegura Docón.

Sin entrar en la motivación académica que puedan tener para matricularse en la escuela, para el alumnado, asistir a clase supone de primeras salir de la rutinaria vida de la prisión. “La cabeza se despeja”, reconoce uno de ellos, que alaba la tarea que desempeñan estos dos docentes, opinión que es compartida por el resto de estudiantes. “Son demasiado buenos. Para aguantarnos a nosotros…”, bromea.

“He tenido a varias personas casi analfabetas que se sacaron Secundaria”, dice Juan Pablo Culebras, que lleva 27 años como maestro en la cárcel conquense

En cada aula puede haber hasta un máximo de 16 alumnos aunque, en la práctica, terminan siendo prácticamente clases particulares dado que aunque el profesorado haya pretendido formar al inicio del curso un grupo inicial partiendo de un nivel similar y parecidas necesidades de los estudiantes, cada uno sigue su ritmo y, al final, el proceso enseñanza/aprendizaje es muy individualizado, según explica el maestro Culebras.

Para el docente, el mayor reto es conseguir el trabajo continuado del alumnado. “Es un mundo muy particular pero cuando te pones al ejercicio docente como tal, estás enseñando como en cualquier otro centro educativo, acompañando al que no sabe, apoyándole para que encuentre sus métodos, estimulándolo, animándolo y haciéndole participar para que se integre. Lo complicado aquí es la perseverancia. En muchos casos, han vivido al día, a salto de mata, casi en la supervivencia, sin tener una integración social y laboral que les haya dado unas rutinas. Y en la escuela, lo que se pide es un trabajo constante. El éxito se logra a base del esfuerzo diario. Ese valor lo tenemos que propiciar en las clases como buenamente podemos”, admite el maestro.

Eso sí, los pupilos muestran total “respeto” en clase, tanto con los docentes como entre ellos, y no suele haber problemas de disciplina, algo quizás más difícil de garantizar en cualquier instituto ordinario. “Desde fuera, se puede presuponer que en esta escuela tiene que haber más conflictos porque es un centro privativo de libertad. Pero en realidad solo ocurren esporádicamente. Sí que los hay en la cárcel porque en todos los sitios donde se convive hay problemas pero en el aula es más difícil que sucedan. Hay un ambiente distendido y están relajados. Se evaden de alguna forma de sus problemáticas familiares, judiciales...”, añade el profesor.

En este punto, la maestra Docón añade que la escuela se convierte para los internos en “una especie de refugio”. Debido a su situación, “a veces necesitan una figura de apoyo psicológico, desahogarse y sentirse escuchados”. “Aquí son tratados solo como alumnos”, subraya.

“Las clases te quitan bastante condena”, dice uno de los alumnos, que cuenta que en el aula se sale de la rutina y “la cabeza se despeja”

EXPERIENCIA POSITIVA

Para ambos docentes, su experiencia en la escuela penitenciaria es positiva. La profesora recuerda que solicitó trabajar en la prisión por probar una experiencia diferente. “Estás loca”, le dijeron entonces compañeras de profesión. “Pero me llamaba la atención porque era todo un reto enseñar en un contexto totalmente distinto y probarme a mí misma. ¿Seré capaz de transmitir, de conectar en este ambiente?”, se preguntaba. Por el momento, su todavía corto paso por este espacio está siendo satisfactorio.

“Nos gusta el trabajo que hacemos. Nos refuerza mucho. Más allá de lo estrictamente académico, nos sentimos muy volcados emocionalmente con ellos, que necesitan gente que se implique”, indica por su parte el experimentado Culebras.

A lo largo de sus más de tres décadas de trabajo en este ámbito, asegura que ha visto muchos casos de superación. “He tenido a varias personas casi analfabetas que empezaron prácticamente a leer y escribir y se han sacado la Secundaria en la cárcel. Gente que se ha esforzado y ha sido tenaz hasta que lo ha conseguido. Y luego te ven por la calle y te lo agradecen. Te recuerdan con cariño y te devuelven lo que les das. Eso también lo llevo yo conmigo”, dice con emoción.         

El centro penitenciario de Cuenca es pequeño y tiene menos posibilidades académicas que otras prisiones en las que también se puede cursar a distancia Bachillerato, Formación Profesional o incluso estudios universitarios. Si se pregunta al alumnado de la escuela conquense si les gustaría seguir con Secundaria, las respuestas son variadas. “A mí me cuesta mucho”, afirma uno de los más jóvenes, que resume con una rotunda frase el alivio mental que le supone ir al aula, con independencia de lo que aprenda “Las clases te quitan bastante condena”.