"Señor, concédenos escuchar de Ti palabras de misericordia en nuestra hora de la muerte", reflexionaba Antonio Fernández, vicario general de la Diócesis y predicador de la Séptima y última Palabra, ante el Santísimo Cristo de la Vera Cruz en San Esteban, pasada la una de la madrugada. Las puertas del templo, abiertas ya, acogían en esos momentos a los hermanos y hermanas de la Muy Ilustre y Venerable Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo de la Vera Cruz tras protagonizar un desfile muy organizado y fluido, con largas filas de hermanos desde inicio y que transcurrió en todo momento entre un rotundo y respetuoso silencio.
Un desfile que fue reflexión colectiva sobre las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, sí. Pero, sobre todo, reflexión colectiva sobre el Amor del Padre y el Sacrificio del Hijo. Sobre la misericordia del Señor que en madera encarna en Cuenca y Lunes Santo.
El desfile comenzó puntual. Al filo de las 22:30, los banceros del Santísimo Cristo de la Vera Cruz (mezcla de juventud y experiencia, de lazos familiares con lazos de hermandad), bien dirigidos un año más durante todo el recorrido por su experimentado capataz, daban los primeros pasos por el interior de la girola de la Catedral. La Puerta del Arca de San Julián, abierta, saludaba el paso del cortejo en este Año Santo. Representantes de las hermandades de la Vera Cruz de La Peraleja, Villar de Domingo García y de Mira, que regresaba al Lunes Santo conquense tras unos años de ausencia, encabezaron un cortejo cerrado, como es habitual, por el Coro de Cámara Alonso Lobo, dirigido por Luis Carlos Ortiz.
La puntualidad en el paso por las iglesias de prédica a lo largo del recorrido fue, desde los primeros compases, la tónica general de uno de los desfiles de la Vera Cruz más largos en cuanto a participación de hermanos y, también, más silenciosos de los últimos años por parte del público. Incluso algunos establecimientos hosteleros del recorrido – no todos – apagaron luces y música para el paso del Señor Crucificado, dando ejemplo de respeto y compromiso con el mantenimiento de las tradiciones de la ciudad.
La Hermandad, que estrenaba estandarte donado por los Hermanos Mayores de 2018 (y que fue bendecido por el obispo tras la misa íntima que monseñor oficia para los hermanos todos los Lunes Santos), cumplía horarios en una noche fría en la que, sin embargo, el público acompañó todo el desfile, concentrándose especialmente en las iglesias de predicación. Antes de que partiera el cortejo, monseñor tuvo un recuerdo y petición especial por la salud de Guillermo Martínez, diseñador del estandarte nuevo de la Vera Cruz y vestidor de la imagen mariana de la Hermandad, la Virgen de los Dolores, que se encuentra ingresado en el hospital.
En la Puerta de Piedad, monseñor José María Yanguas predicaba la Primera Palabra por duodécima vez. “En la Cruz, Cristo se revela enteramente humano. Aparece como un despojo humano, menos que hombre” reflexionaba monseñor, para añadir: “Desde la Cruz, descienden sobre la tierra palabras que son como un bálsamo. Como una luz para la Humanidad”.
Y es que el Santísimo Cristo de la Vera Cruz, rememorando cada año las enseñanzas del Señor en su Crucifixión, ilumina Cuenca como parábola hecha madera. A la luz de sus cuatro hachones encendidos, de los hachones de los hermanos, con la sempiterna letanía del toque de campana de reo de muerte que volveremos a escuchar en Cuenca el Jueves Santo, el Santísimo Cristo llegaba al convento de Las Blancas, en la Anteplaza, para que un hermano leyera la Segunda Palabra, redactada por la Madre Agnes Mutheu. “No te dejaré ni te abandonaré. Éste es el gran consuelo que nos da el Señor. Y por eso debemos tener fe en él y en su Palabra” reflexionaba la Madre Agnes por boca de un hermano de la Vera Cruz.
Igual que el Señor no nos abandona, tampoco los conquenses – nazarenos de acera que los llamaría nuestra Pregonera de este año, Pilar Ruipérez – quisieron dejar solo al Señor en su tránsito de Cruz en Lunes Santo. San Felipe recibió a la Sagrada Imagen en silencio y con mucho público. También tras el Santísimo Cristo se congregaba cada vez más gente, que se unía al cortejo en reflexión comunitaria al paso del Señor por cada iglesia. José María Pastor predicaba la Tercera Palabra: “En esta Palabra te descubrimos dolorido y humillado, pero inmensamente generoso. En ella sientas las bases de uno de los pilares más importantes del Amor Fraterno. En el discípulo amado, encarnas a todos y cada uno de tus hijos, a tu iglesia, dejando nuevamente patente tu amor a la Humanidad”. Amor y misericordia que, un Lunes Santo más, el Señor derramaba sobre los conquenses al paso de la Vera Cruz, Cruz verdadera a la que unir los sinsabores y cruces del día a día.
El paso por Alonso de Ojeda y el Peso fue limpio y ágil. En San Andrés predicaba una emocionante y profunda Cuarta Palabra Marta Cristina Jiménez, quien hizo hincapié en su reflexión en la fe que el Señor tiene en el ser humano, a pesar de sus traiciones, sus defectos y sus faltas. Misericordia, en definitiva. Misercordia. “Esta Palabra es la oración del justo que sufre y espera en Dios” predicaba Marta Cristina. Cuenca, cada Semana Santa, se echa a la calle para mostrar que, a pesar de las distracciones diarias, espera también en Dios.
Por el Señor, que nos enseña “que del silencio brota la resurrección”, esperaba en El Salvador un numeroso grupo de conquenses para escuchar la Quinta Palabra de labios de Manuel Ferreros. El desfile bajó ordenado y solemne por Solera, muy compacto en prácticamente todos los tramos – salvo en los estrechos, por la necesidad de los nazarenos de apartarse para dejar espacio a los banceros – y en mitad de una noche clara en la que el frío hizo presencia con intensidad variable. “El Señor siente sed para que nosotros podamos dejar de sentirla. Para que podamos beber el agua que nos haga saltar a la vida eterna. El mundo está sediento, pero no de una sed física, sino moral y espiritual. Está sediendo de amor al prójimo” reflexionó Ferreros y con él Cuenca. Porque en Cuenca, el Lunes Santo es cántico de amor. Del amor profundo de un Padre que a su Hijo entrega. Del amor profundo de un Hijo que, un año más, se manifiesta a hombro de bancero en Cuenca para traer palabras de misericordia.
El cortejo alcanzaba la Puerta de Valencia pasada la medianoche. Allí, una hermana de la Vera Cruz leía la prédica escrita por la religiosa concepcionista Marta Peraza, mientras el aroma a incienso llenaba el ambiente y el tambor velado callaba unos instantes antes de volver a marcar el paso al Crucificado. “En la Cruz, todo está cumplido. Al más mínimo detalle. Misión cumplida. ¿Quién puede decirlo? Solo Jesús” reflexionaba la hermana. El Señor, los ojos vueltos al Padre, se mostraba en su prédica “lleno de paz y confianza, por la ruta que ha recorrido. Siguiendo la voz que resonó en el río Jordán”. Así los conquenses, los hermanos de la Vera Cruz, siguen cada año la voz del Padre para cumplir con el rito, con lo que está escrito, en Cuenca y Lunes Santo.
Pasada la una de la madrugada, tras las palabras de misericorida de Antonio Fernández en la séptima y última prédica, el Santísimo Cristo de la Vera Cruz entraba en San Esteban, ante sus hermanos, para ser contemplado por primera vez por el paso de Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías desde la capilla del Descendimiento. Anoche en San Esteban, las miradas de los nazarenos iban del Hijo a la Madre, de la Madre al Hijo, y daban testimonio de misericordia y fe un año más.
cCon el rezo de un padrenuestro y un avemaría dirigido por Antonio Fernández y el miserere en las voces del Alonso Lobo – actuación impecable como siempre del Coro, pese a la dificultad añadida por el frío – concluía un Lunes Santo que dejó en Cuenca palabras de vida eterna… y de misericordia.