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Educadores de calle para prevenir conductas de riesgo en los jóvenes

Un programa impulsado por el Ayuntamiento de Cuenca trabaja con la juventud para evitar conductas adictivas
Educadores de calle para prevenir conductas de riesgo en los jóvenes
Foto: Saúl García
29/02/2020 - Dolo Cambronero

Es una tarde cualquiera y un grupo de chicos y chicas se reúne en un parque de un barrio cualquiera de la ciudad. ¿De qué hablan? ¿Qué les preocupa? ¿Tienen hábitos peligrosos? Un educador de calle, también joven, se les acerca precisamente con la misión de conocer sus intereses y desvelos y detectar posibles conflictos, en el marco del programa Normalización de prácticas y conductas de riesgo con jóvenes. ¿Qué te Cuencas?, un proyecto del área de Intervención Social del Ayuntamiento de Cuenca, gestionado por la Asociación Zuclería.

El colectivo se ha hecho cargo de este programa –que lleva en marcha ya varios años- desde noviembre de 2018 hasta diciembre de 2019, detalla la concejala de Servicios Sociales, Igualdad y Cooperación, Esther Barrios.

Los cuatro educadores de calle, dos mujeres y dos hombres, que han formado parte de la iniciativa -que está financiada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Fondo Social Europeo- trabajaron con unos 140 jóvenes de la capital. Fruto de esa labor con los chavales nació el II Encuentro Juvenil Cuenca es calle, en el que participaron 114 adolescentes de entre 12 y 21 años.

El objetivo del proyecto es prevenir situaciones de riesgo de exclusión social en jóvenes y trabajan con metodología de calle que intenta fomentar las potencialidades de los jóvenes, desde una perspectiva colaborativa, autonomista e integradora, relatan Cristina Pina y Marina García, dos de las educadoras de calle que han formado parte del programa.

Los educadores se han repartido en cuatro zonas de trabajo: San Antón, Villa Román, Las Quinientas y Pozo de las Nieves, desde las que abarcan todos los barrios de la ciudad.

“Hacemos recorridos por las calles y vemos dónde se suelen reunir los jóvenes y nos acercamos a ellos”, cuentan. Además, ellos mismos les suelen presentar después a otros grupos. Normalmente, se juntan en parques y plazas y en lugares que estén lejos de la vista de los adultos. “Buscan zonas íntimas”, detallan.

En invierno, los educadores trabajaban por las tardes mientras que en verano se ha intervenido también por las mañanas. En principio, cada uno de los cuatro tiene adjudicada una zona aunque a veces actúan por parejas.

Además de la actuación en calle, también trabajan con otros jóvenes derivados desde Intervención Social que necesitan una atención más individualizada por su situación personal o familiar.

Conductas adictivas, problemas en las relaciones con amigos y parejas, absentismo escolar y contextos familiares complejos son algunas de las situaciones complicadas que han detectado. Además, también han ofrecido a los jóvenes orientación laboral porque ha sido una demanda de los propios chavales.

PELIGROS TECNOLÓGICOS

Aunque una de las cuestiones que más preocupa a los educadores de calle tras haber escuchado a los jóvenes es el peligro que suponen para los adolescentes las redes sociales.

En este punto, los educadores han trabajado aspectos como el ciberacoso, la privacidad y las páginas de citas, entre otros. “Son adictos a subir fotos, a los ‘Me gusta’…”, reflexiona Marina García. “Lo ven como algo muy cotidiano y no son conscientes de lo rápido que se puede ir una situación de las manos. No ven el peligro”, indica.

Aunque el programa se enfoca en la prevención, también han hecho intervención social con algunos jóvenes, sobre todo en casos de problemas en los ámbitos académico y familiar. “A veces no son graves”, puntualizan. “Pero es más fácil intervenir desde la calle que desde un despacho”, afirman.

Estos profesionales han trabajado con niños de a partir de 12 años, que es cuando muchos de ellos ya empiezan a tener redes sociales, y de hasta unos 21. “Aunque somos flexibles y hemos atendido también a más pequeños y a mayores. Si hay alguno o alguna en el grupo que no entra en esa edad, no le vamos a decir que se vaya”, señala Cristina Pina.

Una de las conclusiones a las que ha llegado esta educadora tras formar parte de este programa es que “a los jóvenes se les escucha poco. Se dice que son una generación perdida, que no tienen intereses, motivaciones… Y sí tienen pero no saben cómo materializarlos”.

Por ello, destaca la importancia de programas como este en cualquier ciudad “porque dan voz a los jóvenes”. Si se sienten escuchados, tenidos en cuenta, valorados, sacan lo mejor de ellos y se evitan conductas de riesgo.

Educadores de calle para prevenir conductas de riesgo en los jóvenes

PREOCUPACIÓN POR LAS CASAS DE APUESTAS

Es una tarde cualquiera y un grupo de chicos y chicas se reúne en un parque de un barrio cualquiera de la ciudad. ¿De qué hablan? ¿Qué les preocupa? ¿Tienen hábitos peligrosos? Un educador de calle, también joven, se les acerca precisamente con la misión de conocer sus intereses y desvelos y detectar posibles conflictos, en el marco del programa Normalización de prácticas y conductas de riesgo con jóvenes. ¿Qué te Cuencas?, un proyecto del área de Intervención Social del Ayuntamiento de Cuenca, gestionado por la Asociación Zuclería.

El colectivo se ha hecho cargo de este programa –que lleva en marcha ya varios años- desde noviembre de 2018 hasta diciembre de 2019, detalla la concejala de Servicios Sociales, Igualdad y Cooperación, Esther Barrios.

Los cuatro educadores de calle, dos mujeres y dos hombres, que han formado parte de la iniciativa -que está financiada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Fondo Social Europeo- trabajaron con unos 140 jóvenes de la capital. Fruto de esa labor con los chavales nació el II Encuentro Juvenil Cuenca es calle, en el que participaron 114 adolescentes de entre 12 y 21 años.

El objetivo del proyecto es prevenir situaciones de riesgo de exclusión social en jóvenes y trabajan con metodología de calle que intenta fomentar las potencialidades de los jóvenes, desde una perspectiva colaborativa, autonomista e integradora, relatan Cristina Pina y Marina García, dos de las educadoras de calle que han formado parte del programa.

Los educadores se han repartido en cuatro zonas de trabajo: San Antón, Villa Román, Las Quinientas y Pozo de las Nieves, desde las que abarcan todos los barrios de la ciudad.

“Hacemos recorridos por las calles y vemos dónde se suelen reunir los jóvenes y nos acercamos a ellos”, cuentan. Además, ellos mismos les suelen presentar después a otros grupos. Normalmente, se juntan en parques y plazas y en lugares que estén lejos de la vista de los adultos. “Buscan zonas íntimas”, detallan.

En invierno, los educadores trabajaban por las tardes mientras que en verano se ha intervenido también por las mañanas. En principio, cada uno de los cuatro tiene adjudicada una zona aunque a veces actúan por parejas.

Además de la actuación en calle, también trabajan con otros jóvenes derivados desde Intervención Social que necesitan una atención más individualizada por su situación personal o familiar.

Conductas adictivas, problemas en las relaciones con amigos y parejas, absentismo escolar y contextos familiares complejos son algunas de las situaciones complicadas que han detectado. Además, también han ofrecido a los jóvenes orientación laboral porque ha sido una demanda de los propios chavales.

PELIGROS TECNOLÓGICOS

Aunque una de las cuestiones que más preocupa a los educadores de calle tras haber escuchado a los jóvenes es el peligro que suponen para los adolescentes las redes sociales.

En este punto, los educadores han trabajado aspectos como el ciberacoso, la privacidad y las páginas de citas, entre otros. “Son adictos a subir fotos, a los ‘Me gusta’…”, reflexiona Marina García. “Lo ven como algo muy cotidiano y no son conscientes de lo rápido que se puede ir una situación de las manos. No ven el peligro”, indica.

Aunque el programa se enfoca en la prevención, también han hecho intervención social con algunos jóvenes, sobre todo en casos de problemas en los ámbitos académico y familiar. “A veces no son graves”, puntualizan. “Pero es más fácil intervenir desde la calle que desde un despacho”, afirman.

Estos profesionales han trabajado con niños de a partir de 12 años, que es cuando muchos de ellos ya empiezan a tener redes sociales, y de hasta unos 21. “Aunque somos flexibles y hemos atendido también a más pequeños y a mayores. Si hay alguno o alguna en el grupo que no entra en esa edad, no le vamos a decir que se vaya”, señala Cristina Pina.

Una de las conclusiones a las que ha llegado esta educadora tras formar parte de este programa es que “a los jóvenes se les escucha poco. Se dice que son una generación perdida, que no tienen intereses, motivaciones… Y sí tienen pero no saben cómo materializarlos”.

Por ello, destaca la importancia de programas como este en cualquier ciudad “porque dan voz a los jóvenes”. Si se sienten escuchados, tenidos en cuenta, valorados, sacan lo mejor de ellos y se evitan conductas de riesgo.