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Definiciones sobre las Turbas de velados tambores y estridentes clarines

Antonio Aguilar “Pataco”: El sonido de los tambores es “alajú, alajú, alajú, jú. jú… Y los clarines contestaban con “resolíiii, resolíii”
Definiciones sobre las Turbas de velados tambores y estridentes clarines
“Pataco” turbo, en el documental “Cuenca”, de Carlos Saura, 1958
07/04/2023 - José Vicente Ávila

La procesión “Camino del Calvario” cumplió el 1 de abril de 2016 los cuatrocientos años de su primer desfile. Cabe señalar que el Viernes Santo del año 1616 cayó en el 1 de abril como figura en el calendario y en los anuarios de fechas movibles de cada año que afectan a los días de la Semana Santa y la celebración del Corpus Christi.

Los orígenes de la Semana Santa de Cuenca, según un amplio estudio del profesor Pedro José Miguel Ibáñez Martín se remontan a finales del Siglo XVI con la procesión del Jueves Santo, del Cabildo de la Vera Cruz, cuyo testigo recogió la Archicofradía de Paz y Caridad. 

El Cabildo de Nuestra Señora de la Soledad, para la procesión del Santo Entierro, en 1565, y desde 1616, la procesión de los Nazarenos.

 

LAS TURBAS

Por lo que se refiere a la presencia de las Turbas en la procesión de la madrugada, en una entrevista a varios turbos antiguos, entre ellos Manolo Pinós, éste refiere en el libro “Turbas” (1980) que él empezó a salir en las Turbas en 1944; Manuel Pinós fue secretario muy activo del Jesús en la década de los 60-70 y refiere en el citado libro que su abuelo, José Pinós Vallesca, salía en las Turbas hacia 1860. Es uno de los antecedentes más antiguos.

Ofrecemos algunas pinceladas curiosas en torno a esta procesión del bullicio inicial y del silencio final, sobre todo en lo que concierne al papel de las “Turbas” y algunas opiniones a lo largo del tiempo. 

Uno de los datos más reveladores sobre el papel de las Turbas en la Semana Santa conquense lo dio a conocer el crítico literario conquense Florencio Martínez Ruiz. Se refiere al escritor Andrés González Blanco en su novela “Un amor de provincia”, publicada en 1908 y que él situaba en los finales del siglo XIX, hacia 1896:  “El día de Viernes Santo era acaso el día del año más rico en emociones. Mamá nos llamaba a las cinco; nos despertábamos refunfuñando y medio en sueños; nos lavábamos en la galería, que da a la parte de la población llamada de “las Cocheras”, al final de la cuesta que desde los mercados va a la iglesia pontificia de El Salvador, por donde sabíamos que asomaba la procesión “de las seis”. Era una procesión singular…”

Ofrecemos algunas pinceladas curiosas en torno a esta procesión del bullicio inicial y del silencio final, sobre todo en lo que concierne al papel de las “Turbas” y algunas opiniones a lo largo del tiempo

“De la iglesia de San Esteban –entonces en la bajada de Santa Lucía-- de corte románico y un aire desmantelado que le daba gran prestigio histórico, salía un Jesús caído, con la Verónica enjugándole las lágrimas sangrientas y un Cirineo ayudándole a soportar el peso de la Cruz. Era una procesión callada, formada por devotas y presbíteros”.

“Al encuentro de esta procesión pacata y fría, salía de San Pedro otra procesión estruendosa, formada por una comitiva irreverente, voceadora y bestial. Eran nazarenos revestidos con ropas lúgubres, como los de los ahorcados cuando van al cadalso, que llevaban en andas una Dolorosa compungida y romántica”.

Relataba González Blanco que “las túnicas de los que llevaban las andas eran más lujosas y ondulantes. Las de los otros –que componían la mesocracia de los cofrades—eran viles y pobres, de percalina descolorida, ajada por los años de uso. Estos eran los que formaban la voz cantante de la sacrílega procesión, vociferando, eructando coplas sucias y arremangándose la túnica, mal sujeta con cíngulos morados, para sacar de las profundidades de los bolsillos de sus chaquetones un trozo de chorizo que manducaban ávidamente, y no pocos la castiza bota de vino…”. 

Ambas procesiones, se encontraban en la Plaza Mayor, junto a la Catedral, y González Blanco señalaba que “era éste el momento culminante de la extraña fiesta, más profana que religiosa”  Y añadía: “por incomprensible complacencia tradicional, a pesar del escándalo anualmente renovado, la devota y ascética Episcópolis –que en realidad es Cuenca— toleraba este espectáculo nada edificante”.

Y sigue relatando: “Los cofrades de moradas túnicas avanzaban a los redobles de los tambores velados, cuyos sones lúgubres y opacos turbaban la calma de la ciudad dormida, hasta darse de bruces con la vanguardia de la otra procesión”. “Ya unidas las dos partes del cuerpo procesional, los tunicados, con enormes trompetas, hacían retemblar los ecos de la calle, soltando al rostro del divino Jesús resoplidos gigantescos que parecían deshacerse en flatos de rabia…”

Turbos del año 1950 en la procesión “Camino del Calvario”. (Foto Nicolás Muller)

DISTINTAS DEFINICIONES

En la Semana Santa de 1904 la Hermandad de Jesús Nazareno de El Salvador incorporó por vez primera el “paso” de Jesús Caído y la Verónica. El presbítero Hermenegildo Regueira, que escribía en “El Correo Católico”, resaltaba al hablar del nuevo Paso de la Caída, que la procesión “Camino del Calvario” había sido precedida por los ruidos de tambores destemplados y atiplados clarines que la anunciaban, “detalle muy característico por lo que se quiere representar, pero molesto y poco edificante”. 

En los programas oficiales de los años veinte se acompañaba el siguiente texto en la procesión “Camino del Calvario”. Lo recogemos de 1925: “Sale a las seis de la mañana, de ahí el nombre de Jesús de las Seis: “Es típico de ella la banda de destemplados tambores y estridentes clarines que en son de mofa precede al Jesús Nazareno; por ella, por la hora riente de estos amaneceres de primavera temprana, hace fuerte contraste la unción de los devotos con el jolgorio pseudo judaico de la banda”.

Y se justificaba que “entre el resoli, los obsequios de los hermanos mayores y el picante sol mañanero hacen que el final de la procesión sea movido y más alegre que corresponde a las tristuras litúrgicas del día”. 

No podemos pasar por alto lo que escribía el diplomático chileno Carlos Morla Lynch, en su libro “En España con García Lorca” de 1932: “Amanece. De la calle asciende un clamor extraño; lamentos y alaridos; trompetazos de Juicio Final. Esta bullanga es lúgubre, torturadora, apocalíptica, trágica… Me asomo al balcón. En la madrugada que apenas se inicia, advierto la presencia de enmascarados de aspectos diabólicos, que gesticulan al tiempo que lanzan gemidos espeluznantes. Magnífico, dice, pero pagano”.

En 1944, en el bisemanario “Ofensiva” se recoge una croniquilla procesional sobre el cortejo Camino del Calvario: “La procesión de las Seis. Por la hora, las imágenes y el tipismo de una costumbre es la procesión primera del Viernes Santo la más original. Digamos que su desfile por Carretería ha sido muy lucido; hubo orden y mucha concurrencia de hermanos. Aún se escribe en un suelto: “Un párrafo breve para las ausencias que hemos notado y que convendría restituir en bien del tipismo. La cuadrilla de “judíos” que representa al pueblo deicida en la procesión de las seis es hoy una turba heterogénea e incolora. Siempre fue este grupo compuesto por personas de carácter en el mundillo popular de la ciudad: las turbas de “judíos” ocupaban un lugar que convendría llenar con sucesores del mismo matiz, eliminando a los señoritos o estudiantillos que impropiamente intentan hacer de comparsa”.

Antonio Aguilar Galdrán, Pataco, turbo muy significado, y portador del Guión de la Soledad por una promesa. Dice que el primero de su familia, a finales del siglo XIX fue su tío Agapito. Después de la guerra empezaron a  salir doce, luego veinte… hasta que fue creciendo el número. Del sonido de los tambores dice en el libro de Turbas que era así: “alajú, alajú, alajú, jú. jú… (ahora suelen decir “a la cruz”). Y los clarines contestaban con “resolíiii, resolíii”. Comentaba entonces: “ahora han sacado eso del ay que le da, que le da…”.

“He oído muchos tambores pero ningunos suenan como los de Cuenca… Hoy soy un viejo Pataco que viene de la vieja tierra de la saeta a pregonar la saeta metálica de la trompeta”

Raúl del Pozo, el veterano periodista y columnista, nacido en Mariana el día de Navidad de 1936, buen conocedor de la ciudad y la provincia, de sus costumbres y sus ancestros, y de sus ricos vocablos, tituló como “Las Turbas” uno de sus artículos de actualidad política, publicado el Jueves Santo 9 de abril de 1909, en la contraportada de “El Mundo”: “Apogeo de las procesiones de Semana Santa, cuando se intenta conquistar el cielo con los pies descalzos y a latigazos. Es la España de siempre, lo patético-festivo, el auto sacramental callejero y pagano. Pienso con pavor en la procesión de Las Turbas en el Viernes Santo de Cuenca, la cantiga de piedra, la ciudad levítica, en el amanecer de resoli con clarines y carracas desafinadas, la gente burlándose del tambaleante nazareno. Parece que se refiere a esa procesión Baudelaire cuando habla de la crápula de soldados «que tu divinidad suciamente escupían». 

 

Luis Martínez Kleiser, ABC 1929: 

“Procesión Camino del Calvario al amanecer. La precede una turba de hombres que, como buenos farsistas, hacen muy al vivo su papel de plebe judaica, rodeando la imagen del Señor y escarneciéndola con la algarabía y el clamoreo de unos estrepitosos tambores y de unos estridentes clarines…” 

“Jesús Nazareno precedido de una turba de clarines y tambores”. (Programa Semana Santa, 1935)

“Una enorme multitud se agolpaba en las calles para presenciar el desfile al que precedían los clásicos tambores y clarines, y las turbas judaicas haciendo mofa de los nazarenos”. (ABC, 1936).

 “Después de una larga vigilia, interrumpida por los roncos tambores y agudas trompetas de las “turbas”, que han mantenido tenso el ánimo, a las seis de la mañana sale la procesión Camino del Calvario”. (Programa oficial 1971).

 (Fue en 1980 cuando cambió el horario de las seis a las cinco y media, coincidiendo con la declaración de Semana Santa de Interés Turistico Internacional).

 

Ángel Martínez Soriano en 1981: 

“¡Viernes Santo en Cuenca! Amanecer de un día de tragedia… El inmenso griterío de “las turbas” desgarra el aire, empapado de sombras, con sonidos estridentes de clarines y tambores en histérica destemplanza”.

“Ante la tenue luz de la amanecida, bordeando la vieja Cuenca, salen las Turbas a cumplir su cometido insultante, a desempeñar su papel de traidora y enfrentada masa a Cristo, camino del Calvario, entre los desafiantes acordes de los clarines envueltos en tela y con la continuada e imparable “palillá” de los tambores”. (Pedro Cerrillo, ABC 1981).

La procesión Camino del Calvario parte al romper el alba. Hay todavía luceros huidizos sobre la cresta del Socorro cuando el primer “paso” hace su aparición en el arco de El Salvador, en medio de la horrísona gritería de las turbas, que escarnecen al Señor con sus agudos trompetazos y el ritmo obsesivo de sus destemplados tambores”. (Enrique Dominguez Millán, 1982).

 

Carlos de la Rica pregón de 1983:

 “Rompe su orgasmo de clarines la turbamulta incontenida, acaudillada por el desorden ordenado…”

Raúl Torres, 1984: “Hemos roto tantos versos; hemos rezado, cantado tantos misereres, bebido demasiado resoli, quebrado tantos palos de tambor y secado tantas pieles para arrendar y enturbiar a Jesús Nazareno, el de las seis de la mañana, que ya formamos parte de la España insólita…”

Miguel Zapata, autor de las puertas de El Salvador en 2000, escribía emocionado un correo electrónico desde América a su amigo Antonio Garrote, presidente del Grupo Turbas, en 2009: 

“Desde aquí, cerrando los ojos, oiré la abigarrada algarabía de tambores y clarines; veré con las primera luces aparecer El Jesús bajo el arco del Salvador y me sentiré, otra vez, inundado por esas emociones antiguas que nos identifican como conquenses”. 

 

Tico Medina en 2011: 

“He oído muchos tambores pero ningunos suenan como los de Cuenca… Hoy soy un viejo Pataco que viene de la vieja tierra de la saeta a pregonar la saeta metálica de la trompeta”.

Foto: Saúl García