La celebración de las fiestas de la Vaquilla de San Mateo, en el 846 Aniversario de la Reconquista de Cuenca por el Rey Alfonso VIII, se han visto precedidas, un año más, por la representación histórica en el Casco Antiguo de la ciudad iniciada en 2011. Quizá sea menos conocida una obra teatral en verso titulada “¡Cuenca por Alfonso VIII!”, estrenada hace 146 años en el Teatro de Cuenca, original de Rafael Borlado y Constancio Lumbreras.
Se trata de un drama en tres actos en verso, que fue representada por primera vez el 21 de septiembre de 1877, cuando se cumplía el 700 Aniversario de la Reconquista, que fue editada en un librito de 120 páginas, por la Imprenta de Manuel Mariana, situada en los números 28 y 30 de la calle Correduría (actual Alfonso VIII), que fue ensanchada en su tramo por Andrés de Cabrera a partir de 1910. Según sus autores, la escena teatral se sitúa en el año 1177; en el primer y segundo acto se representa lo que ocurrió en Cuenca en la tarde y noche del día 20 y comienzos del 21, y la tercera parte y final en la mañana del 21 de septiembre.
En la obra teatral intervienen once actores amén de un grupo de figurantes, del denominado Grupo Teatro; esta es la relación de aquellos personajes y los actores que los representaron en 1877:
Zoa: Señorita Pastora Giménez.
Asub (guardián del Postigo): Miguel Deán.
Aben-Abas-Maad (Emir gobernador): Federico Giménez.
Estéfano Burillo: Rafael Ferrandiz.
Pedro de Zafra: Francisco Lozano.
Lopez de Salazar: señorita Josefina Ismenia.
Alfonso VIII: Raimundo Andiano.
Martín Alhaja: Miguel Giménez.
Seleccionamos algunos fragmentos de esta obra de 1877. El acto primero nos presenta la Puerta del Postigo, con un paisaje de rocas cortadas y breñas, y una parte de la muralla que forma ángulo. En ella se desarrollan las primeras escenas en las que intervienen Zoa y su padre Asub, el guardián del Postigo, que hablan “del mal presagio de la tormenta furiosa que se cierne sobre Cuenca, exclamando:
“Hija, notas / que lleva ya nueve meses / el cristiano con sus tropas / asediándonos de cerca, / y que la morisma toda / pide recursos, y nadie / hay que a socorrerla corra …”
Zoa le comenta a su padre que un “Un cristiano, un enemigo / ha enamorado mi ser, / inspirándome un querer / que siempre llevo conmigo”…
Más adelante entra en escena el hambriento Emir, ya en trance por la inminente llegada de las tropas de Alfonso VIII, con gentes que le acompañan desde Burgos. Dialogan el Emir y Asub sin percibir que Martín Alhaja y otros dos pastores se esconden entre las breñas y las rocas. Se escucha al Emir:
¡Ah Cuenca, Cuenca! Entre tus altas rocas / La más amarga hiel sediento bebo: / Tú el fin de mi ventura altiva tocas!
Asub: Mandad otra embajada,
Emir: ¡No! Ninguna del mensaje / a contestarme ha vuelto; y, o es desprecio, / que acrecienta mi rabia y mi coraje, / o es que Cuenca le han puesto poco precio.
Asub: ¿A Cuenca poco precio?
Emir: Ese el motivo debe ser, o el desprecio… / ¿Y llegaré a perderla?
Asub: ¡Vos perderla?
Emir: Si sucediera así, si eso sucediera, / era entonces, Asub, perder la perla / de mi corona real la más preclara. / ¡Cuenca, Cuenca… ¿Tal vez voy a perderte?.... / …Si al abrazarse el Huécar con el Júcar / su linfa transparente sabe a almibar, / en veneno y en hiel trueca su azúcar / y a los hijos de Cristo sepa a acibar. / Si mis gentes se rinden abatidas / y déjante en poder de los cristianos, / acaba de una vez, toma sus vidas, / rasga su corazón, corta sus manos!
¡Ea, pues!... ¡A luchar…!.. ¡Suena Mangana! / ¡Prosiga el exterminio a troche y moche, / y anunciese el morir para mañana / al que salga con vida de esta noche!
Aparecen en escena Martín Alhaja y dos pastores, que viven en la cueva de la Moratilla, y se inclinan respetuosamente ante el Emir, que les pregunta si tiene carneros entre el rebaño, pues el hambre agota a sus tropas. Abre las puertas del Postigo Asub para que entren corderos y carneros, y entre sombras, lo hacen las tropas castellanas. Arenga el Emir a los suyos, al toque de Mangana con estas palabras:
¡Suena Mangana!... ¡Bien! Es el segundo / toque que nos anuncia la batalla. / Obedezcamos y que tiemble el mundo. / Id pastores y dad a las gentes del Postigo / los carneros, y sacien su hambre fiera… / Anunciadles que hay que ir al enemigo / y a combatir su Emir ya los espera!
En el acto segundo, con una decoración de sierras y breñas, aparece la cueva de la Moratilla, con los tres pastores andando. Es noche cerrada y Martín Alhaja teme que el Emir haya descubierto su plan de huida, tras ser su cautivo. Los soldados le preguntan, ¿Quién eres?
Cristianos: Un viejo pastor soy yo / dedicado a custodiar / ganado, y de él ir en pos, / y cautivo hace ya tiempo / de Abas-Maad gobernador. / Yo casi puedo deciros, / y es tan verdad como el sol, / que en estos cerros y cuevas / la vida he pasado yo, / y que su fresco me ha dado / paz, calma y satisfacción…
El acto tercero y final, transcurre en la Plaza Mayor de Cuenca, pintada en el telón del escenario, apareciendo en el fondo la fachada de una gran mezquita de tosca arquitectura árabe; en el centro de la fachada una puerta ojival cerrada, con escalinata, con dos calles en ámbos ángulos. Amanece en Cuenca ese 21 de septiembre. El Emir masculla su dolor por el amor no correspondido por Zoa, la burla de Martín Alhaja y su espantosa derrota,:
¡No salgas, sol!... te lo suplica un pecho / que ha desgarrado en trizas la desgracia… / …¡Ya vencidos estamos!... ¿Y yo existo / y contemplo ¡ay de mí¡ desdicha tanta?... / Vienen recuerdos a mi mente, / que en los traidores sacie mi venganza. / ¡Zoa, Zoa!... tu imagen peregrina / rodando viene ante mi vista airada / aquellos coloridos que en un tiempo / en tu rostro mis ojos contemplaran, / hoy son rojos, muy rojos, son de sangre / en que te has de bañar ruborizada. / ¡Martín, Martín Alhaja… también tengo / para ti preparada mi venganza…
Se escuchan al fondo voces dirigidas a Zoa y al pastor de la Moratilla: “¡Esa, esa y Martín Alhaja entregaron la ciudad”. El Emir intenta matar a Zoa, enamorada del cristiano Estéfano, interviniendo en la lucha Don Pedro y Lope, que ponen paz. El Rey conquistador aparece entrando a Cuenca por la puerta de la muralla, llevando una Virgen en el arzón de su caballo, entre vivas a Alfonso VIII y a Cuenca, iniciados por el obispo. Habla el Rey a los capitanes, soldados y mesnaderos, que descansan de la pelea
Escuchad todos atentos / lo que vuestro Rey ordena. / Como no puedo estar mucho / en esta ciudad de Cuenca, / por que otros varios cuidados / pidiendo están mi presencia / en la Corte, mis propósitos / necesito que sepan.
Obispo: Hablad Señor:
Cúmpleme / llevar a cabo esta idea: / dejo trece fijosdalgos / en esta ciudad de Cuenca; / hombres buenos, y pecheros, / y soldados que obedezcan. / Los Cañizares, Chirinos / y Ceballos aquí quedan; / que pues fueron capitanes /en tan prolongada empresa, / con los Jaravas, Abarcas / y los Carrillos, que aprestan / con los Bordallos, y Vázquez, / y Salazares, sus fuerzas, / justo es que queden aquí / para defender su presa.
Obispo: ¡Viva Cuenca! ¡Viva el Rey!
El Emir se inclina ante el rey vencedor Alfonso VIII con estas palabras:
Al nuevo rey de mi Cuenca / saluda el Emir vencido / y sus palabras espera.
Rey: ¿Vuestro nombre es…?
Abas-Maad, hijo de la hermosa tierra / donde mojan sus pinceles / los artistas y poetas.
Entre murmullos de indignación contra el Emir, Alfonso VIII toma la palabra:
Silencio: nadie le insulte / No obstante, oid sin protesta / lo que un rey, que es vencedor, / Hace con los que venciera. / Yo os aseguro las vidas / y también vuestras haciendas; / no arruinaré las mezquitas / ni estorbaré el culto en ellas; / tolero que los Cadís / en vuestras litis entiendan, / arreglen vuestros negocios, / hagan cumplir la ley vuestra, / y sentencien vuestros pleitos, / y vuestras causas defiendan; / las moras pueden vivir / del Júcar en la ribera; / y, en fin, aunque sometidos / hoy todos a Alfonso quedan, / pueden en Cuenca gozar / del bien que la paz nos presta. / Dos condiciones impongo, / en cambio, a la gente vuestra, / y que espero ver cumplidas.
Emir: ¿Cuáles?
Respetar a Cuenca, / y que sirva esa mezquita / de Catedral a la Iglesia de Cristo.
Emir: Está bien.
Y es poca, como veréis, mi exigencia. / Pues bien: decidle a los vuestros / que así se porta el que entra.
El Rey Alfonso VIII, que entra en la iglesia con sus capitanes y acompañantes entre cánticos del Te-Deum, aprueba el matrimonio de Zoa y Estéfano Burillo, diciéndole a la mora convertida en cristiana con el nombre de Isabel: “Todos somos españoles: / no se alteren los sonrojos; / levanta tus lindos ojos, / mejor dicho, tus dos soles”.
En la última escena de esta obra, el Emir convulso y exánime, dirige sus palabras al paisaje de Cuenca, regado en sangre:
¡Cuenca, Cuenca!... ¡Mi trofeo! / ¡Mi celestial paraíso!... / ¡por última vez te piso! / ¡por última vez te veo! / A otro país ¡oh dolor! / parto azorado y sin calma! / ¡Aquí se queda mi alma! / ¡aquí se queda mi amor!... / … ¡Ay!... Este rudo ardimiento, / Mi Cuenca, que me enajena, / es que me abrasa la pena / que ardiente en el pecho siento… / es que el alma que hay en mí / ya está toda carcomida… / es… ¡que me falta la vida / al despedirme de ti!”
Este drama teatral versificado de Rafael Borlado y Constancio Lumbreras, fue dedicado por sus autores al Ayuntamiento de Cuenca. Firmaron un ejemplar para el Instituto de Segunda Enseñanza de Cuenca, digitalizado por la Biblioteca de Castilla-La Mancha (actual Patrimonio Digital), existiendo ejemplares en diversas universidades, entre ellas las de Carolina del Norte y Texas.