
El viernes 8 de abril se cumplen cien años de la histórica visita a Cuenca del filósofo y pensador José Ortega y Gasset y del novelista Pío Baroja (que repetía estancia en nuestra ciudad), acompañados por el pedagogo Domingo Barnés Salinas, que fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en la República, en 1933, y del geógrafo Juan Dantín Cereceda, que acababa de lograr la plaza de catedrático en el madrileño Instituto de San Isidro.
Las impresiones de Ortega y Gasset y Baroja quedaron reflejadas en artículos de interés. Ortega, que tenía 39 años, definió a Cuenca como “cogollo de España” y Baroja, cumplidos ya los 50, se admiró del paisaje nocturno, publicando un amplio trabajo en la “Guía de Cuenca” de 1923.
A pesar de su secular olvido en las décadas anteriores, en los primeros años del siglo XX Cuenca recibió la visita de varios intelectuales que se asombraron de su belleza y la reflejaron en artículos impagables.
Miguel de Unamuno la visitó en 1931 y otros ilustres escritores y poetas como Federico García Lorca lo hicieron en 1932 (acompañado de Morla Lync y Rafael Martínez ) o Alejo Carpentier en 1933, sin olvidarnos de pintores como Aureliano de Beruete, Santiago Rusiñol y Wilfredo Lam; el escritor Pedro de Répide, con una inolvidable conferencia en 1911; Odón de Buen, uno de los mejores propagadores de la Ciudad Encantada o el mismo Ramón y Cajal, que dejó algunas gráficas de su afición a la fotografía.
Ortega y Gasset y Pío Baroja realizaron una visita turística en unos días en los que la ciudad esperaba bastantes visitantes, pues era Domingo de Ramos, y aunque no había procesión, la ciudad ya estaba preparada para la Semana Santa, que comenzaba el Miércoles Santo. Baroja y Ortega llegaron a Cuenca en automóvil en la tarde del domingo 8 de abril del citado 1922. Se daba la circunstancia de que el sábado 7 había entrado en la Diócesis el nuevo obispo, Cruz Laplana, y la ciudad estaba engalanada.
La visita quedó plasmada en una columna en la prensa local con el título “Excursionistas ilustres”, y recoge que “el domingo por la tarde llegaron a Cuenca, procedentes de Madrid, el ilustre pensador José Ortega y Gasset; el insigne novelista Pío Baroja; el profundo pedagogo Domingo Barnés y el catedrático de Agricultura del Instituto de San Isidro de Madrid, Juan Dantín Cereceda”.
Los profesores Juan Giménez de Aguilar, Rodolfo Llopis, –que también fueron concejales–, y Cardenal, acompañaron a Baroja, Ortega, Barnés y Dantín en su recorrido por el Casco Antiguo, tanto el domingo por la tarde como el lunes. Pasearon por la ciudad admirando “las bellezas que atesora”, dice la reseña, y luego recorrieron en automóvil las localidades de Palomera, Villalba de la Sierra y Uña, contemplando las soberbias perspectivas de nuestras hoces”.
Los visitantes quedaron altamente satisfechos de las atenciones recibidas durante su permanencia en esta ciudad, “que es una de las predilectas de tan ilustres viajeros”, señalaba la nota de prensa, en la que también se hacía eco de otra visita, de ese fin de semana, del subsecretario de Instrucción Pública, Carlos Castell, que visitó las obras del Salto de Villalba.
CUENCA, “COGOLLO DE ESPAÑA”
El filósofo José Ortega y Gasset, impresionado por el cielo azul de Cuenca, de aquella abrileña primavera, y de la estampa de la ciudad apiñada entre dos vertientes, enseguida quiso plasmar su impresión en prensa y la llamó “Cogollo de España”, frase que sintetiza lo más granado de un paisaje donde anida la sorpresa en cada instante, en cada cambio de estación.
Federico Muelas en un largo artículo titulado “De cómo hablar de una Cuenca que no es tan desconocida”, publicado en “Ofensiva” en 1952, recordaba que “soy testigo de máxima excepción –de ese “Cogollo de España” en frase de Ortega-_, porque yo fui quien dio a conocer la feliz expresión de Ortega y Gasset”. Sin embargo, el poeta conquense, en otra misiva anterior de “Mi alma en mi almena”, sobre la “feliz exaltación conquense” de nutridos poetas y escritores apuntaba que “Marañón y Ortega y Gasset, devotos de Cuenca, no la han llevado a las cuartillas con la amplitud que responda a su favor

El padre de Ortega y Gasset, José Ortega Munila, que de joven estudió en el Seminario de Cuenca, la recorrió varias veces y ya describía que “las casas se agarran unas a otras, por no despeñarse en aquel plano inclinado, y las hay con tantos pies de altura como siglos de antigüedad, y estos no son menos antiguos, lo cual significa que la ciudad es de las históricas. Tiene también su lado bello y poético, y es éste, aquel en que dos ríos celebran su himeneo y siguen ya unidos, y ya ensanchando su caudal, como acontece a los esposos humanos, y si no les acontece, debía”.
LA CUENCA DE PÍO BAROJA
La primera vez que Pío Baroja escribió sobre Cuenca, ciudad a la que llegó procedente de Salvacañete, Moya y Cañete, apuntaba que “luego determiné ir unos días a Cuenca, a la capital, que no conocía. La ciudad me gustó mucho y estuve en ella un par de semanas”. Días para rizar paseos, hacer amistad con un cura, visitar escaleras estrechas, portales oscuros, buhardillones, pisar losas y callejas y para conocer a la Canóniga lo suficiente para apuntalar su novela.
Su descripción del barrio de San Martín es parecida a la de Ponz, pero más de un siglo después: “Aparecen en fila una serie de casas amarillas, altas, algunas de diez pisos, con paredones derruidos, asentadas sobre las rocas vivas de la hoz, manchadas por las matas, las hiedras, y las mil clases de hierbajos que crecen entre las peñas.
Se atribuye a Baroja la frase que se ha hecho famosa en distintos artículos de prensa sobre su visión de “un burro en la quinta planta” del barrio de San Martín. Esa visión, sin embargo, se le debe atribuir a Antonio Ponz, quien en 1789 escribió en su Viaje a España: “Algunas de las casas de Cuenca, que están arrimadas a aquellos riscos, tienen diez o doce altos, y sobre sus tejados se ven salir los fundamentos de otras, de suerte, que desde fuera de la ciudad se suelen ver asomadas las caballerías a alguna ventana, que parece de quarto principal o último, y es la caballería de otra casa”, como hien recoge José Luis Muñoz en su libro sobre Las Casas Colgadas.
En la entradilla del capítulo I de “La Canóniga”, que figura en el Tomo V de “Memorias de un hombre de acción. Los recursos de la astucia, de Pio Baroja, se puede leer: “Cuenca es una de esas viejas ciudades españolas colocada sobre un cerro, rodeada de barrancos, y llena de callejones estrechos y románticos. No se explica que un pueblo así no aparezca en la literatura de un país, más que suponiendo en ese país una insensibilidad completa para cuanto sean realidades artísticas”.
Añadía Baroja en la introducción sobre la ciudad novelada: “Cuenca, como casi todas las ciudades interiores de España, tiene algo de castillo, de convento y de santuario”. “Es un nido de águilas hecho sobre la roca”, recoge otro de los fragmentos del texto, y cuando se asoma a Mangana observa “un antiguo caserío, San Antón, erguido sobre una colina, que le parece el Belén de un nacimiento.
Tras la visita de Baroja a Cuenca se publicó la famosa Guía de 1923, con textos de don Pío, Giménez de Aguilar y Rodolfo Llopis, que le acompañaron en su recorrido por el Casco AntiguoTras la visita de Baroja a Cuenca se publicó la famosa Guía de 1923, con textos de don Pío, Giménez de Aguilar y Rodolfo Llopis, que le acompañaron en su recorrido por el Casco Antiguo. La parte central de la Guía, editada por el llamado Museo Municipal, la ocupaba el texto de Pío Baroja en el que cuenta la leyenda de “El Degollado”.
“Cuenca, relataba, tenía a principios del siglo XIX pocas calles y éstas estrechas en cuesta. Quitando la principal, que, con distintos nombres, baja desde la plaza del Trabuco hasta el puente de la Trinidad, las demás calles del pueblo viejo no pasaban de ser callejones”. El arrabal de Cuenca, formado principalmente por una calle larga, a ambos lados del camino real, se llamó la Carretería.
Había lirismo y misterio en las anotaciones de Baroja: “También admirable, por lo extraño, era recorrerla de noche a la luz de la luna y, sentándose en una piedra de la muralla mirarla envuelta en luz de plata hundida en el silencio”. “En aquellas noches claras, las callejas solitarias, las encrucijadas, los grandes paredones, las esquinas, los saledizos, alumbrados por la luz especial de la luna, tenían un aire de irrealidad y de misterio extraordinario. Los riscos de las Hoces, brillaban con resplandores argentinos y el río en el fondo del barranco murmuraba confusamente su eterna canción, su eterna queja, huyendo y brillando con reflejos inciertos entre las rocas”.
Tampoco podemos olvidarnos de su famoso artículo “La Casa de la Sirena”, como así se le conoce a una parte del conjunto de las Casas Colgadas, formando parte del pasadizo que va hacia el Puente de San Pablo, y que Wilfredo Lam pintó en una de sus mejores obras, propiedad del Ayuntamiento. Pero leyendo a Pío Baroja puede surgir la duda o la confusión: “En una calle estrecha, próxima a la plaza del Seminario, existía por entonces una casa antigua, alta, de color gris. Por su aire medieval y por su altura, recordaba los palacios sombríos de Florencia… Por la parte de atrás la casa daba a la Hoz del Júcar, y desde sus ventanas, sobre todo desde las altas, se dominaba el barranco, en cuyo fondo corría el río, de un verde lechoso…”
La Casa de la Sirena, apunta el periodista y escritor José Luis Muñoz Ramírez, se la había comprado el Obispado a Marcelino Rojo en 1907, pero el Obispado se la cedió al Ayuntamiento permutando las ruinas de Santo Domingo y la Casa de la Sirena por el edificio de la Merced, que era de propiedad municipal.