DIPUTACIÓN CUENCA CIRCUITOS
Es noticia en Cuenca: servicio transporte urbano Formación Obras Nuevo plan de transporte urbano de Cuenca Gerencia Área Integrada Cuenca Solidaridad zbe Ciudad Deportiva Feria del Libro
DIPUTACIÓN CUENCA FERIA DEL LIBRO

Centenario de 'El alma de Cuenca', del navarro Ezequiel Endériz

El famoso periodista de Tudela visitó la ciudad en abril de 1923, publicando un artículo que parece vigente un siglo después
Centenario de 'El alma de Cuenca', del navarro Ezequiel Endériz
El puente de San Pablo que vio Ezequiel Endériz. (Guía de Cuenca, 1923).
12/11/2023 - José Vicente ÁVILA

En el año 1922, el escultor e imaginero de Fuentelespino de Moya, Luis Marco Pérez, que entonces contaba con 26 años, ganó la tercera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, con la escultura que él tituló como “El alma de Castilla es el silencio”, obra que se encuentra en la Diputación Provincial. Un año después, y en el mes de abril, celebrada ya la Semana Santa, visito la ciudad de Cuenca durante unos días, el que fuera famoso periodista y poeta navarro, Ezequiel Endériz, quien en un artículo de un folio retrató a la ciudad de las Casas Colgadas en un texto que parece vigente un siglo después y que se puede resumir en dos letras muy nuestras: ¡ea!

¿Quién fue Ezequiel Endériz? Según la Gran Enciclopedia Navarra, Ezequiel Endériz Olaverri nació en Tudela el 30 de noviembre de 1889 y falleció en Curbevoie (Francia), en el exilio, el 8 de noviembre de 1951. De su amplia biografía, recogida igualmente por la Enciclopedia Vasca Auñamendi, resumimos que fue redactor de “La Libertad”, “La Tierra” y “El Liberal”, periódico en el que ejerció la crítica taurina con el seudónimo “Goro Faroles”. Colaboró en las revistas “Nuevo Mundo”, “Cosmópolis” (sobre bolchevismo en España) y “Grecia”. Tradujo del portugués a Julio Dantas y publicó en “Los poetas”.  Cultivó el teatro y fu amigo y colaborador de Blasco Ibáñez. Endériz fue un hombre de ideas progresistas y autor de varias coplas de jota.

Al finalizar la guerra civil se exilió a Francia, donde vivió hasta su muerte y donde colaboró en prensa y radio, siendo miembro de la Asociación de periodistas republicanos españoles. Colaboró con Radio París y popularizó su seudónimo “Tirso de Tudela” en “La rebotica”, espacio en el que se hablaba de política, arte, literatura, folklore y costumbrismo. En París mantuvo una estrecha amistad con enconquensado César González-Ruano, quien lo retrató como un “navarro de vida agresiva y valiente, bastante desgarrada…” y lo calificó como “poeta hondo, natural y espontáneo”. Publicó una veintena de obras de signo político, musical, taurino y poéticas.

Ezequeil Endériz visitó Cuenca con 32 años y sorprendió con este artículo de “El alma de Cuenca” que nos habla de las bellezas naturales de la ciudad, que podría pintar el propio Miguel Ángel (el pintor Benjamín Palencia me decía en 1978 que el paisaje de  Cuenca parecía un fondo de los que había pintado Leonardo da Vinci), de sus monumentos en la Cuenca Alta, destacando su catedral, pero sobre todo del carácter sencillo de sus gentes, de los conquenses, tan modestos, que rizan el apocamiento, palabra que utiliza Endériz para resaltar la timidez de las gentes que se encontró. Según el Almanaque-Guía de 1923 la ciudad de Cuenca contaba con 12.816 habitantes “y es estación final del ferrocarril de Aranjuez a Cuenca”, medio en el que Endériz se desplazó.

En ese “perfume de modestia” con que el escritor de Tudela pulveriza el corolario del “Alma de Cuenca”, incluye el latiguillo que azotaba a nuestra ciudad en aquellos años veinte cuando se dudaba de su existencia en artículos fatuos o barriobajeros. Cuenca existía, y así la describió Ezequiel Endériz en abril de 1923, en la primera página de “El Día de Cuenca”, curiosamente debajo de una esquela de media página, que llevaba la misma fecha de la muerte de la finada que la de la edición del periódico… y es que había fallecido, según el anuncio mortuorio, a las dos de la mañana y el periódico cerraba a las cuatro. Ventajas de la tipografía.

EL ALMA DE CUENCA

“El alma de los pueblos debe hallarse siempre en un detalle pequeño, minúsculo, imperceptible a las gentes sensibles que pululan por las calles. Los paisajes bellos, las erizadas montañas, los ríos, los monumentos artísticos, las leyendas, los cantos, han sido ya tan escudriñados por eruditos y artistas, tan aquilatados por el mundo curioso de esas cosas objetivas, que ya no hay rincón de valle, ni picacho de montaña, ni piedra de valor, que no esté descubierta, comentada y hasta catalogada.

La torre de Pisa, la catedral de Toledo, las perspectivas suizas, el Vesubio de Nápoles y la Alhambra de Granada, ¿no son ya para el mundo civilizado tan vulgares como nosotros mismos? Estáis destrozando a Goya –decía hace poco un crítico de arte—a fuerza de convertirlo en un fetiche de la plebe. Yo, ya no soy wagneriano –escribió otro crítico francés—desde que lo es todo París. No hay que buscar, pues, el alma de los pueblos en aquello que precisamente hace distinguir a las gentes unas ciudades de otras. El alma, lo mismo de las gentes que de los pueblos, cada día se oculta más. Para buscarla ya no basta al de la psicología. Quién sabe si no estará más allá de la Metafísica.

Los imponderables paisajes de Cuenca, cuya ciudad me ha seducido desde que puse el pie en ella, atraen como cosa de fantasmagoría. Parecen lienzos colosales de un pintor de paisajes que fuera como el genio robusto de Miguel Ángel. El canto de sus aguas, más que se abrazan, recuerdan las más misteriosas de las ciudades moras. La parte vieja de la ciudad, con la joya de su catedral, pone en el alma toda la emoción del pasado español. Más, siendo grande y soberbio el panorama conquense, ¿qué tiene que ver todo él para la formación de su alma? El contraste. A un rudo paisaje, un carácter sencillo en sus habitantes. A un magnífico y deslumbrador espectáculo, una modestia que llega al apocamiento.

Yo no he hallado nunca un pueblo más callado, más modesto, más resignado. Parece no querer ser más de lo que es. Gozar de la belleza de su fortuna en el plácido silencio de su vida. Despreocuparse del resto del país y cerrar los ojos en la línea de la sierra que lo protege. He aquí un pueblo fraile, un pueblo cartujo, que parece repetir en sus quietas horas, con la constancia de la renunciación “Morir habe nos…” Y no quejarse, no encolerizarse, no rebelarse contra nadie al ver que nadie se ocupa de él. Esencia de humildad. Perfume de modestia. Admirable ejemplo el que a diario da este pueblo lleno de primores, de riquezas, de energías dominadas cuando oye decir no ya que es feo, pobre o sucio, sino que no existe”.

Por cierto, tres meses después, en julio de 1923, apareció publicada la “Guía de Cuenca”, con textos de Pío Baroja, Odón de Buen, Giménez de Aguilar, Rodolfo Llopis y Zomeño, con portada de Compans y exlibris de Marco Pérez.