Tercer día de confinamiento, segundo día laborable. Resulta algo cómico ver brillar la pantalla publicitaria situada junto a la catedral a Cuenca, que aguarda a que nadie la mire. Sin el reguero habitual de turistas haciendo fotos, el Casco Antiguo de la capital se ha convertido en una auténtica zona fantasma desde que se decretara el estado de alarma en nuestro país este sábado para intentar frenar la propagación del coronavirus. “Da pena, es desolador verlo así”, lamenta Elena, del estanco de la Plaza Mayor, uno de los establecimientos que pueden abrir sus puertas estos días. “Esto parece la guerra”, dice por su parte Fernando, sacerdote de 74 años y vecino del barrio.
El hombre ha salido a buscar el pan y comprar la prensa en esta mañana lluviosa. “La situación es molesta para todos pero es necesario para frenar los contagios”, insiste.
“La situación es muy mala. Esta zona está enfocada al turismo y ahora está todo cerrado. Los hoteles, la catedral, los museos…”, cuenta la estanquera. “Nunca se había visto el Casco así”, coincide un hombre que ha ido a por tabaco.
“En realidad es bueno para todos que esté así, vacío”, reconoce Elena. Aunque ha bajado estrepitosamente el número de clientes al no haber turistas en la ciudad, sigue recibiendo un goteo de vecinos del barrio que no pueden pasar sin nicotina. La semana pasada, la gente compraba “el doble o triple de cantidad” antes de saber que los estancos sí iban a poder continuar abiertos. Ahora, reina la calma.
Antonio Guzmán, ilustrador que trabaja para la revista Jueves, también es vecino del barrio. Su actividad es otra de las permitidas en este estado de alarma. Aunque vive en el Casco, comparte local con otra profesional del gremio en un centro de oficinas que está situado en una plazoleta céntrica de la capital.
Se ha planteado seguir funcionando desde casa pero tendría que trasladar todo el equipo y la pesada pantalla táctil con la que trabaja. “No sabía si venir o no”, reconoce entre muchas dudas. En realidad, dice que pensaba que iba a estar solo. Sí lo está en su oficina pero hay más gente trabajando en la planta, a puerta cerrada, estos días. Antes de subir al Casco, ya nos había advertido: “No suele haber mucha gente pero ahora todavía hay menos”.
Llegando a los arcos del ayuntamiento, por la calle Alfonso VIII sube una mujer con una bolsa de la compra. “He llamado primero a la tienda para que me preparara las cosas y he venido a recogerlas”, relata esta vecina del barrio, de 71 años. “La gente guarda las distancias en la cola a pesar del frío”, asegura.
El establecimiento del que viene es Alimentación Solla, en el que en estos días tan extraños los vecinos son los únicos que continúan comprando pan, bollería y fruta, entre otros productos. Ni rastro de unos turistas que se han evaporado ni de los trabajadores del cercano ayuntamiento, que estos días teletrabajan desde sus casas.
“Hay mucho menos movimiento en el Casco Antiguo. Cuando subo para arriba, me da una pena verlo tan vacío…”, lamenta la dependienta, ataviada con guantes y mascarilla. Pero sabe que es lo correcto: “Nos ha costado pero la gente está concienciada. Todo el mundo guarda las distancias y procuran no salir de casa”.
Al rato llega una mujer que pasea a un perro. “Aprovecho los cinco minutos que salgo para hacer también la compra”, explica, mientras espera al otro lado del mostrador, que da a la calle.
Unos metros más arriba, a la Carnicería Caracena ya solo vienen también los clientes habituales del barrio aunque su propietario, José Eugenio, asegura que el viernes e incluso el sábado despachó a algún turista despistado que parecía ajeno a la situación de emergencia que se estaba viviendo en todo el país. “Se volvieron a sus ciudades luego”, añade.
“Tenemos que poner todos de nuestra parte. La situación es grave y hay que ser obedientes. Ya habido muchas altas de personas que se contagiaron”, subraya, intentando ser optimista.
También insiste en que no es necesario hacer una compra desmesurada, como se ha visto días atrás en supermercados, porque está garantizado el abastecimiento. “Recibimos género todos los días”, recalca.
Unas calles más allá, da fe de que se está repartiendo continuamente mercancía de productos básicos un transportista que detalla que los últimos días están resultando agotadores.
En la calle Alfonso VIII, en Alacena 2001, una tienda especializada en quesos, vinos y productos de la zona, están notando todavía más la situación porque sus clientes son principalmente turistas. “Viene algún vecino a por queso”, apunta María Jesús, la propietaria. “Esto va a ser largo”, añade, al tiempo que aprovecha para decir que “a ver si esto nos viene bien para cambiar el chip” en las sociedades actuales.
“Hasta luego, vecina”, le saluda un hombre con la mano desde la acera de enfrente. “Ale, ya volvemos a la cárcel”, bromea el señor, que carga con unas botellas de agua.
Enfrente de la tienda, cuelga de un balcón una de las banderas esperanzadoras que están apareciendo estos días en muchas casas: un dibujo infantil de un arco iris con la leyenda ‘todo va a salir bien’. Paradojas de la vida, la ilustración lucha para que la lluvia no la siga emborronando…
Un poco más abajo, la farmacia del barrio no está abierta. Un cartel avisaba esta mañana de que se les estaba realizando las pruebas del COVID-19 al personal farmacéutico y que permanecerían cerrados hasta nuevo aviso. La verja echada de la botica hace que la calle parezca todavía más vacía, como de película posapocalíptica.
En otra calle aledaña, un perro no deja de ladrar asomado tras las rejas desde su particular cárcel. Día tres de confinamiento para todos, un día menos en cuarentena.