Son más de un centenar las leyendas de Cuenca, muchas de ellas recogidas en tres tomos por la escritora María Luisa Vallejo, nacida en Villar de Cañas el 13 de noviembre de 1901 y fallecida en Cuenca en 1992. Ella popularizó la leyenda de la “Cruz de los Descalzos,” una de las más conocidas y representadas, situándola en su libro como la primera de la capital, en un escenario tan majestuoso y misterioso como la Bajada y atrio de las Angustias. También se hicieron eco de estas leyendas o aportaron otras historias escritores como José Luis Lucas Aledón, Heliodoro Cordente “Dorito”, Antonio Porral y Miguel Tirado Zarco.
Es natural que distintos autores hayan recopilado o creado historias observando el espectacular paraje de las Angustias que se asoma a la Hoz del Júcar. Quizá esa bajada en espiral horadando la roca, entre helechos vegetales sea uno de los lugares más bellos y mágicos del mundo, si nos fijamos además en el inicio del descenso ante los gigantes o colosos de piedra, que parecen asomarse al abismo, y por donde bajaban incluso los animales de carga.
No es extraño, por tanto, que las historias y leyendas se recreasen en este lugar tan fantástico, donde en siglos pasados adquirió cierto esplendor con la vida del convento de los Descalzos y las verbenas que se hacían en las noches de San Antonio. Haciendo historia cabe señalar que los franciscanos descalzos decidieron instalarse en Cuenca en el año 1518, sin que existiese la ermita, que fue construida en torno a 1658 y reedificada en noviembre de 1664.
La escritora María Luisa Vallejo, nacida en Villar de Cañas ha recogido en sus tomos muchas de las historias y leyendas sobre CuencaAl margen de la antigüedad de la ermita, que tienen mucho que contar, nos centramos en las leyendas que protagonizan el mágico entorno. No cabe duda de que la leyenda de la Cruz de los Descalzos es una de las más populares y representadas, con Diego y Diana como protagonistas. Forma parte del repertorio de las leyendas que suele representar el grupo Teatro Leyendas de Cuenca durante la época estival y se suele representar especialmente el día 1 de noviembre, ante numeroso público, situado en el barandal junto a la cruz, repuesta en 2004.
Para intentar llevar un orden cronológico de estas leyendas vamos a situarnos en el escenario de los hechos, porque si Diego se abrazó a la cruz cuando vio las pezuñas peludas de Diana, dejando grabada su mano en la piedra, es que ya existía, referida en una leyenda anterior conocida como “La cruz del Convertido”, narrada por María Luisa Vallejo y analizada por Heliodoro Cordente.
Sobre la leyenda de “La Cruz de los Descalzos” realizó un amplio trabajo Heliodoro Cordente “Dorito”, en “Gaceta Conquense” en 1988, en dos entregas publicadas en la contraportada del citado semanario. En el primer artículo, Heliodoro Cordente destacaba que “la leyenda de Diego y Diana puede emanar de un hecho real acaecido en los albores del siglo XVI, como así puede deducirse por unos hechos de muy similares características que se desarrollaron en el mismo lugar por el año de 1519 y cuya protagonista fue Juana García de Santa Fimia, quien acusada de hechicera y perseguida por la Inquisición, optó por despeñarse por “las peñuelas de San Bartolomé”, como así se conocían las rocas fantasmagóricas de la bajada de las Angustias, dado que la ermita de San Bartolomé se encontraba frente al puente de los Descalzos. Así la contaba Juana ante el tribunal inquisidor:
“En el camino que salía por la puerta de la nueva (sin duda se refiere al postigo horadado en la roca, en el final de la bajada), se topó con un hombre negro, enjuto, de gran cara, que tuvo pensamiento que era el diablo, e le dixo: ¡Toma esta soga e ahórcate, pues sábete que te as de ver muy afrentada e con necesidad! En esto tocaron a oración e desde que lo oyó esta testigo se abrazó a la cruz que allí está e después no vio más e se fue a su casa”.
La configuración urbana de Cuenca, arriscada a las hoces del Júcar y del Huécar le da un halo de encantamiento a la hora de contar historias que, de tanto repasarlas, se han convertido en curiosos y sorprendentes relatosCordente Martínez apuntaba que había mucha similitud entre esta leyenda de Juana de Santa Fimia y la de Diego y Diana, si bien María Luisa Vallejo sitúa la leyenda de “La Cruz del Convertido”, en 1581, año en el que llegan a Cuenca los escultores Giralte de Flugo y Diego de Tiedra y se acercan a realizar unos trabajos en el convento de los Descalzos. Esta historieta se resume así:
“Giralte había prometido no trabajar más como imaginero de templos cristianos por haber muerto su hijo, de veinte años, cayendo de un andamio cuando trabajaba a gran altura en una iglesia. Tras el largo y sinuoso camino se sentaron a descansar a la sombra de un gran álamo que estaba en el atrio del convento de los Descalzos”.
De pronto se desencadenó una gran tormenta… Parecía como si los empinados riscos de la hoz fueran a desgajarse sobre él. (Y de hecho en 2016 cayeron algunos trozos de rocas, colocando unos andamios para evitar males mayores). Diego de Tiedra fue a resguardarse de la tormenta junto al convento, pero Giralte, entre horribles blasfemias, se negó a seguir a su compañero.
“¡Antes moriría cien veces que buscar asilo en sitio sagrado!”, se decía para sí Giralte, que se había hecho luterano a consecuencia de la muerte de su hijo. La tormenta arreciaba y una chispa eléctrica cayó sobre el álamo, derribándolo sobre el suelo y arrastrando el cuerpo de Giralte. Los frailes del convento salieron y recogieron el cuerpo exánime del imaginero blasfemo, que se fue recuperando durante unos días, invitándole los religiosos a entrar en la iglesia, tras convencerlo durante bastante tiempo, y al entrar y ver a la Virgen de las Angustias con su Hijo en brazos, dijo gritando emocionado:
“¡Es ella! ¡Es mi hijo! ¡Mi esposa con el cuerpo de mi hijo en brazos!”
Relata María Luisa Vallejo que el imaginero, tras su reconversión, se despidió de Diego de Tiedra y entró en el convento y “como recuerdo de gratitud al milagro doble de su salvación, labró la cruz de piedra que, según, una bellísima leyenda (la de Diego y Diana), posteriormente quedó grabada con una mano, la del joven que al percatarse de que la dama que llevaba con él, al sentarse ambos en el pedestal de la cruz, por dejar la elegante falda un poco subida sobre el zapatito de raso, en vez de ver un pie de mujer vio una peluda pata de cabra; en un alarido se abrazó a la cruz, quedando grabada su mano, mientras la diabólica joven desapareció entre un torbellino de humo y llamas, oliendo a azufre.”
LA CRUZ DE LOS DESCALZOS
El resumen de esta historia relatada por María Luisa Vallejo, que tiene su parte central en la noche de Todos los Santos, es que en la Cuenca del siglo XVIII apareció por la ciudad una guapa y joven despampanante llamada Diana, que llamó mucho la atención durante los días del verano, y desapareció, hasta que volvió a pasearse por la ciudad en los días del otoño.
Por allí andaba Diego, que era un calavera, que se dejó guiar por la guapísima y exuberante Diana, y juntos emprendieron su paseo solitario y amoroso por la Bajada de las Angustias, lejos del mundanal ruido… Y allí junto a la cruz de piedra se desarrolló esa escena final amorosa en la que Diego se apercibió con quién estaba, abrazándose a la cruz para evitar la muerte ante Diana, que era el mismo diablo.
Incluso en la película “Peppermint frappé”, rodada en Cuenca en 1965, hay una secuencia en la que el actor José Luis López Vázquez le cuenta la historia a Geraldine Chaplin, que toca la cruz con su mano…
-Entonces el demonio se convirtió en un hermoso caballero.
-¿Cómo tú?. -Sí, como yo. Y cortejó a la doncella tratando de conseguirla.
-Hasta que un día el demonio puso su mano sobre el pecho de la doncella y la doncella se convirtió en esta cruz de piedra.
-Esta es la mano del demonio. -¡Es igual que mi mano!
-Sí, ¿y qué le pasó a ella? / -Se convirtió en esta cruz de piedra.
LA CRUZ DEL ENAMORADO
Existe otra historia o leyenda titulada “La cruz del soldado enamorado”, que en su día publicó el escritor conquense Heliodoro Cordente “Dorito”, quizá menos conocida, desarrollada en el entorno de las Angustias, según publicaba en Gaceta Conquense en el trabajo titulado “Las leyendas de la Cruz de los Descalzos”, inspirada, según el autor, en un suceso real. Heliodoro sitúa la leyenda en el mes de agosto del año 1706, cuando las tropas inglesas del general Hugo Widdham sitiaron Cuenca.
Cinco mil ingleses luchando contra los ciudadanos, parapetados en la encastillada ciudad, en su fortaleza y rincones. La lucha más encarnizada se libraba en los alrededores de la ermita de San Bartolomé, situada frente al puente de los Descalzos, también conocido como puente de Carballido:
“Diez soldados conquenses luchaban en el interior de la ermita intentando cortar el paso. Ante tan feroz y numeroso ataque, el fuego prendió en el artesonado de la ermita y las llamas se extendieron con rapidez hasta dejarla inservible, saliendo de ella los defensores, que murieron en la refriega y alguno quedó malherido. Tras la retirada de las tropas, acudieron a la destruida ermita los frailes franciscanos del cercano convento de los Descalzos de las Angustias”.
Allí encontraron los inertes cuerpos de los bravos defensores y entre ellos el de un joven soldado que se encontraba agonizante. El padre Francisco Buenaventura, guardián del convento, ordenó que se llevasen al herido hasta la sede monacal para prestarle los primeros auxilios, siendo lavadas sus heridas con vinagre.
“Cuando el soldado recuperó el conocimiento, y viendo el estado en el que se encontraba, se confesó ante el fraile Buenaventura y le pidió que avisasen a una joven que vivía en la calle de San Pedro. Al llegar la dama al convento se abrazó al soldado herido y moribundo, ante la emoción contenida de los frailes descalzos”.
El joven herido entregó a la joven dama un puñado de monedas de oro que tenía en el bolsillo como regalo de bodas, puesto que aquella misteriosa mujer era su prometida, con la que tenía pensado contraer matrimonio. Le propuso que con aquel dinero mandase construir una cruz en aquel lugar donde por última vez había abrazado y acariciado a su amada.
Incluso en la película “Peppermint frappé”, rodada en Cuenca en 1965, aparecen referencias a las leyendasEl fraile Francisco de Buenaventura fue el encargado de cumplir con el último deseo del joven defensor conquense y encomendó a los artífices de Arcos de la Cantera que labraran una cruz para que, una vez terminada, fuese colocada frente a la puerta del convento, en la bajada a las Angustias”.
LA FUENTE DE LOS SUSPIROS
Una leyenda menos conocida de las Angustias, la titulada “La fuente de los suspiros”, publicada por María Luisa Vallejo en el tercer tomo de sus Leyendas, en 1982, empieza así:
“A principios del siglo XVII, el vecindario conquense se vio sorprendido por un acontecimiento extraordinario. Se refería a una pequeña y silenciosa fuente que aún existe en el atrio del Santuario de las Angustias, conocida antaño como “la fuente de los suspiros”. Narra la autora que “eran los últimos días del mes de octubre, y ya habían empezado las novenas que en las distintas iglesias y conventos se aplicaban por los difuntos.
“Fue el caso, que Andrés, un enamorado mozalbete, haciendo tiempo para visitar a su enamorada doncella, que habitaba en la parte alta de la ciudad, en la calle que entonces se llamaba de Pellejeros –después calle de Pilares o actualmente Severo Catalina, compartidos ambos nombres— con el fin de pasar desapercibido marchó calle adelante de la “Bajada de las Angustias” para admirar tan bello paraje.
Era una hermosa noche de luna, cuyo astro iluminaba con tal refulgencia y nitidez que se veía casi como de día. -Buena sesión tendré, viendo a placer el precioso rostro de Rosarillo (... ) Unos minutos antes de llegar a la plazoleta se detuvo unos instantes y entonces creyó percibir un ténue rumor como de lloros y suspiros… Unos sonidos como suspiros entrecortados, cada vez más cercanos a la entrada de la plazuela…
Se quedó un tiempo parado y pensando… Sacó un poco la cabeza y vio no una, sino varias siluetas confusas, todas mezcladas, que iban hacia la fuente, se detenían en ella y entre suspiros angustiosos, bebían agua, continuando su recorrido por la plazuela sin dejar de suspirar y emitir murmullos, que Andrés no pudo comprender.
Sorprendido y paralizado quedó el muchacho. Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo, comprendió que aquella fantástica reunión, en aquel sitio y aquella hora, no era cosa natural: algo terrible significaba aquello. Ya no tuvo ánimo de esperar más. Corriendo subió la empinada cuesta hasta la calle de Pilares, y más muerto que vivo, pudo, jadeante, decirle a su novia:
-Rosarillo. Una cosa misteriosa muy grande pasa en la plazuela del Santuario de la Virgen de las Angustias.
-¿Qué es? –preguntó Rosarillo, fijándose en la cara de su novio… -Algo terrible debe ser, cuando traes esa cara, que parece de muerto…
- ¿Qué has visto? -Una procesión, que más que personas parecen fantasmas, que entre lágrimas, sollozos ahogados y suspiros caminaban hacia la fuente, se detuvieron como a beber agua en ella y siguieron de igual forma su paseo.
En el bello y misterioso paraje de las Angustias se sitúan hasta cuatro leyendas: “La cruz del convertido”, “la Cruz de los Descalzos, “La cruz del soldado enamorado” y “La Fuente de los suspiros”Pasaron unos días. El fiel Andrés no faltó ninguna noche a la cita con su Rosarillo, pero ya no se atrevió a bajar a la plazoleta de los Franciscanos Descalzos. Los dos enamorados decidieron contarlo a sus amigos, que pensaron que estaba loco.
-Os pido, dijo Andrés, un favor. Que de esto no digáis nada a nadie. A las doce de esta noche, después de la novena de ánimas y de cenar, nos reunimos en la Plaza Mayor y juntos bajamos a la explanada de las Angustias a ver lo que ocurre…
Con el mayor sigilo, los cuatro jóvenes bajaron sin hacer ruido hasta dar vista al atrio de las Angustias. Escondidos entre las sombras y tras las rocas, esperaron durante un rato, en una noche de luna clara. Serían como las doce y media, cuando Mangana les sobresaltó al dar una sonora campanada…
En ese momento empezó aquel aquelarre: una fantástica procesión, viniendo como desde el punto opuesto al que ellos estaban, lentamente, empezaba a asomar por la subida del Júcar y con paso lento, musitando como una oración, empezaba el desfile hacia el centro del atrio: --¡Perdón!, ¡piedad!, ¡penitencia!, creyeron entender los asustados mozos.
Igual que la noche que viera Andrés por primera vez este desfile, entre lamentos y suspiros, volvía a oírse, con entrecortados sollozos: --¡Perdón!, ¡piedad!, ¡misericordia!
El grupo fantasmal, de ayes y lamentos, no era homogéneo. Unos parecían hombres, --los más--; otros mujeres. Unos caminaban derechos, lentamente; otros, como cojeando, incluso como si a algunos tuvieran que ayudarles a andar sus compañeros… Parecían espectros salidos de ultratumba…
Al cabo de un rato el grupo fantasmagórico, como alma en pena, fue desapareciendo… El reloj de Mangana daba dos sonoras campanadas…. que sirvieron de aviso a los cuatro vigilantes, ateridos de frío y con el miedo en el cuerpo, subieron en zancadas hasta la plaza..
Al día siguiente, toda la ciudad de Cuenca supo, conmovida, la procesión fantasmal que cuatro muchachos conquenses habían podido presenciar… Unos los creyeron, y otros pensaron que era una pesada broma…
Rosarillo le contó lo sucedido a su tío, que era sacerdote, y le pidió una misa de difuntos por el alma de los ajusticiados, puesto que parece ser lo que significan esas apariciones… El tío de Rosarillo aplicó no sólo una misa, sino todo un novenario por los aparecidos, que pagaron los cuatro amigos. Termina su leyenda María Luisa Vallejo con estas palabras:
Y fuera cierto o no lo dicho por los cuatro mozos, ya no volvieron a verse los espectros, visitantes de la que yo bautizo con el poético nombre de “La Fuente de los suspiros”.