Los capellanes del Hospital Virgen de la Luz de la capital, David, Salvador y Javier, se han enfrentado cara a cara al horror provocado por la pandemia de la Covid-19. Estos tres sacerdotes forman parte del personal no sanitario aunque, del mismo modo que médicos y enfermeros, han visto pasar a decenas de muertos tras haberles ofrecido un corto responso y con la posterior tarea de atender y consolar a las familias cuando fuera posible. Que no siempre.
Tras once complicados meses, Salvador Rengifo, uno de los tres capellanes, reconoce haber tenido “el corazón en un puño” en muchas ocasiones. En la actualidad, el personal sanitario continúa ofreciendo atención asistencial al pie del cañon “a pesar del cansancio y la carga emocional que se nota en sus rostros”. Una imagen que dista, y mucho, de la que se vivió en aquellos fatídicos primeros días cuando “había mucho nerviosismo, desesperación y estrés porque, por más cosas que hicieran para salvarlos, se iba la gente. Además, al desconocimiento de la enfermedad también se sumaba la falta de medios”.
En este sentido, su labor se ha centrado en el “acompañamiento de los enfermos, para estar con ellos y evitar que mueran en la más absoluta soledad”, al tiempo que dan el sacramento de la extremaunción a todo aquel que la solicita.
En días puntuales, “llegaba al hospital y había varios coches fúnebres esperando. Una imagen que no te imaginas y te deja en shock”, recuerda. Ocasiones en las que “no sabía que decir a las familias porque ni yo mismo sabía expresar lo que sentía”. Sin embargo, Rengifo ha sido capaz de reponerse “gracias a la fé”, asegura. A pesar de haber pasado días complicados, sumido en la tristeza y sintiéndose abatido por la situación ha sido capaz de recomponerse para “aprovechar el tiempo que tenemos cerca de la familia y de esas pequeñas cosas que nos hacen ser felices”, manifiesta.
Algo que ahora más que nunca valora porque “hay historias que te marcan. Por ejemplo, entré a una habitación y vi a uno de mis amigos acompañando a su padre, al que yo iba a darle el sacramento de la unción de enfermos. En la cama de al lado, estaba su madre. Al ver esa situación salí llorando de la habitación”, manifiesta.
Tras conocer este testimonio, comprobamos una vez más que “el virus existe y está entre nosotros”. De esta forma Salvador Rengifo hace un llamamiento para extremar todas las precauciones porque, “no podemos tomarlo a la ligera. Del mismo modo, “agradezco los consejos y la ayuda que nos ha brindado todo el equipo de sanitarios del Virgen de la Luz”.
PROTEGIDOS
Ataviados con un Equipo de Protección Individual (EPI), tal y como se puede observar en la fotografía contigua, donde el sacerdote David Saiz va equipado con mono, guantes, pantalla protectora, mascarilla y calzas. Además, para prestar servicio todos los días de la semana y durante todo el día, sin descanso, han establecido turnos de 24 horas para seguir mirando de frente al virus.