A principios de año la asociación Aspadec inició un original proyecto denominado “Tu basura vale un huevo” consistente en regalar a sus trabajadores y socios un huevo campero, producido por gallinas autóctonas criadas en la granja-escuela que la asociación gestiona en El Terminillo, a quienes entreguen una bolsa de un kilo de restos de basura biodegradable, principalmente restos orgánicos de cocina como verduras, frutas o peladuras, que sirven para alimentar a las gallinas.
La iniciativa, que fue finalista en los premios “Héroes Anónimos” de Castilla-La Mancha Media, está promovida por el maestro del taller ocupacional de la granja-escuela, Javier Ruiz Larrea, que tras años con la idea en la cabeza y conocer experiencias de este tipo que se habían llevado a cabo en País Vasco o Andalucía consiguió unos huevos de raza pura en la finca del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA), ubicado en Alcalá de Henares, de los que salieron los primeros gallos y gallinas autóctonas, en torno a 40, que en este tiempo se han reproducido y suman ya un centenar.
Se trata de unas gallinas que “no son productivas a nivel industrial como las marrones, esa ISA Brown que está en todas partes y llega a poner unos 320 huevos al año. Como mucho pueden alcanzar los 200, que ya nos gustaría, pero es una raza preciosa, autóctona, que estaba en peligro de extinción y pertenece al patrimonio genético de todos nosotros”, detalla Ruiz Larrea.
Según asegura, hay escritos del siglo XV que hablan de la existencia, en toda Castilla, de una gallina por la que la reina Isabel la Católica habría tenido especial predilección, pero que a principios del siglo XX empezó a perder peso en detrimento de toda una serie de razas híbridas que empezaron a proliferar.
Es asimismo una gallina que “se adapta muy bien al clima, tiene menores necesidades alimenticias y es más resistente a enfermedades”.
Huevos camperos
No se puede hablar de que los huevos que se producen en Aspadec sean ecológicos, ya que para la alimentación de las gallinas utilizan maíz y trigo que no tiene este origen, pero sí camperos, huevos de gallinas felices que viven en libertad, sin ningún tipo de estrés y no están además forzadas por la luz ni son explotadas. “En ningún momento forzamos la máquina, sino que buscamos la calidad”.
De momento, los huevos son adquiridos por los en torno a 200 trabajadores con que cuenta Aspadec y sus familias, aunque cualquier conquense que lo desee puede acercarse a la escuela y comprar alguno siempre y cuando haya disponisiblidad, que no siempre la hay. La idea además es aumentar la producción y vender huevos fuera de la asociación. Eso sí, su promotor reconoce que es complicado, entre otras cosas, por la falta de espacio en las instalaciones.
Lo que sí anima es a que en localidades de la provincia haya ayuntamientos que adquieran este tipo de gallinas y se animen a instalar un espacio donde se puedan reproducir. Algo que a su entender puede servir para alimentar a la población y dar un sobresueldo a quien se encargue de su cuidado y gestione las basuras orgánicas, lo que reduciría los gastos de recogida y transporte de residuos. Un proyecto que, al ser sostenible y bueno para el medio ambiente, ayudaría, además, a combatir el cambio climático.