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Balance Covid-19

Aprender a valorar lo esencial

Docentes, asistentes sociales o empleados de tiendas de comestibles fueron reconocidos socialmente por su labor y compromiso que todavía hoy se mantiene
Foto: Eduardo M.Crespo
14/03/2025 - Paula Montero/ Eduardo M. Crespo

Desde el 14 de marzo de 2020, día en el que se declaró el estado de alarma, sabemos que hay profesionales esenciales que juegan un papel fundamental en nuestro día a día a los que, ahora, cinco años después, igual no damos la importancia y el reconocimiento que merecen. Durante los meses de confinamiento, sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, trabajadores de tiendas de comestibles y supermercados, empleadas de ayuda a domicilio y docentes, entre otras profesiones, hicieron un gran esfuerzo para continuar desempeñando su trabajo. Ahora, Las Noticias recuerda con Nuria Real Lledó, Daniel Flores y Mónica Mohorte cómo se vivieron aquellos meses tan complicados. 

 

ADAPTACIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO

Nuria Real Lledó, maestra de Primaria del CEIP ‘Isaac Albéniz’, fue una de las miles de docentes de todo el mundo que tuvieron que adaptar sus clases a una versión digital para continuar impartiendo contenidos a pesar del confinamiento. “Los primeros días fueron muy caóticos”, recuerda.

En su caso, como profesora de tercero y cuarto de Primaria, se encontró sin un programa de digitalización que por ejemplo otros compañeros de quinto y sexto sí tenían. “Mis alumnos no hacían uso de libros digitales y tuvimos que reinventarnos a velocidades desorbitadas”, cuenta.

 

 

 

Nuria Real: “Tuvimos que reinventarnos a velocidades desorbitadas. Hicimos videollamadas con los alumnos y grabamos vídeos explicativos”

Afortunadamente todos sus alumnos pudieron conectarse a internet, algunos a través de sus teléfonos móviles y otros por ordenador. “En nuestro caso no hubo brecha digital”, confirma. Esto les facilitó el trabajo, aunque estuvieron desbordados igualmente. “Estábamos todo el día en el ordenador, recibiendo trabajos, corrigiendo, evaluando…”, apostilla.

Si bien, eso no fue lo más duro ya que muchos padres y madres de sus alumnos era sanitarios, otros perdieron familiares y eso “nos hacía estar preocupados”. “Había niños a los que les mandaba tarea, pero yo misma pensaba, si la puede hacer bien y sino pues nada porque tenían situaciones muy complicadas en casa”, recuerda.

Las aulas virtuales por aquel entonces no estaban consolidadas ni preparadas para enviar archivos de más de 10 megas por eso, junto al resto del equipo docente, tomaron la decisión de utilizar otras plataformas como Edmodo, algo parecido a Google Classroom. Además, para facilitar el aprendizaje de algunos contenidos hicieron videollamadas y grabaron vídeos explicativos. 

Otro de los momentos más difíciles fue la vuelta a las aulas tras el confinamiento. “Dábamos clase con las ventanas abiertas, todos íbamos con mascarilla y fue muy duro”, dice. En cuanto a los niños, el confinamiento y el auge de las comunicaciones online no afectaron a su manera de relacionarse, aunque en el caso de los adolescentes si se han notado ciertos cambios. 

A pesar de todo, Nuria Real saca algunos aspectos positivos de la pandemia y es que, “el sistema educativo está mucho más preparado ahora para incorporar la educación online en caso de que sea necesario”. Es más, los docentes se han puesto al día en nuevas tecnologías y continúan mejorando día a día.  

 

 

 

Daniel Flores: “A partir de esos días la gente volvió a las tiendas de barrio”

 

Acababa de cumplir 26 años cuando de golpe y porrazo llegó el confinamiento y cuando su tienda de alimentación MerkaDani había echado a andar sólo un año antes. Daniel Flores nos cuenta que “fueron días muy desconcertantes para todos”, pero que en su ánimo sólo estaba el poder ayudar a los conquenses “a pesar de no saber a lo que nos exponíamos en ese momento”.

“Éramos un servicio esencial, de primera necesidad y había que afrontarlo”, nos dice. “Tuvimos el orgullo de ser la primera aplicación de móvil de Cuenca que facilitó la compra de frutas y verduras frescas. Nuestro objetivo era que la gente tuviera acceso a esos productos sin salir de casa”, añade Daniel, para quien “ayudar en un momento así a pesar de los miedos e incertidumbres era muy gratificante”. 

Durante aquellos días de pandemia y confinamiento, Daniel durmió muy pocas horas. Los pedidos a través del teléfono y de la aplicación eran constantes tanto en la capital como en algunos pueblos de la provincia, lo que le permitió contratar a dos personas más e involucrar a su madre en el negocio. “

La gente está tan agradecida del servicio que prestamos durante aquellos días tan tristes que incluso a día de hoy personas que viven en la Plaza Mayor o en la periferia siguen viniendo a nuestra tienda a comprar, y no sólo por la calidad y el sabor de los productos, sino porque entre los clientes y nosotros se estrecharon lazos de verdad”, cuenta emocionado. 

Y precisamente porque nos necesitábamos unos a otros y se estrecharon lazos en tiempos difíciles, “la gente regresó a las tiendas de barrio”, afirma. El miedo estaba en todas partes y ese es un recuerdo que le marcó tanto a Daniel como a todo su equipo.

 

“La gente tenía mucho miedo y eso se notaba cuando llegabas a las casas con los pedidos, las distancias se mantenían escrupulosamente y había gente que hasta lavaba la fruta con lejía. Era normal porque apenas sabíamos nada del virus, y a la vez era bonito hacer lo que hacíamos porque mucha gente nos decía que éramos héroes”, detalla Daniel.

Héroes que cargaban las furgonetas e iban con sus geles y mascarillas allí donde fuera necesario, a lugares incluso donde Daniel llegó a vivir momentos sobrecogedores. “Recuerdo una noche que fuimos a un pueblo de la provincia con una furgoneta grande llena de género y aquello parecía una película de ciencia ficción. Mucha gente de diferentes pueblos nos esperaba en una explanada enorme guardando las distancias porque se trataba de un sitio donde no tenían servicios y allí los veía a todos, más de cien personas juntas, esperando su fruta, su verdura, su carne, su pan… fue tremendo”, recuerda Daniel.

Daniel se hacía pruebas continuamente, tanto por su salud como por la de sus clientes y si tiene que sacar algo positivo de aquella “pesadilla” es el sentimiento de fraternidad que todavía perdura: “la gente aún recuerda esos días y si tengo que destacar algo especialmente bonito fue la relación de familia que hemos alcanzado con muchísimas personas”. Lo triste, sin embargo, fue “que dejamos de ver a algunas personas que por desgracia murieron por culpa del virus”.

 

 

Mónica Mohorte: “Los abuelos vivieron el confinamiento con mucho miedo”

 

Cuando el 14 de marzo de hace cinco años llegó el confinamiento, Mónica Mohorte trabajaba en tres casas de Zarzuela asistiendo y cuidando a personas mayores solas, de las que algunas eran grandes dependientes. Cada día, desde Portilla, Mónica se desplazaba al pueblo vecino “para no dejarlas solas en ningún momento”.

“Lo viví mal y lo viví con mucho miedo porque no sabes si les estás llevando el virus a los abuelos y tampoco sabes si te lo estás trayendo a casa”, relata. Aquellos días fueron duros, probablemente los más duros desde que Mónica ejerce como asistente domiciliaria en la Serranía de Cuenca: “salía de casa y no veía a nadie en la calle, los pueblos eran pueblos fantasma, y después tenías que ver a los abuelos tristes porque sus hijos no podían estar con ellos, no podían moverse de sus ciudades para ir a ver a sus padres”.

 Cuando empezó el confinamiento en el país, Mónica vivía en la casa de sus padres, ambos con patologías que “de alguna manera también les hacían vulnerables”, lo que añadía más presión a la situación que se estaba viviendo “porque no sabíamos nada, ni de dónde venía el virus, ni dónde podía estar”. 

Las dificultades al principio fueron muchas y había que ir adaptándose a las circunstancias del trabajo domiciliario poco a poco. Mónica recuerda con una sonrisa que “fue una compañera a la que se le da muy bien coser” la que le proporcionó las primeras mascarillas lavables que utilizó para protegerse durante los primeros días “y sobre todo para proteger a los abuelos”.

 

A pesar del miedo y de vivir un contexto inédito que parecía no terminar nunca, Mónica cogía su coche cada mañana y no faltó “ni un solo día” a su trabajo asistencial en Zarzuela: “cada mañana levantaba a los abuelos y los arreglaba, preparaba los desayunos, comidas y cenas, los días que tocaba me desplazaba a la farmacia de Villalba de la Sierra a comprar los medicamentos y también bajaba a Cuenca a hacerles la compra. Es verdad que me acercaba menos a ellos por las circunstancias y eso era bastante doloroso”.

Aquellos días de marzo sonaba la radio de fondo en una de las casas de Mariana, era el boletín de noticias que a uno de los abuelos le gustaba siempre escuchar. Pero ya nada era igual “porque encendía la radio y el impacto de lo que estaba sucediendo, con las cifras de fallecidos y demás terminaban con la radio apagada y el abuelo llorando a lágrima viva”, recuerda Mónica. 

Asistencia social, dependencia, vulnerabilidad, soledad… muchas cosas caben en esta historia en la que los agradecimientos al trabajo de Mónica fueron muchos durante y después de la pandemia. Ella, en cambio, le quita importancia: “los héroes fueron ellos porque sufrieron, cumplieron siempre con las normas de seguridad y además fueron los primeros en decir sí a la vacuna cuando las primeras dosis llegaron a Zarzuela”.