Las consecuencias de la enfermedad todavía persisten. Un año después de haber pasado la Covid-19, Roberto Moya Guillén, que cumplirá 41 años en abril, sigue arrastrando problemas. “Mi recuperación está siendo más dura y lenta de lo que pensaba. Actualmente sigo conviviendo con las secuelas”, reconoce este conquense, uno de los afectados de la primera ola en marzo de 2020, que pasó 13 días en el hospital Virgen de la Luz de Cuenca, nueve de ellos en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) en estado muy grave.
Días después de salir del hospital, Roberto contó su caso a Las Noticias de Cuenca, que ahora vuelve a contactar con él para conocer cómo ha sido su proceso de recuperación a lo largo de este año de pesadilla, que comenzó el 20 de marzo de 2020, cuando se empezó a notar los primeros síntomas de este coronavirus, que también afectó a su mujer, María Teresa, aunque de forma más leve.
En el caso de él, su estado de salud fue empeorando hasta que el 29 de ese mismo mes ingresó en el Virgen de la Luz. Dos días después estaba ya en la UCI, donde permaneció hasta el 8 de abril, recibiendo dos jornadas más tarde el alta hospitalaria.
A pesar de la gravedad de su estado en aquellos días en la UCI, en los que se temió por su vida, reconoce que nunca imaginó que la recuperación sería tan complicada. “Salí muy débil del hospital y aún sigo tocado. He tenido todo tipo de secuelas. No podía andar solo ni realizar ninguna tarea de forma autónoma. Mi mujer me ayudaba en todo”, recuerda, resaltando que las labores más cotidianas eran “durísimas” para él. “Hasta tuve que aprender de nuevo a coger un boli para escribir”, señala.
Problemas cardíacos
Y en mayo, tuvo que ingresar de nuevo en el hospital aquejado de problemas cardíacos que a día de hoy sigue arrastrando. “Se me dispararon las pulsaciones. Tenía un dolor constante en el pecho desde que salí del hospital, similar al que sufrí en marzo. Las uñas de pies y manos se me pusieron con rayas blancas y moradas. Me dijeron que nunca habían visto algo parecido”, apunta, matizando que por aquel entonces no se conocían todavía muy bien las secuelas que provocaba la enfermedad.
Roberto no pudo salir de casa -vive en el Señorío del Pinar- hasta mitad de junio porque no tenía fuerzas para andar. Eso sí, esa primera ‘escapada’ fue muy especial ya que su mujer y él se tatuaron unas alas de un ángel de la guarda.
Su vida ha cambiado mucho desde entonces, habiendo sufrido multitud de secuelas: problemas de sueño sueño, erupciones cutáneas parecidas a las de la varicela, descamaciones en la piel de las manos, caída del cabello, alteraciones de determinados olores y sabores, palpitaciones y arritmias, molestias en el pecho y fuertes dolores de cabeza.
“Pero sobre todo, tengo que destacar una debilidad generalizada. Es como si me hubiera echado diez años encima”, asegura. Además, también cuenta que ha desarrollado una especie de claustrofobia. “Me agobio y llego a entrar en estado de ansiedad si no tengo movilidad total de mi cuerpo”, detalla.
Aunque al principio se dijo que la Covid no afectaba de forma tan grave a jóvenes, yo soy el claro ejemplo de que no tiene en cuenta edades ni condición física
Roberto tenía 39 años cuando enfermó y no sufría de patologías previas, salvo una leve alergia. “Aunque al principio se dijo que la Covid no afectaba de forma tan grave a personas jóvenes y salvas, yo soy el claro ejemplo de que este virus no tiene en cuenta edades ni confición física ya que ni mi juventud ni mi afición por el deporte me mantuvieron al margen”, reflexiona.
De hecho, afirma que todo este tiempo ha sido “como una montaña rusa de secuelas y estados de ánimo, con altibajos buenos, malos y muy malos”.
Roberto fue mejorando muy lentamente hasta que en septiembre se quedó “estancado”. Tras varias pruebas, en otoño le diagnosticaron un daño en el sistema nervioso que afecta a los nervios de sus extremidades, lo que le provoca sensación de acorchamiento, dolores y sensación de frío en manos y pies.
Así, ha tenido problemas para caminar y mantener el equilibrio y cuenta que no llega a recuperar completamente la fuerza en las extremidades.
El tiempo, detenido
“Aunque haya pasado casi un año, para mí es como si se hubiera parado el tiempo ese 20 de marzo de 2020 en el que caí malo”, sostiene Roberto, que por aquel entonces trabajaba como encargado de gasolinera, puesto al que todavía no ha podido regresar debido a los problemas de salud que le impiden llevar una vida normal.
En cuanto al comportamiento de la sociedad durante este tiempo y el cumplimiento de las medidas restrictivas para frenar los contagios, considera que “hay de todo, gente que está muy concienciada y otros que tienen memoria de pez”. A estos últimos les manda un mensaje: “Tendrían que haber ido a una UCI en un hospital en los momentos del pico o pasar un día conmigo o con otras personas que todavía han estado peor que yo”.
A pesar de la dureza de la enfermedad, dice que se lleva una gran enseñanza: “He aprendido durante este tiempo que la vida son instantes. Hoy estamos aquí y mañana quién sabe... Hay que disfrutar de esos momentos”.
Roberto da las gracias a familiares, amigos y compañeros por el ánimo que le han brindado durante estos “duros meses”, pero especialmente destaca a su mujer, por “haber estado ahí” todo este tiempo. Mirando al futuro, tiene un deseo: “Algún día, el tiempo volverá a contar de nuevo”.