Al margen de suspensiones de procesiones puntuales a causa de la lluvia, solo la guerra civil española y la actual pandemia de Covid-19 han obligado a cancelar la Semana Santa de Cuenca en el último siglo. A punto de cumplir 92 años en abril, el conquense Alfredo Barambio del Olmo ha vivido estas dos interrupciones. De la primera apenas guarda algunos recuerdos infantiles y esta última, que ya se ha llevado por delante las celebraciones de 2020 y 2021, la vive con tristeza y resignación aunque espera con más ilusión que nunca la del próximo año. “Es la única fiesta que tengo en mi corazón”, subraya el Hermano Mayor y hermano honorífico de la Venerable Hermandad de la Santa Cena.
Natural de Olmedilla de Arcas, pedanía del municipio conquense de Valdetórtola, los primeros recuerdos que tiene Alfredo de la Semana Santa de Cuenca son con apenas siete años, justo antes del estallido del conflicto bélico. Sus padres lo trajeron a la capital -que dista unos diez kilómetros de su población natal- subido en una burra y aún se acuerda del majestuoso paso de la Santa Cena de Luis Marco Pérez, que fue destruido en 1936. “Me impresionó mucho esa imagen. Era enorme. Si todavía existiera, sería una joya”, asegura.
Unos pocos años después, siendo todavía un chaval, intentó desfilar en una procesión de la Semana Santa conquense aunque no le dejaron porque no tenía la túnica pertinente en unos años, los de la posguerra, de grandes estrecheces económicas como para que en su casa pudieran comprarle la vestimenta nazarena.
Por aquel entonces, poco podía imaginar Alfredo que la Semana Santa se convertiría décadas después en algo tan importante para él de la mano de la Hermandad de la Santa Cena, que no se constituyó hasta 1985 -aunque llevaba gestándose desde finales de los setenta- y de la que forma parte desde sus inicios. “Gracias a las mujeres y a los niños se hizo la hermandad”, reconoce.
Fue su familia la que lo introdujo en esta hermandad, que hoy es como su “familia”. En aquella primera procesión, su hermano requirió la ayuda de Alfredo para devolver la imagen de la Santa Cena a la Catedral tras el desfile de Miércoles Santo y allí acudió él, que se ha dedicado toda su vida a la agricultura, con su tractor para apoyar en esta tarea, un cometido del que se ocuparía durante más de dos décadas.
Aquel primer año sigue siendo especial para él: no había muchos banceros para ayudar a devolver el conjunto escultórico y subir las escaleras del templo era, y sigue siendo, un auténtico reto. “Nos amaneció. Cuando volví a mi casa con mi tractor, era ya de día”, rememora.
Al año siguiente, regresó con su tractor y su remolque. “Hubo más banceros y se nos dio mejor”, explica. Y ya en la Semana Santa de 1987, cuenta que Armando Martorell maquinó un sistema, que se ha ido perfeccionando con los años, para facilitar la subida de la imagen por las temidas escaleras de la Catedral a través de unas rampas de madera que se han estado utilizando durante casi tres décadas.
De todas formas, Alfredo ha vivido algunos momentos complicados y alguna vez ha visto peligrar su integridad creyendo que la imagen de la Santa Cena se le venía encima en el tractor aunque finalmente nunca ha pasado nada. “La entrada siempre impone”, afirma.
Miércoles Santo es así el día más importante del año para su familia y para él. Su sobrina Ana recuerda lo especial que era aquella jornada cuando eran pequeños. “¡Qué viene el tío Alfredo!”, celebraban. “Nos vestíamos de nazarenos y nos subíamos con él a las subastas a la Catedral”, continúa contando. “La Semana Santa es para nosotros tradición y familia”, añade.
Además de ayudar con su tractor a llevar el paso escultórico a la Catedral, Alfredo también ha sido nazareno, ha apoyado en la logística del desfile procesional e incluso fue bancero de turno a los 89 años. Debido a su avanzada edad, le cedió el puesto a uno de sus hermanos aunque sí llevó la imagen unos instantes.
Todo por apoyar a su hermandad, la de la Santa Cena -no ha sido de ninguna más-, a la que ha sido siempre fiel, al igual que también ha venerado a Santo Domingo de Guzmán, de Olmedilla de Arcas, imagen que trajeron a Cuenca en 2019 para el Corpus Christi.
La Covid-19 golpeó a Alfredo este enero y estuvo ingresado en el hospital Virgen de la Luz durante una semana. “Las enfermeras me decían que me hiciera el valiente, que si no, la hermandad se iba a quedar sin Hermano Mayor”, recuerda este nazareno, que va salpicando la entrevista de bromas y de poesías creadas por él mismo.
Las mismas poesías que recita en los vídeos que un sobrino nieto le va colgando en los perfiles que le ha abierto en redes sociales y que tienen una gran aceptación. En sus poemas le canta, por ejemplo, a San Isidro, patrón de los agricultores; a los ancianos que se han ido en esta pandemia sin poder despedirse de sus familiares; a Jesús de Nazaret; y a su Semana Santa querida, esa que ya espera con ganas de cara a 2022.