En Valverde de Júcar sonaron los villancicos
Me sentí muy feliz este sábado en la localidad de Valverde de Júcar. Y disfruté, porque estar en ese maravilloso Cine Teatro –que por privilegio concedido, lleva mi nombre-, es sentirme tremendamente agradecido a esas gentes que quiero y a ese pueblo en el que me siento a gusto, compartiendo Moros y Cristianos, Santo Niño, o Virgen del Espíritu Santo.
Y así fue. Un grupo musical que ahora mantiene el nombre de Alteia –aquella ciudad prerromana que hubiera en la provincia de Cuenca, valiente y digna, mientras el romano invasor conquistaba cada territorio- llegó a este lugar, a su escenario de cortina roja aterciopelada, para deleitar al público allí congregado con un repertorio de villancicos maravillosos, de auténtico sabor popular, tradicional y auténtico, con letras propias en su mayoría, y con versos de Federico Muelas en otros.
Hay quien dice que había poco público, pero me parece digno que aquellas sesenta personas pudieran sentirse especialmente bien, al escuchar la buena melodía y las voces acertadas de sus ocho componentes, sintiendo en cada una de sus doce interpretaciones, el valor y la grandeza de la música popular, del sentimiento intenso y de la grandeza de unas Navidades que llegan con esperanza y alegría.
Yo me sentí muy bien, al lado de gente que me quiere y que agradece mi esfuerzo por contentarles con algún obsequio humilde de lo mucho que me han dado y me dan, porque los saludé, les felicité las Navidades y juntos, escuchamos, música y letra de un grupo que divierta, entretiene y crece con la excelente sabiduría de la solfa.
Valverde duerme en la ribera del Júcar, y lo hace deseando que sus aguas vuelvan a alcanzar el nivel que antaño les diera fama y progreso. Es un pueblo maravilloso, que ahora siente el paso del tiempo, pero sus gentes saben cómo han de vivir en tiempos nuevos, dejando que su orgullo del pasado marque líneas de un futuro por venir.
El Júcar fue y es su vida, ese embalse, esa grandeza en sus Fiestas en honor del Santo Niño, las que ahora en enero volverán a dejar sentir el olor a pólvora de sus trabucos, de sus sentimientos, de sus herencias.
El día 4 de enero les coordinaré sus Jornadas Antropológicas, como cada año, donde los generales de moros y cristianos, el presidente de la Hermandad, el cura párroco y la alcaldesa, dirán sus palabras, sentirán el peso de una nueva Fiesta, mientras “los que cumplen” 50 años, recibirán el aplauso y su reconocimiento.
La iglesia, casi fortaleza, en medio de esa plaza donde se reúnen gentes de todos los lugares de la provincia y del Levante, dedicada a Santa María Magdalena con estilo del siglo XV, de un gótico tardío, con sus tres naves y su capilla barroca dedicada a la patrona, esa Virgen del Espíritu Santo, con murales en sus pechinas, su retablo dorado al fuego.
Luego entre su coro donde las voces de su masa coral hace sentir la dulzura y el calor de sus estrofas, dejarán crecer los espíritus de sus Cofradías, la de Moros y la de Cristianos, mientras el Santo Niño de la Bola, portará gorro cristiano, alternará turbante moro, y escuchará los Dichos, esas estrofas del siglo XVI que han perdurado año tras año, marcando las pautas de vida, historia y sentimiento.
Valverde de Júcar tiene mucho qué decir aún; cierto es, que ya no tiene el desarrollo económico que le hizo acreedor a rey de la comarca, pero sigue postulando con su deseo de crecer, de hacer paisanaje, porque sus gentes son valientes y nobles, y porque sentir que allí hubo Señorío, en la familia de los Ruiz de Alarcón, hubo convento, hubo grandes competiciones de deporte en agua, hubo balonmano de postín, hubo grandeza en familias y hubo cultura en Onzenero, es mantener el orgullo de un gran pueblo.
Este sábado se oyeron los villancicos en su Cine Teatro y las gentes de allí me hicieron sentirme bien, muy bien, por eso escribo, cuento y abandero lo que es para mí, Valverde de Júcar.