Boniches, una joya natural
Los pueblos siguen estando anclados en sus profundidades del tiempo. Lo que fueron en los años 50 va quedando en el olvido de las nuevas generaciones porque apenas subsisten testigos de época (los abuelos de la posguerra) y las redes sociales han invertido los procesos de la nostalgia.
Sin embargo, queda la Naturaleza, su privilegio de origen, sus condicionantes de evolución, sus huellas antropológicas, y al aumentar las necesidades de un Senderismo como proceso vital de entretenimiento, salud, diversión y aprendizaje –moderno y actual-, se han revitalizado los parajes, casi olvidados, cumpliendo un objetivo diferente.
Ahora, los caminos naturales se han hecho virales, y se recorren a fuerza de bastón, con botas de goretex y mochila de vida.
Los rincones naturales de una Cuenca privilegiada han ocupado el deseo de compartir inquietudes entre gentes variopintas, naciendo y “pululando” asociaciones y grupos de senderismo cultural, que hacen de las sinergias, vías de escape en las sociedades del consumismo.
La pandemia ha puesto en valor, el Carpe Diem, y no solo en el viaje a ¿no sé dónde? sino en salir cada fin de semana a compartir la quietud de nuestros paisajes maravillosos, rocambolescos y desconocidos.
La Sierra de las Cuerdas es un emporio natural montañoso que envuelve maravillas rocosas de ensueño. Aquel llamado “Domo de Boniches”, entre roquedales y masa arbórea multifuncional, sirve de hogar a deseos imperiosos de salir al campo, disfrutar, recrear el espíritu, encontrar pareja y provocar sueños.
Por eso, desde Tierras de Pabovi, donde Villar del Humo, Pajaroncillo o el propio Boniches, se abren horizontes en lo que bien se llama El Rodenal, y allí agua, roca, pino, historia y medioambiente, culminan todo deseo de vida.
En medio de todo este enjambre de parajes, caminos, subidas y bajadas, nos encontramos la huella natural donde la historia también quiso dejar sentido. El río Cabriel es la arteria del camino y entre oquedades vemos el águila cubrir su vuelo, el cervatillo recorrer el valle y la cabra, si la cabra sea montesa o de rebaño, flirtear con el jabalí en rincones como Las Hoyas del Castillo, el Saladar, el Castil de Cabras, Ayuntaderos, Peña Sancho, el Castil del Rey, la Horadada, el Traqueiro, el Castellón de los Machos, Selva Pascuala, el Cañizar, la Sima de la cabeza de la Fuente, el Cabezuelo o el río Laguna cuando se retuerce entre rocas rodenas.
Multitud de caminos, belleza a doquier, sentimientos a flor de piel.
Y como una huella –con escasa monumentalidad, pero profundo carácter-, nos encontramos el caserío de un lugar, casi desligado del camino y de nombre cuya etimología sigue quedando en el legajo de archivo: Boniches.
Aquí, en una de sus encaladas casas, nací y sentí el soplo de vida; y no por eso, crecí, pero siempre he llegado a visitarlo para airear mi sentimiento y admirar sus rincones.
Yo recuerdo también a sus gentes, por honradez y por sentimiento. Por eso, el tío Ruperto, el tío Benito, Eulalia, la estanquera, el tío Desiderio, los Baldomero, los Sardinas, la tía Herminia, mi albacea en parto, los Herreros, los bataneros, los Descalzo, los Mañas, los Muelas, los Peroles, los Cañas, el tío Cano el juez, y los que ahora, recuerdan y habitan, hablan de buen carácter y buen rollo en vida nueva, porque Boniches tiene solera de tiempo y forma. En el misterio, el obispo Carmona.
Por San Roque hay que subir a Boniches. Pero si quieres, también lo puedes hacer antes y seguro que el bar estará abierto, te encontrarás la iglesia de la Asunción –bastante deteriorada, eso sí- y pasearás por las calles en compañía de Amparo Buj, una soñadora, comprometida con sus recuerdos, a la que admiro por su constancia, por su deseo de mantener la cultura y por sus valores de mujer. Ahí queda este lugar.