El agua y el mundo de la Geología tienen púlpito en La Cierva
Tal vez la curiosidad siempre nos despierta los sentidos. En la Cierva, un pequeño lugar de nuestra geografía provincial, situado dentro de esa Serranía Baja, ocupa en estos últimos tiempos un puesto destacado en la lucha por la despoblación, sobre todo, si la cultura anida allí como flor de mayo.
A camino entre el paisaje kárstico de las Lagunas de Cañada del Hoyo, las arrimadas corrientes del río Guadazaón, esos Palancares y los restos históricos de un Pajarón, se sitúa una población que fuese noticia en el último cuarto del siglo pasado, por encontrar entre sus laderas de pinus pinaster, numerosos restos fosilizados de hace unos 125 millones de años en esa cubeta sedimentaria de calizas litográficas con gran cantidad de coníferas, peces, crustáceos, insectos, anfibios, y esas aves primitivas como excepción.
El Iberomesornis o gorrión antiguo y las dos enantiornitas destacan por su originalidad. La existencia de una laguna de agua dulce en época del Cretácico sirvió de poso a la existencia de todo este gran contenido de fauna y flora, emblemática y distinta, original y portentosa, científicamente hablando.
Declarado el yacimiento de Bien de Interés Cultural en el 2016 en la categoría de “zona paleontológica” como yacimiento de las Hoyas, destacando entre todo lo descubierto ese ejemplar de nombre “Pepito” que como Cuencavnator Corcovatus está dando la vuelta al mundo, entre sorpresa y admiración.
Ahora, La Cierva tiene, desde hace unos años, unos inquilinos de cierto abolengo que han paliado la despoblación con su presencia y su ciencia, ante la extrañeza de sus gentes.
El reconocido geólogo alemán Sr. Klaus Britzel y su esposa Cristiana Scharfenberg viven en este lugar, han posicionado sus experiencias con el montaje de un Museo donde la Geología tiene principal influencia, y con sus estudios, biblioteca y práctica siguen dando vida a un futuro esperanzador dentro de la ciencia y la vida.
Yo he conocido bien este lugar, despoblado desde hace tiempo, pero bello por su entorno y sus tradiciones. Y para su descripción acudo a mis palabras escritas sobre este lugar:
“Después de los Oteros, entre Cañada, Pajarón, tierras del Guadazaón, las que bien delineara con su pluma Carlos de la Rica, el cura poeta, a los pies de la ermita de Jesús, esa que dicen hace milagros para el deseo de parir o curar reumas, hay caserío que apenas subsiste en trazado. Aquí hubo un ramal de aquella Vía 31, de época imperial romana, llamada también “Itinerario de Antonino Pío” cuando desde la Losilla iba a Valdemeca. Pero era normal que los romanos la valorasen, pues rica economía mantuvo en foco de producción especializada en mármoles y jaspes para hacer buenas catedrales. ¡Vayan sino a la de Cuenca¡ Entre medias, aquellos restos de las minas de hierro, muy productivas y ahora abandonadas.
Pero la Cierva es mucho más que su escaso caserío, lo es porque la gran Cruz de piedra que desde Cuenca aquí llegase, no sé por qué, advierte del lugar encantado, quizás por su naturaleza, tan bella entre amapolas y margaritas, pastos y prados, encinas y pinos, aguas radiantes, casas populares encaladas, calles de curioso apelativo, pues Colladillo, Herrada y Callejas te advierten.
Son muy dados a mantener su costumbrismo, pues recuerdo bien esas siete palabras cuaresmales: La primera fue rogar/ por sus enemigos./ ¡Oh, Caridad singular¡. / De lo que fueron testigos/, mucho se hizo admirar/; seguida de otras más.
O ese Mayo peculiar en letra escrita: Corriendo arroyos de sangre,/ coronada la cabeza/ de penetrantes espinas/ brotando sangre por ellas,/ que por su divino rostro,/ de hilo en hilo, gotea.